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Año nuevo: mismos malos hábitos

Vicente Mateos Sainz de Medrano
Vicente Mateos Sainz de Medrano
Periodista y Doctor en Teoría de la Comunicación de Masas.
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análisis

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Toda persona que haya superado la veintena sabe que todos los años nuevos traen subida de precios: por eso desde tiempo inveterado se habla de cuesta de enero. Entonces, porqué los medios nos machacan con algo sabido por todos, con encuestas callejeras y en mercados a consumidores para que remachen el mismo clavo: ¡todo está carísimo! De inmediato te asalta la pregunta: ¿qué sentido tiene que nos cuenten lo que ya sabemos, con informaciones cargadas de calificativos? No quiero pensar que exista una intención oculta que busque marchitar las licitas buenas expectativas que albergamos ante todo año nuevo; pero el efecto que producen es expandir un mal augurio para el reinado de 2024, que favorece la percepción pesimista ante el futuro. Como también resulta obvio que la política nacional no se caracteriza por la colaboración y entendimiento entre las dos fuerzas hegemónicas, por lo que es innecesario recurrir a calificativos superlativos que acentúan la gravedad de las disputas.

Calificar de batalla o de puyas dialécticas el debate cruzado entre PP y PSOE en los plenos en el Congreso exacerba en negativo la percepción del problema de la falta de entendimiento,como tildar de crisis de Gobierno da una magnitud superlativa a un simple relevo ministerial anunciado. Calificativos que expanden un juicio de valor innecesario e impropio del periodismo veraz que, de este modo, encarrilla el pensamiento de los destinatarios hacia la visión de que los problemas no tienen solución. ¿Por qué no informan del trasfondo que anima esa incomprensión en lugar de calificarla? ¿Por qué la equidistancia prima sobre los hechos verificables? No es de extrañar, según un reciente estudio del INE, que cada año crezca el porcentaje de ciudadanos que se alejan de la información diaria que ofrecen los medios, hartos —añado yo— de informaciones interesadas, sesgadas de una intencionalidad política que solo genera ruido aturdidor.

Sin embargo, resulta paradójico que no apliquen la misma manga ancha calificativa con los acontecimientos internacionales, lo que no impide que se cometan errores de bulto producidos, en general, por desconocimiento de las causas y aristas del hecho que se cuenta. El efecto perverso es el seguidismo entre sí de los medios en el uso de una misma terminología y un mismo enfoque que llega al extremo de no mentar los hechos por su nombre. El actual conflicto Palestino Israelí no es una guerra porque no hay frentes, sino la invasión de un territorio por una fuerza militar hegemónica, Israel, para vengar un ataque terrorista de la organización Hamas.

Venganza que subvierte todos los derechos humanos salvaguardados en situación de conflicto bélico, porque los niños y las mujeres son las principales víctimas. Así, la invasión del ejército israelí se convierte, en puridad, en un genocidio: exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión o nacionalidad (RAE). Exterminio del que solo nos dan cuenta de los datos del horror que se produce a diario, sin explicar por qué el lobby judío es tan poderoso, al punto de conseguir que un presidente estadounidense demócrata sea incapaz de parar un genocidio que visten de guerra, ni de porqué esa invasión genocida puede derivar en una crisis mundial que nos afecte a todos. También es una invasión lo que acontece en Ucrania, que ha derivado en una guerra de exterminio, originada por la ambición expansionista de un sátrapa —persona que gobierna arbitrariamente y hace ostentación de su poder— (RAE), al que los medios siguen llamando líder ruso.

¿Por qué ese miedo a llamar a las cosas por su nombre, como si los medios fueran un ministerio de asuntos exteriores obligado a tener sumo cuidado a la hora de informar con las palabras más inocuas posibles para describir lo que vemos a diario, no vaya a ser que azucemos el conflicto? No es ese el papel de los medios, ni tampoco enjuiciar los hechos que cuentan que, por contarlos, ya tienen la entidad suficiente para que sea innecesario calificarlos hurtando al receptor la capacidad de pensar por sí mismo: todas las personas tenemos cerebro para analizar lo que sucede y sacar nuestras propias conclusiones si nos informan con datos y argumentos fidedignos, y no con epítetos. ¿Dónde están los periodistas senior, con experiencia, que pulían estos y otros muchos errores crasos que sería demasiado prolijo señalar en un limitado artículo de opinión?

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