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El cuñado que surgió del frío (III)

(Esta historia está basada en hechos reales, pero escrita planteando una situación en clave fantástica, dado que la realidad supera a la ficción y resultaría demasiado inverosímil para creérsela)

Manuel F. García
Manuel F. García
Manuel F. García es activista sociocultural. Colabora como voluntario en varias asociaciones de actividades sociales, culturales y deportivas adaptadas a personas con diversidad funcional. Ha participado en proyectos educativos como alfabetización de adultos, formación profesional y ocupacional.
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análisis

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El periodista ya no pudo más; el miedo que sintió cuando se salvó por poco en el incendio de su coche eléctrico en plena carretera de montaña nevada, el frío y el cansancio acumulado desde que llegó al centro psiquiátrico, sin abrigo, cubierto con una manta de hospital como si fuese un demente más, sin serlo; la tensión imprevista provocada por la confusión que no supo aclarar con el enfermero de la entrada, y el desánimo al haber enfocado tan desastrosamente mal la consulta con el psiquiatra, le pasaban por fin factura; se había esforzado en todo momento en aparentar calma y serenidad. No quiso arriesgarse a que le administrasen un calmante y acabara tan sedado y aturdido como algunos de los pacientes del autobús en el que llegó, viendo cómo los manejaban con total docilidad; si eso le pasara, podía quedarse en ese centro psiquiátrico quién sabe para cuantos días, o semanas, o…
Ahora se daba cuenta, al relajarse después de darse por vencido, que nunca tuvo ningún sentido mantener el discurso coherente que quiso defender pensando que allí, en esa otra dimensión de la clínica mental, podía manejarse con los mismos argumentos y la misma habilidad y seguridad que en el mundo de las influencias y los intereses sociales.
Era hora ya de izar bandera blanca, e intentar que el médico se compadeciese de él, que entendiese que había tenido miedo, miedo de haber sido tomado por loco, y confiar en que eso demostrase sensatez y sentido común.

-Creo que debo disculparme por mi actitud, doctor…
-Oh, no, por favor,  no me llame doctor; no soy médico…

La puerta de la consulta se abrió en ese momento, y asomó medio cuerpo –enorme- del enfermero de la entrada que recibió al periodista, y que le había llevado a esa consulta, diciéndole que esperara a que le examinara un psiquiatra, a fin de aclarar la confusión de si él era un interno o no del centro.
El sanitario se dirigió al periodista, que giró la cabeza en su dirección, totalmente desconcertado por la revelación del “no-médico” con bata blanca que le había estado atendiendo todo aquel tiempo, sentado al otro lado de la mesa.

-Hola, siento la espera; ya puede usted pasarse por la recepción principal y allí podrá llamar para que puedan venir a buscarle. El conductor del autobús que le trajo ha venido hace poco; tuvo problemas para aparcar el vehículo, por la nevada que tenemos hoy, pero ya nos ha contado que le recogió en la carretera  y lo que le pasó con el coche eléctrico.
Le pido disculpas por la confusión, pero entienda que hoy tenemos muchos problemas por el frío que hace; en diciembre, aquí, en la montaña, esto suele pasar…

El enfermero se dirigió entonces al “falso doctor”.

-¿Está usted aquí? Es muy tarde; debería volver a su habitación; la calefacción ya funciona otra vez. –Se percata de la ropa que lleva puesta-. ¡Anda!, ¿de dónde ha sacado esa bata?
-Estaba sobre el mostrador de la planta; tenía frío y la cogí prestada, porque no había nadie por allí, lo siento. Ahora la devolveré. Gracias. –El enfermero hace amago de marchar, pero ve que se le ha caído al manta al periodista-. Tápese con la manta, por favor, que hoy hace mucho frío, y por la noche aún más.

Tras desaparecer el enfermero tras la puerta cerrándose, el periodista se queda un segundo con la cabeza girada hacia la puerta. Vuelve a mirar muy despacio al doctor, quien permanece en actitud tranquila.

