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Desarmados y cautivos

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Como cada mañana, Obdudio después de pegarse una ducha rápida y prepararse un café instantáneo, de marca blanca porque no está el horno para bollos y tomar una rebanada de pan con aceite de girasol, porque tampoco puede permitirse pagar, como le gustaría, uno de oliva virgen extra, se sienta frente al ordenador y empieza a navegar por Infojobs, Monster, Indeed, Infoempleo y hasta Linkedln, dónde tiene un perfil técnico por si hubiera trabajo de lo suyo.

Últimamente sólo le llegan ofertas de camarero. No es que el trabajo le disguste, porque tal y como está su situación económica y la de su familia, no se puede permitir el lujo de hacerle ascos a ninguno de los trabajos que le propongan, pero es que en la hostelería, no dan trabajo a personas sino que buscan esclavos.

El otro día, leyó una oferta de empleo que decía que buscaban camarero para un bar. Horario partido y sueldo a convenir, decía el anuncio. Se puso en contacto por teléfono porque es el medio que ponían como enlace y al preguntar por el horario y el salario, le dijeron que el trabajo consistía en servir mesas desde las 10 de la mañana a las 14:30 y desde las 19:00 hasta el cierre del local. Sueldo 800 euros. Día de libranza, el lunes por la mañana (el turno de 19:00 al cierre había que cubrirlo aunque le comentaron que los lunes no suele haber mucha gente y que suelen cerrar temprano, sobre las 24:00). Al salario hay que quitarle el mínimo del 4 % de impuestos y un extra de liquidación de 50 euros mes (indemnización por despido). Echando cuentas, ahora con la pandemia que cierran a las 2 de la mañana, el trabajo consiste en hacer setenta y seis horas a la semana por 718 euros/mes, poco más de dos euros la hora. Cuando objetó que la ley dice que se deben tener al menos 36 horas de descanso entre la última jornada de la semana y la primera de la siguiente, le contestaron que la plaza ya estaba ocupada. Al parecer no les gusta la gente que reclama sus derechos.

Días más tarde, a través de un conocido preguntó por WhatsApp sobre otra oferta de empleo. Esta era aún peor. Según le dijeron mediante mensaje escrito, la jornada laboral era desde las 17:00 horas hasta el cierre del local. Aquí servían copas. El salario 600 euros, en contrato de media jornada y no había día de libranza. Cuando contestó al mensaje diciendo que es imposible trabajar todos los días sin librar ni uno solo, porque el cuerpo no aguanta, le contestaron que después de lo que han pasado con la pandemia, tienen que recuperar el tiempo perdido y que es lo que hay. Finalizaron el mensaje con un lo sentimos, otra vez será. Parece que tampoco querían personas, como ellos dicen, “conflictivas”.

Obdulio, que vive gracias al trabajo de su señora, funcionaria de la administración local, tiene dos niñas de corta edad y pueden seguir tirando gracias a que heredaron el piso de sus padres, (era hijo único) y a apretarse el cinturón. Hacen la compra con productos baratos. El pescado es congelado y para un día a la semana. La carne es para los domingos y el pollo lo compran entero porque sale mucho más económico. La pasta, el arroz y las patatas son la base de su dieta. Y los huevos lo habitual en las cenas. Antes de la pandemia, Obdulio, que es técnico de laboratorio, trabajaba en una empresa de catering aeroportuario. Estuvo en ERE al principio de la pandemia, pero finalmente, la empresa, una sociedad de capital luxemburgués que ya llevaba otros dos EREs anteriores, acabó echando el cierre en noviembre del año pasado. Desde entonces, lleva buscando trabajo en lo que sea. Porque el paro se le acaba y las perspectivas no son nada halagüeñas.

