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“En las ideologías solo hay miseria. Encienden la mente, pero con dogmas dañinos”

El periodista y crítico literario Rafael Narbona presenta en ‘Maestros de la felicidad’ un reconfortante recorrido por experiencias vitales entretejidas con el pensamiento de los grandes filósofos de todos los tiempos en un libro sanador e iluminador

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análisis

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Es más difícil elegir un titular que incluso descartar una reflexión. Así de alto pone el listón Rafael Narbona (Madrid, 1963), quien, por encima de todo y ante todo, es una persona buena. Más allá de reputado crítico literario, ensayista, polemista de redes sociales y profesor de filosofía, destaca por una bonhomía indudable que despliega en su quehacer diario, acaparando adeptos a una orilla y otra del lodazal en que se ha convertido la actual vida sociopolítica patria. Su nuevo libro, Maestros de la felicidad (Roca Editorial), entremete con un equilibrio admirable testimonios personales de una vida de superación de obstáculos con la aportación filosófica de los grandes personajes del pensamiento universal de todos los tiempos, de Sócrates a Montaigne, Descartes o Viktor Frankl. Y todo ello rodeado de su biblioteca de más de 10.000 volúmenes en su casa de un pequeño pueblo castellano, su esposa, Piedad (a quien va dedicado este reconfortante libro), y sus canes. Porque, como ya sentenció Leonardo da Vinci y recoge el propio Narbona en su libro al hablar del genio disléxico, “los hombres que no buscan más que riquezas y placeres materiales están completamente privados de la riqueza de la sabiduría, único alimento y consuelo del alma”.

Tranquilíceme, dígame que su libro no nos hará quizá más felices pero al menos sí nos hará mejores personas, o incluso las dos cosas a un tiempo.

Yo concibo la literatura como una forma de felicidad. Así que mi libro debería producir, al menos, momentos de felicidad. El objetivo de hacer mejores personas a los lectores también entra en mis expectativas. Eso sí, yo no pretendo ser un ejemplo de nada y, menos aún, sermonear. Simplemente, aireo ideas ajenas, ideas que me parecen fructíferas y necesarias, y relato mi vida porque creo que una buena forma de aprendizaje consiste en contrastar nuestra experiencia con la de los demás. El lector decidirá si he cumplido mis metas o he fallado miserablemente.

“La filosofía puede ser más eficaz que un antidepresivo o un ansiolítico”

Precisamente cuando hemos ‘matado’ la filosofía en los planes de estudio académicos, se plantea al fin por primera vez a nivel político la necesidad ineludible de atender la urgencia de las dolencias mentales entre la ciudadanía, que no paran de crecer de forma incesante. Algo no cuadra en este mundo desquiciado que nos ha tocado vivir.

Los políticos se postulan para gestionar la realidad, pero lo cierto es que están muy alejados de ella. Suprimir o minimizar la filosofía en los planes de estudios es un disparate. Significa arrebatar herramientas de comprensión y desarrollo personal a los más jóvenes. Son muchos los pensadores que atribuyen a la filosofía un objetivo prioritario: vivir bien. Y solo es posible vivir bien con sabiduría. Sócrates apunta que la filosofía enseña a morir. Marco Aurelio y Séneca, tan de moda, nos recuerdan que la verdadera dicha consiste en vivir austeramente, reduciendo nuestras necesidades materiales a lo imprescindible. Nietzsche destaca la importancia del ahora y nos pide que no maldigamos la vida, aunque a veces nos duela. La filosofía nos ayuda a mejorar nuestra autoestima y fortalece nuestra mente frente a la adversidad. Puede ser más eficaz que un antidepresivo o un ansiolítico, y crea una dependencia sana y enriquecedora.

Su propia experiencia como enfermo de depresión la plasma en algunos pasajes de su libro. ¿De qué manera puede ayudar a otras personas en este mismo trance vital para que vean la luz al final del túnel?

Se ha generalizado el abuso de los psicofármacos. Algunas personas llevan cuarenta años consumiendo antidepresivos y ansiolíticos, y apenas han experimentado mejoría. Yo acudí al psiquiatra pensando que los psicofármacos me ayudarían, pero solo conseguí que me provocaran un cuadro de agitación. En vez de atribuir la reacción a la química, aventuraron que yo era bipolar. Durante años, conviví con ese diagnóstico, pero leí infinidad de estudios y artículos y descubrí que los antidepresivos podían provocar esas respuestas anómalas. De modo que prescindí gradualmente de la medicación y los síntomas de agitación y euforia desaparecieron. No he conseguido desprenderme por completo de la melancolía, pero he aprendido que el dolor psíquico es una emoción normal y no debe patologizarse. Medicalizar el sufrimiento solo beneficia a las farmacéuticas. Salvo en el caso de los brotes psicóticos, los psicofármacos poseen una eficacia moderada y son muy peligrosos, pues crean adicción, como es el caso de las benzodiacepinas. Creo que es más útil explorar la vía psicoterapéutica y estoy convencido de que el ser humano posee más recursos de los que cree. Mi libro es un canto a la resiliencia, ese término ahora tan de moda. Gracias a la inteligencia emocional, podemos salir de los peores abismos. No somos máquinas programadas. Podemos aprender de nuestras experiencias y reeducar nuestras emociones.

“No pretendo ser un ejemplo de nada y, menos aún, sermonear”

Aporte algunas razones de peso con la que desterrar desde un primer momento a quien quiera creer que Maestros de la felicidad es un libro convencional de autoayuda al uso.