-¿No es usted médico?
-No. No soy médico, no le dije que lo fuese, pero soy abogado; estoy también sometido al secreto profesional, pero no es lo mismo, claro. –y, al ver la cara paralizada del periodista, añade, en tono normal-, ¿por qué no hacemos una cosa?, considere un golpe de suerte que en lugar de haber hablado con un psiquiatra con facultad de diagnosticar, haya usted hablado con su abogado defensor; le aseguro que así es como me he tomado mi papel con usted.
-Pero, usted ha entrado en la consulta y ha hablado conmigo, me ha hecho preguntas siendo abogado y no médico. ¿Por qué lo ha hecho?
-Porque he presenciado la escena de su entrada en el centro, la confusión con el enfermero, que le tomó por un interno más, al verle bajar del autobús con la misma manta que el resto de pacientes; vi su miedo, y cómo le metían en esta sala; me imaginé su angustia aquí, mientras esperaba, y me pareció todo tan extraño, que decidí ver qué había detrás de toda esta situación. También es verdad que opté por actuar con mucha discreción al principio; podía ser que usted fuese un interno fabulando esa historia, pero también podía decir la verdad, y este centro se hubiese metido en un problema considerable, en ese caso. -Miró al periodista, que seguía esperando más información, y prosiguió-. Soy abogado del departamento jurídico de la corporación empresarial que privatizó este psiquiátrico.

El periodista se tomó un tiempo para asimilar esa información. Luego preguntó.

-¿Y por qué no me lo dijo en toda la conversación?
-Justo iba a decírselo cuando entró el enfermero. La verdad es que no esperaba que nuestra conversación derivara por esos derroteros. Si bien tuve claro que usted no es un demente, sí que llegué a preocuparme cuando vi que usted era capaz de ver al colectivo de gente que piensa diferente como si fuesen “enemigos peligrosos”. Metía usted en el mismo saco a gente honesta, a científicos y expertos muy acreditados, y que además son mayoría, pero no son mayoría por haberse creído la propaganda, sino porque sus argumentos son coherentes, verificables y desinteresados; el único beneficio que obtienen es el bien común, al contrario de los que quieren implantar la creencia climática, que lo hacen por puro interés especulativo. Es cierto que tengo un hermano meteorólogo y otro geólogo, y estoy al tanto de la discusión climática, pero yo siempre la he visto desde la perspectiva científica y de derechos y libertades, y no desde el filtro de la política o el interés especulativo.
-¿No estaba debatiendo conmigo, entonces?
-Le aseguro que no; me sentí identificado con usted desde el principio, porque yo pensaba igual hace unos años. Pero por mis hermanos pude documentarme muy bien, con información que no llegaba al gran público. Ya hace tiempo que supe que el verdadero “peligro”, el verdadero “daño” que se está haciendo a la población lo está causando precisamente las medidas contra el falso calentamiento global. Con los acontecimientos que se han ido produciendo, y con la información veraz en la mano, las cosas sí que encajan: el verdadero peligro es la politización de la ciencia, porque se ha pervertido la información, dando por buenos análisis y conclusiones exageradas y falseadas.
Y por otro lado, las políticas ambientales apoyadas por las agencias e instituciones carecen de rigor científico11, y eso está teniendo consecuencias muy graves, no solo por la mayor contaminación que supone la conversión a las “energías sostenibles” –eólicas y fotovoltaicas, que no son degradables y contaminan no sólo sus residuos sino su fabricación-, sino también por las restricciones de medios y productos necesarios para el día a día de la gente de la calle, los trabajadores y los profesionales. Aplicar “soluciones imaginarias” a problemas inexistentes con costes y riesgos impredecibles va a ocasionar muchos perjuicios.
El CO2, por ejemplo, es un gas imprescindible para la vida; no es contaminante, como la propaganda del calentamiento intenta promover. Hace 500 millones de años su cantidad en la atmósfera era 20 veces mayor que ahora, y es cuando las plantas alcanzaron su mayor nivel de desarrollo en el planeta12. Ahora sólo queda un porcentaje residual del 0,04%, y es la cantidad mínima con el que las plantas subsisten; el poco aumento que la actividad humana haya podido añadir ha favorecido la reforestación del planeta y lo más importante, a la agricultura para combatir el hambre. Si se aplica una política de reducción de esa cantidad mínima, se pone en peligro la base de la vida en la Tierra: las plantas. –El abogado suspiró relajadamente, como señal de que concluía su razonamiento; miró al periodista, que parecía estar ya más sereno, y añadió:- Por eso insistía tanto en contrastar sus afirmaciones con mis datos. Usted es periodista, una voz influyente, un comunicador; usted puede revertir el daño que los políticos y los especuladores están haciendo con esta nueva  “iglesia de la calentología”.

