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Edulcorantes y ciencia

Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Nacido en Valencia el 4 de Junio de 1961. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Madrid en 1986. Especialidad de Psiquiatría. Ejercicio actual en el Hospital Universitario La Paz.
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análisis

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Como es frecuente últimamente, numerosos medios al unísono han lanzado de modo sensacionalista (con un imperioso tinte de alarma y urgencia para la salud) la noticia de que los edulcorantes son extremadamente peligrosos, ya que, no sólo no reducen el peso, sino que se relacionan al temido síndrome metabólico (obesidad, hipertensión, sedentarismo) un factor de riesgo clave para fallecer de enfermedades cardiovasculares.

Noticias contradictorias sobre los edulcorantes, asociados a distintos tipos de cáncer o a la hipertensión llevan produciéndose desde hace décadas sin una gran repercusión general ya que muchos de los estudios asociados no salían del ámbito profesional y, en cualquier caso, no trascendían como un grave riesgo para los ciudadanos en los medios de comunicación (yo prefiero llamarlos de propaganda) Como todos sabemos los edulcorantes se utilizan como sustitutos del azúcar en ciertas enfermedades crónicas como la Diabetes y son empleados  por muchas personas que viven obsesionadas por su figura y su peso en este mundo narcisista en el que nos ha tocado vivir. De hecho su consumo no ha dejado de crecer y forman parte de la composición de numerosos productos de la cesta de la compra y de una gran cantidad de bebidas “light”. Sus detractores aducen que los edulcorantes (sacarina, aspartamo, eritritol y una larga lista) tienen un poder endulzante cientos de veces superior al del azúcar pero que al no poseer contenido alimentario alteran la sensación de saciedad y paradójicamente hacen que las personas coman más y más despreocupadamente. Este es un somero resumen de un negocio que proporciona múltiples beneficios en la dura competencia que se mantiene dentro del conjunto del comercio con la salud. No, en Somalia no se plantean estos problemas.

Por otro lado, la industria del azúcar proporciona ganancias igualmente generosas (he leído que hasta 70.000 millones de dólares anuales) ya que cada persona puede llegar a consumir más de 20 Kilogramos de azúcar al año. El azúcar (la glucosa) es absolutamente indispensable para el funcionamiento del organismo (y de hecho el alimento exclusivo del cerebro) y lo ingerimos en cualquier dieta equilibrada en condiciones normales. Pero los azúcares refinados de gran cantidad de productos industriales poseen además un alto poder adictivo y pueden llegar a ser nocivos y favorecer ese ya mencionado síndrome metabólico. Hace unos años, nos enteramos, sin gran sorpresa por otro lado, que la industria azucarera había pagado generosas donaciones a  “expertos” de universidades tan prestigiosas como Harvard, para investigaciones que desviaran la atención del azúcar como factor de riesgo metabólico sobre las grasas saturadas. Son estudios, por tanto, manipulados y sesgados que datan, algunos de ellos, de hace más de 50 años. De hecho, aunque los estudios sobre los edulcorantes son contradictorios, el consenso científico sobre los problemas físicos del consumo crónico de alimentos ricos en azúcar refinado (bollería y golosinas que tanto están favoreciendo la obesidad infantil) se encuentra mucho más asentado.

Lo que sobre todo es irritante de toda esta controversia (ya digo, nada novedosa) es la utilización de la palabra “ciencia “en vano, para sostener afirmaciones propagandísticas  como si se tratase de verdades inapelables. La propaganda lo ha corrompido todo. Las revistas científicas han perdido su antiguo prestigio ya que se encuentran financiadas por intereses privados. Los artículos que en ellas se publican y que rápidamente circulan hacia los medios de propaganda de masas, tienen muy poco de científicos y son firmados en muchas ocasiones (con, sin duda, honrosas excepciones) por “expertos” a sueldo (solían llamarse mercenarios).

El gran problema en esta maraña de propaganda es averiguar la verdad. Sí, conozco que el posmodernismo nos dice que la verdad no existe, que es todo relativo (ya se lo decía Poncio Pilatos a Jesucristo…”¿qué es la verdad?”. Ni siquiera eso es nuevo). Pero se trata de tomar las mejores decisiones para nosotros, apabullados por una avalancha de informaciones que se ofrecen como cruciales para nuestro bienestar y nuestra salud. ¿Ya no podemos consumir edulcorantes? ¿Tenemos que comprarnos un coche eléctrico? ¿Ponernos mascarillas? ¿Quitarnos mascarillas? ¿Reñir a nuestros hijos? ¿No hacerlo? ¿Vacunarnos todos los meses? ¿No darnos disgustos cuando acaben las vacaciones? ¿Colonoscopias anuales, diarias, semanales?

La “ciencia” ya no puede proporcionarnos respuestas. Primero porque se encuentra corrompida y “los expertos” suelen ser todo menos personas desinteresadas y benévolas aunque pontifiquen como oráculos omnisapientes. Y segundo porque la “ciencia” no ofrece respuestas claras, ni tiene motivo para ofrecerlas, a muchas de las cuestiones de la vida (los sentimientos, el amor, la conciencia, la educación, la libertad….) El método científico es incompleto para muchas realidades humanas. El observador influye demasiado en lo observado.

 Más valdría que recordásemos la clase de Filosofía que trataba de los criterios que orientan sobre la verdad de una afirmación. Si concuerda con lo que nos dicen nuestros sentidos, si es lógica, si se adecúa a la realidad de lo que observamos, si es útil, si existe consenso (y para eso hay que informarse) si es evidente, si es coherente con otras verdades bien establecidas y ante todo dudar del criterio de la autoridad (los expertos) cuando no concuerda con el resto, por muchas estadísticas que nos presenten (la estadística siempre dice lo que uno quiere que diga). Un experto auténtico, además, nunca realizará una afirmación incontrovertible. Como decía el viejo Aristóteles, “el ignorante afirma y el sabio duda y reflexiona”. Yo añadiría que los vendidos y  corruptos también afirman con demasiada insistencia y ausencia de pudor.

En resumen, hoy por hoy, la “ciencia “no puede afirmar nada con certeza sobre el perjuicio de la sacarina o de la stevia. Parece de chiste que  la propaganda vestida de ciencia no haga más que amargarnos la vida, ahora con los edulcorantes. Expectante estoy esperando al nuevo peligro.

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