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Aznar prefiere a Abascal antes que a Casado

El ex presidente del Gobierno no lo dice pero da por liquidada la versión centrista del PP y sueña ya con un proyecto “trumpista” que aglutine a las derechas

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análisis

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Aznar sigue ejerciendo de gran y único patrón de lo que queda del PP, es decir, de las ruinas de lo que en otro tiempo fue un gran imperio político. Ayer, el ex presidente del Gobierno se permitió el lujo de dar algunas significativas recomendaciones públicas al actual líder (por llamarlo de alguna manera), Pablo Casado. Así, le recordó al joven mandatario que debe confrontar con el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez “como si Vox no existiera” y confrontar a su vez con Vox “como si el Gobierno no existiera”. De esta manera, parafraseó a aquel ex primer ministro de Israel, David Ben-Gurión, a quien se atribuye una famosa frase para la historia: “Tenemos que combatir el Libro Blanco como si Hitler no existiera y tenemos que combatir a Hitler como si el Libro Blanco no existiera”. Una sentencia que por lo visto a Aznar le ha debido gustar y la ha copiado íntegra para soltarla en sus charlas de casino y de salón para jubilados con mucho tiempo libre.

Citar a Ben-Gurión para explicar lo que le ocurre a nuestro país y al PP no deja de ser un tanto absurdo, ya que cabría preguntarse qué demonios tendrá que ver lo que ocurría en el mundo en 1940 con la crisis de España de 2020. Pero más allá de los malabarismos intelectuales imposibles de Aznar, de sus palabras puede deducirse algo que todo el mundo sabe a estas alturas: que el expresidente ha abandonado ya cualquier posibilidad de vuelta al centro −renunciando a ejercer una oposición constructiva por el bien del país−, y que solo le interesa la estrecha intercomunicación y el intercambio de pensamientos con la ultraderecha de Vox. Aznar no lo dice pero sabe que, agotado en sí mismo el PP, el futuro pasa necesariamente por Santiago Abascal, su auténtico alter ego y recambio clónico, de tal manera que ambos partidos se retroalimenten, crezcan juntos en ideas y maduren en un único proyecto común, llámese España Suma, A por ellos, oé o de cualquier otra forma que exalte el nacionalismo hispánico más carpetovetónico y visceral.

En un coloquio bajo el título España ante el cambio de régimen organizado por el Instituto Atlántico de Gobierno y la Universidad Francisco de Vitoria, Aznar alertó ayer del supuesto peligro que acecha a nuestro país, y que no es otro que el derrocamiento de la Monarquía, la implantación de la Tercera República y la abolición de la Constitución del 78. Un discurso que hubiese rubricado, punto por coma, el mismísimo Abascal.

También habló Aznar de la “fragmentación” que vive España, en especial el centro-derecha, y del “auge de los nacionalismos y los populismos”, que ha llevado a una “polarización” de la vida política, según Europa Press. Y en ese contexto, ha llamado a la unión del centro-derecha porque “la fragmentación” les “condena a la derrota”. Eso sí, ha dicho que Casado hereda una situación “más complicada” porque en su momento se pudo hacer la “gran operación de refundación” y entregar una “sola fuerza de centro-derecha” a su sucesor. “Pablo ha recibido un mundo fragmentado y eso es muy complicado”, apostilló.

En realidad, las palabras de Aznar, su llamamiento a la unidad de las derechas, solo pueden ser interpretadas bajo una única clave: la debilidad cada vez más preocupante del PP y el miedo a que Vox se meriende al partido como ya ha hecho con Ciudadanos. Y ahí es donde el expresidente sacó su perfil más divo, por encima del bien y del mal, cuando culpó a Mariano Rajoy del surgimiento de Vox y de Cs por su “insuficiente” actuación ante lo que estaba sucediendo en Cataluña. “Las dos fuerzas políticas que emergen, emergen por razones de Cataluña y por defecto de algunas acciones. Al menos una parte importante del electorado ve insuficientes, no suficientes o simplemente no representativas de lo que la mayoría representaba”, aseguró el integrante de aquel desastroso Trío de las Azores de tan infausto recuerdo.

Probablemente, Pablo Casado seguirá al pie de la letra las instrucciones de su amado líder (siempre lo hace, hasta el punto de parecer un guiñol en manos del jefe) y en ese juego disparatado que propone Aznar hará como que el Gobierno de coalición solo existe como muñeco de pim, pam, pum, o sea para darle estopa. Pero cabría preguntarse si hacer política como si el Gobierno fuera un ente invisible será algo positivo para el país y para los españoles. Sin duda, nada bueno para España saldrá de esa estrategia que consiste en ningunear al rival político. En democracia las ideas se confrontan, los proyectos se discuten y se transaccionan, los problemas se dialogan, y de esa praxis leal se terminan beneficiando los ciudadanos. Fue así como la España de la Transición que tanto idolatra Aznar llegó a ser una historia de éxito, por contraposición a esta España estéril del boqueo, la polarización y la crispación permanente que nos arrastra a todos al fracaso y al desastre como nación.

En cualquier caso, da la sensación de que Aznar trata a Casado como ese aristócrata que a la luz de la chimenea, en el salón principal de su gran mansión, acaricia a su cachorro, que babea sumisamente. “Obviamente es mi jefe político ahora”, ironizó ayer el expresidente con esa sonrisa un tanto maquiavélica e inquietante que le caracteriza y que parece sacada de alguna secuencia de El Padrino. Para Aznar, Casado es solo el chico de las tertulias matutinas para economistas y politólogos liberales en el Hotel Palace, el joven de los cafés al que se le ordenan los recados, uno que pasaba por allí por casualidad, solo temporalmente. Alguien que no da la talla de líder como otros en los que ya se ha fijado el ex presidente del Gobierno para su gran proyecto de nueva extrema derecha “trumpista” a la española que arrasará algún día (y en la que el PP será solo una corriente testimonial del pasado, una facción minoritaria, el ala moderada irrelevante). El elegido es, sin duda, ese mozallón del norte con barba y lengua afiladas que suele ir a caballo por la vida. Como el Caudillo, que es lo que le pone a Aznar.

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