El periodista lanzó otro suspiro relajado; se hallaba con la mirada bajada, pero con una ligera sonrisa dibujada en su boca. Habló con una serenidad y con un tono de voz apaciguado.

-¿Sabe qué me pasó cuando el conductor del autobús me recogió en medio de la carretera nevada, y me dio la manta, para que sentase junto a los enfermos psiquiátricos? Mi pensamiento se aclaró por primera vez desde hace muchos años. Acababa de librarme de morir quemado en ese coche eléctrico, que no me gustaba usar, por incómodo, caro e ineficaz, pero que tenía que conducir por conveniencia social, y cuando me vi a salvo en el autobús, se despejó de mi mente el parloteo mental que el estrés y la preocupación por el trabajo llevaba encima como un enjambre de pensamientos. Ahí vi el sinsentido al que había llegado, tras años de estudio, de carrera y de esfuerzo; empecé en mi profesión creyendo en la ética profesional y en el derecho a la información veraz para la gente, pero tienes que vivir de tu trabajo, y para trabajar has de ir con la corriente a favor, con la línea editorial en línea con tu trabajo…
-Le entiendo perfectamente.
-Todos esos argumentos que usted citó los conocía por encima, pero los relegué, porque en mi trabajo no puedes remar contra corriente, si quieres estar  “en los primeros puestos”. Vi documentos de científicos honestos que explicaban cómo tuvieron que elegir entre tirar por la borda 10 años de carrera de climatólogo, o aceptar las subvenciones y ayudas para seguir trabajando, pero a condición de que sus estudios, informes y conclusiones respalden la línea oficial.
Me enteré que el gobierno de EEUU destina unos dos mil quinientos millones de dólares anuales directamente a la investigación climática. Todo ese dinero invertido en subvenciones de investigación está en esos informes que hacen que parezca que la mayoría de la comunidad científica respalda la postura política oficial, aunque no sea cierto13.
-Lo sé.
-…Y como periodista, me vi cada vez más arrastrado por la corriente de la línea editorial; primero me limitaba a publicar datos ya cocinados, aunque sabía que estaban fabricados por encargo de quienes pagaban, pero luego, cuando tenía que opinar, analizar, dar mi opinión, ya no pude salirme del relato oficial que ya me arrastraba corriente abajo, porque, sencillamente me quedaba sin trabajo, y tiraba por la borda toda mi carrera… -Otro suspiro-.Y mi puesto hubiese sido rápidamente ocupado.
Hay muchos mercenarios voluntarios en este mundo al que pertenezco, doctor… quiero decir, señor letrado…

Ambos hombres se miraron un instante. Tocaba despedirse, pero el hombre dela bata blanca, que no era médico, aún tenía algo que decir.

-Quiero corresponder a su sinceridad siendo yo también sincero con usted, dado que los dos nos debemos al secreto profesional. El mundo al que yo pertenezco es idéntico al suyo, amigo mío.
Desde hace unos cuantos años yo velaba por los intereses de una gran corporación que especulaba con la salud. ¿Ha oído alguna vez el dicho “Cada paciente que curas es un cliente que pierdes”?, entre mis colegas lo decíamos de forma anecdótica, pero cuando llegó el Covid19, y las medidas que se tomaron, ahí me di cuenta al poco tiempo de que se trataba de una gran operación de marketing, de la operación de negocio sucio de mayor alcance que jamás había conocido. Vi cosas en mi trabajo que sólo había leído cuando me sacaba la carrera, en el máster de derecho internacional, estudiando el proceso de Núremberg, cuando se juzgaron a los médicos del III Reich, -los que ejecutaron las estrategias de eugenesia y reducción de la población, a sus propios conciudadanos…-. Esto me hizo enloquecer, y no sólo en sentido figurado.