Hace una semana, habían ido al centro a mirar ropa para las niñas, a una tienda en liquidación. En una de las calles peatonales, se encontraron con Serapio, un antiguo compañero del catering, él trabajaba en las cocinas, que se fue a la calle en el ERE que la empresa realizó en julio de 2019. No se lo podía creer. Estaba sentado en el umbral de una puerta, bien vestido aunque se notaba que la ropa estaba ya ajada. Tenía un cartel que decía que vivía en la calle y que necesitaba ayuda. Aceptaba comida o limosna. Se pararon ante él, Obdulio preguntó balbuceante, ¿Serapio? Y el mendigo se puso a llorar. ¿Cómo has acabado así? Fue la siguiente pregunta de Obdulio y Serapio les contó su vida desde el despido. La separación de su mujer a consecuencia de las continuas discusiones por la falta de ingresos, los ahorros agotados en pagar una pensión de mala muerte, dónde dormir y hasta la denegación por la Seguridad Social del ingreso mínimo vital aduciendo que en 2019 tenía ingresos.

Obdulio y su mujer, le dieron los treinta euros que pensaban gastar en la ropa de las niñas y se volvieron para casa, con la rabia contenida y pensando que cualquier suceso hogaño tiene abstrusas posibilidades de empeorar.

*****

Desarmados y cautivos

Antes que nada, quiero dejar claro que la historia que hoy quiere poner en antecedentes al lector, está basada en sucesos reales. En twits de personas que dejan capturas de pantalla del móvil denunciando la situación de precariedad coyuntural que arrastramos. Detrás de cada trabajo precario, hay una persona o un grupo de ellas que se está enriqueciendo a base de explotación de otras, que para mayor vergüenza, se encuentran en situación de extrema necesidad.

Escribía el otro día Helena Resano un subjetivísimo artículo sobre el balance, tras cinco años, para el Reino Unido por el Brexit. Tan subjetivísimo era el artículo, que en esta nota de prensa de Reuters, se dice todo lo contrario. Mientras Resano resaltaba la caída de la economía británica por el Brexit, Reuters habla de que el martes 22 de junio la economía manufacturera del Reino Unido, había alcanzado un aumento RÉCORD desde antes del inicio de la pandemia en 2019. Y eso a pesar de los problemas mundiales con los suministros y otras mercancías actuales.

En ese mismo artículo Resano hacía mención a la falta de camareros en el Reino Unido como consecuencia de la salida del espacio Schengen por el Brexit. Y esto es una media verdad que se convierte en falacia. La falta de camareros no es en sí problema del Brexit, sino de las condiciones laborales y salariales que este sistema del hijoputismo está generalizando a nivel mundial. (Los dogmáticos llaman al hijoputismo, liberalismo, sin tener ni puñetera idea de lo que eran los liberales del siglo XIX enfrentados al conservadurismo). Ya he repetido muchas veces que aquella globalización prometida como la panacea económica mundial, lo único que globalizó fue la precariedad laboral, trayendo al primer mundo, las condiciones de miseria laboral de Bangladesh, India, Myanmar o Thailandia. La falta de mano de obra precaria, también ha sido objeto de debate en el imperio, dónde Biden, el presidente que mejor representa este nuevo hijoputismo en el que se dice respetar los derechos políticos y civiles de los ciudadanos, mientras se legisla para obligarles a trabajar en condiciones de explotación, o para que sean apaleados por las fuerzas del orden en cuanto protestan o para que se les arruine económicamente a base de sanciones administrativas, cuando no, como en USA, acaban en la cárcel privados de sus derechos más elementales, ha hecho una magnífica performance de comunista radical, aconsejando a los empresarios del imperio, que si no tienen obreros para la recolección de los campos o camareros, que les paguen más. Lo que es una burla porque conocíamos a través de la periodista de RT (Russia Today) Helena Villar que el propio partido de Biden, el Partido Demócrata, acababa de retirar la promesa de aumentar el salario mínimo federal que sigue dejando a los trabajadores del imperio en el umbral de la pobreza.

El problema de la falta de mano de obra, en USA viene dada por las políticas migratorias del Trumpismo. Muchos de sus votantes, terratenientes con extensiones agrícolas llenas de frutales, viñedos o verduras, en California o Arizona, ya advirtieron en su día de lo que iba a suceder, cuando clamaban contra la expulsión de miles de hispanos.

Pero la falta de mano de obra no es en realidad cierta. En España también se quejan los empresarios de esa falta de mano de obra y tenemos 3.781.250 seres humanos apuntados en las listas de demanda de empleo. En el Reino Unido los registrados alcanzan más o menos el millón y medio y en USA algo más de nueve millones. ¿Cómo puede faltar mano de obra entre tanto demandante de empleo? Este sistema de explotación humana, dónde lo importante es acumular individualmente más y más ganancia, sin mirar a quién hay que dejar en la cuneta para conseguirlo, no tiene dificultad para ofertar empleo. Lo que tiene dificultad es para encontrar seres humanos suficientemente jodidos como para aceptar cualquier trabajo, a cualquier precio. Así, leíamos hace unos días que la policía detenía a 43 personas por extorsionar laboralmente en explotaciones agrícolas en Torrepacheco (Murcia) a 25 migrantes a los que pagaban 1 euro por caja de fruta recogida y les hacían trabajar 7 días a la semana. Esa es la realidad. Lo que hay no es falta de camareros o temporeros, sino falta de decencia. Falta de escrúpulos para dejar de maltratar a mujeres y hombres a los que contratan para la recogida de fruta, como la fresa, y los alojan en chabolas echas con palets, sin luz ni agua corriente. Ellas, además sufren acoso y abusos sexuales. Falta de humanidad cuando pretendes que un camarero haga las horas en tu bar que no haces tú, pero en lugar de pagarle lo que le corresponde, le sometes a lo legislado para un contrato de media jornada, sin días de libranza y con un salario de esclavo.

Cuando los neonazis del moco verde y los del partido de la corrupción sistémica se oponen a legalizar la migración, en realidad lo que están haciendo es asegurarse que la explotación laboral siga siendo permanente. Mientras en público dedican matracas diarias a proclamar los males de la inmigración y sobre los motivos de los migrantes para venir a España (a robar, dicen o a cobrar subvenciones), en privado los contratan bajo cuerda, sin contrato, condiciones o derechos. Eso, asegura que cualquier otro trabajador en situación desesperada tenga que aceptar el trabajo en las mismas condiciones deplorables que el migrante, porque como el propio empresauro sin escrúpulos dice, si tu no quieres, tengo otros cien en la puerta esperando. Y eso crea un efecto mariposa en el mercado laboral. Porque ante la falta de escrúpulos empresariales y, hasta ahora, la parsimonia, dejadez y/o incuria de las Administraciones públicas para realizar inspecciones, la ilegalidad laboral se extiende en pandemia. Hace poco más de dos lustros, los mileuristas eran parias laborales a los que los sandios que habían dejado la escuela y se dedicaban a poner ladrillos u hormigón, sin más formación que la de haber estado seis meses de peón, despreciaban. Hoy, mil euros de salario son un sueldazo de la ONCE. Y eso a pesar de la subida del salario mínimo de hace un año. Subida, por cierto que no cumple la administración con sus funcionarios, dónde a cualquier grupo por debajo del A se le paga un salario base inferior al salario mínimo.

Esta precariedad además provoca deficiencias en la ejecución laboral. Es habitual que quién trabaja precariamente en la construcción, ponga baldosas, lo mismo que cañerías o haga enyesado de paredes. Y como dicen en mi pueblo, aprendiz de todo, maestro de nada. Así tenemos calles en las que se acumula el agua porque la acera está más baja que la alcantarilla, suelos con picos con los que tropiezas o goteras a los dos meses por una mala soldadura de la tubería.

Estamos en la coyuntura de una nueva edad media. El sistema de representación ciudadana no funciona porque los representantes no respetan a los representados y no legislan para ellos, sino para los lobbys. Unos grupos empresariales que aseguran el futuro de los aviesos, fuera de la política, en Consejos de Administración con trabajo ficticio y salarios descomunales. Así, las condiciones de vida no han hecho nada más que empeorar desde la estafa bancaria de 2008. Confundimos la libertad, con hacer lo que creemos que nos sale del higo mientras estamos limitados por la barrera intangible de la represión, la de la falta de representación social y nos atan con salarios de miseria, trabajos precarios y hasta suministros de bienes de primera necesidad como la electricidad a precios inasumibles.

Pero estamos contentos, porque nos han quitado la mascarilla. Aunque eso pueda suponer que en agosto estén,  de nuevo, los hospitales a reventar.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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