El periodista prestaba atención con los ojos muy abiertos.

-Ingresé en este hospital, que forma parte del grupo empresarial. Soy un paciente más, pero me tratan con especial deferencia. Me ocurrió exactamente lo mismo que a usted; en todo este tiempo tuve tiempo de reflexionar. Lo que nos hicieron con el falso relato de la pandemia que nunca fue, es exactamente lo mismo que nos hacen ahora con el falso relato de calentamiento que nunca fue. Las estrategias, la agenda política, la postura oficial defendida por los medios de comunicación, los poderes públicos, los sectores sociales… esa corriente que tan poca gente se atreve a negarse a seguir. Ahora me arrepiento de no haber reaccionado. El dejarme arrastrar es lo que me hizo enfermar.
Por eso cuando le vi en aquella situación, tan asustado, me vi a mi mismo cuando sufrí mi primer ataque de ansiedad… me sentí solo, y ni mis éxitos profesionales, ni mi prestigio, ni todo el dinero que gané me sirvió para curarme.
– ¿Sabe?, me ha hecho usted darme cuenta de algo. –El periodista estaba profundamente impresionado-. Tanto los médicos, los abogados como los periodistas, tenemos en común el mismo compromiso importantísimo al que nos debemos en nuestra profesión:
El rigor. Si trabajamos de forma rigurosa, podemos incluso salvar vidas, y si nos descuidamos, o caemos por la pendiente deslizante de la ambición, podemos causar mucho daño, mucho sufrimiento…

-Pienso lo mismo. -sonríe-.
Bueno, en pocas horas iniciamos un nuevo año… Quién sabe si podemos cambiar las cosas para mejor.
Debería ir ya a llamar a algún familiar para que vengan a buscarle. Ya es tarde.

Los dos hombres se levantan y se dirigen a la puerta, que abre el hombre de la bata blanca -que no era médico-, para dejar salir al periodista,  el cual se detiene y le dice:

-Ahora caigo en la cuenta que aún he de pasar por el trago más difícil de la noche, antes del cambio de año.

-¿Sí?, ¿cuál?

-Que sólo me sé de memoria el teléfono de mi hermana, y es seguro que vendrá su marido a buscarme.
Y mi cuñado es la persona que más discute conmigo. Después de haber estado diez años chinchándole llamándole “cuñado”, ¡ahora tendré que reconocer esta noche que tiene razón o me deja aquí!

-Bueno, hay que ser honestos; desde el punto de vista de él, el cuñado es usted.

Los dos hombres rieron, y entonces,  estrecharon sus manos, deseándose un feliz cambio… de año.



NOTAS:

  1. El podcast con la editorial de César Vidal ya citado en la segunda parte de este relato habla de este aspecto socioeconómico importante que se resalta en la parte final de la Declaración Climática Mundial, firmada por 1.600 científicos y expertos, entre ellos dos premios Nobel. https://t.me/esCesarVidal/3781
  2. El empresario y economista Fernando del Pino Calvo-Sotelo lleva ya quince años analizando el fenómeno de la estrategia climática, y en la sección dedicada al cambio climático de su blog https://www.fpcs.es/ posee ya una muy interesante relación de artículos muy bien documentados al respecto, en los que refuta argumentos como la supuesta toxicidad y peligrosidad del CO2. https://www.fpcs.es/laudate-deum-o-el-nuevo-dogma-climatico/
  3. He puesto en boca de ese personaje datos que John Coleman, entrevistado por Glen Beck, cita a partir del minuto 02:48. https://www.youtube.com/watch?v=I9vTspzKPio. Y también datos que John Coleman entrevistado en la CNN, una semana antes de la anterior intervención, cita a partir del minuto 01:35. https://odysee.com/@carlosantonio.plandemia:f/John-Coleman-No-Existe-El-Cambio-Clim%C3%A1tico-1(1):e
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