Yo creo que solo hace falta leer unas páginas para advertir que no es un manual de autoayuda. De hecho, es una obra de 540 páginas que narra la historia de la filosofía, cultivando el rigor y la transparencia. Salpicada de experiencias autobiográficas, su prosa es de carácter literario. No hay fórmulas mágicas ni consejos. Solo una invitación a la reflexión y la superación personal por medio de la inmersión filosófica. Es un ensayo inspirado en el modelo de la alta divulgación inglesa, combinado con largos pasajes de carácter narrativo. Pienso que está a medio camino entre El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, y El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder. La vocación divulgativa no implica simplificación, sino cortesía hacia el lector. La escritura es un acto de comunicación, no un lenguaje cifrado o un banal recetario.

Si de algo peca su libro es de un optimismo contagioso. ¿Es usted un ingenuo?

De ingenuo, nada. He vivido el suicidio de mi hermano mayor, la muerte prematura de mi padre y mi hermana Rosa, el Alzheimer de mi madre, y ahora la lucha de mi mujer contra el cáncer. El pesimismo no me parece un acto de lucidez, sino una rabieta infantil. Si nada puede arreglarse, ¿por qué esforzarse en hacer algo? Si un pesimista fuera coherente, abandonaría cualquier iniciativa o se suicidaría. Yo no hago apología del optimismo pueril de los que han tenido una vida fácil, sino de la esperanza y el coraje ante la adversidad. En vísperas de ser deportada a Auschwitz, Etty Hillesum seguía celebrando la vida en su diario y proclamaba su fe en Dios y el ser humano. Ese es el optimismo que yo reivindico. Un optimismo que nace de la responsabilidad y la determinación de no ser una marioneta en manos de las circunstancias.

“No he conseguido desprenderme por completo de la melancolía, pero he aprendido que el dolor psíquico es una emoción normal y no debe patologizarse”

Ha ejercido como profesor de filosofía durante unos veinte años. Ahora ‘triunfa’ con sus comentarios en la red social X (antigua Twitter), un lugar donde el odio es norma y ley. ¿Qué ‘felicidad’ puede encontrar en este ágora?

En ese ágora, hay personas como usted y como yo. Personas que quieren compartir sus experiencias y aprender. Los que, en cambio, cultivan el odio y la calumnia, son una minoría ruidosa y casi siempre esconden su identidad. Gracias a X, he conocido a personas como Alejandro Sanz y Carlos Bardem, lo cual me ha producido mucha felicidad. Sería muy ingrato si echara pestes sobre ese mundo virtual. En un bar también hay mucho chismorreo, pero eso no impide que sigamos acudiendo allí a charlar y hacer nuevas amistades.

Si cada uno de sus lectores decidiera acogerse a un filósofo de cabecera para intentar en la medida de lo posible ser algo más feliz en su día a día, ¿cuál les aconsejaría con los ojos cerrados?

Ninguno, pues me parece muy peligroso tener un filósofo de cabecera. Si quieres aprender, lee a varios autores y contrasta sus ideas. Convertir el pensamiento de un autor en un catecismo es sumamente empobrecedor. Sería parecido a afiliarse a un partido político y repetir sus consignas. Yo recomendaría leer a Platón, que nos habla de la inmortalidad del alma, a Aristóteles, que exalta la amistad, a san Agustín, que nos dice: “ama y haz lo que quieras”. Pienso que la historia de la filosofía es un galaxia muy fértil y hay que explorar todos sus rincones. Incluso Schopenhauer, ferozmente pesimista, nos aporta ideas que contribuyen a la felicidad, como su elogio de la compasión y su amor a los animales.

Ahora que esta sociedad alocada en la que vivimos nos ha llevado a un punto máximo de búsqueda ansiosa de la felicidad a toda costa cueste lo que cueste, más se aferra buena parte de la población, no solo española sino occidental en general, a discursos de odio, exclusión, negacionismo y principios rancios y carpetovetónicos. ¿Esta ‘locura’ sí que no tiene cura?

Yo creo que sí tiene cura. Mucha gente se dejó seducir por el fascismo en la Europa de los años 30 y luego comprendió su error. Pienso en intelectuales como Dionisio Ridruejo, falangista de primera hora y jerarca del franquismo. Renunció a sus privilegios, se enfrentó al régimen, sufrió destierro y cárcel. El radicalismo es muy atractivo en tiempo de crisis. En 2008, yo me aproximé a la extrema izquierda y, al poco tiempo, admití que me había equivocado, lo cual me costó un linchamiento virtual. El ser humano puede perder la razón y votar a Trump, Milei o Abascal o exaltar a Ulrike Meinhof, pero siempre tiene la oportunidad de recapacitar. En los años 70 del siglo XX, muchos jóvenes se unieron a grupos terroristas de extrema izquierda y la mayoría se arrepintió. Algunos militantes de ETA han acabado en el PSOE (Mario Onaindia) o el PP (Jon Juaristi). Es un dato esperanzador.

“Medicalizar el sufrimiento solo beneficia a las farmacéuticas”

¿Entiende la felicidad de ideologías?

En las ideologías solo hay miseria. Encienden la mente, pero con dogmas dañinos. Carecen de una perspectiva crítica. Abrazar una ideología significa renunciar al pensamiento individual, dejar de ser un ciudadano para convertirse en masa. La Escuela de Fráncfort oponía la teoría crítica a las ideologías. El siglo XX se convirtió en un infierno por culpa del fascismo y el bolchevismo, dos ideologías que cautivaron a millones de personas.

¿Dónde puede hallar el ciudadano medio más sensación de plenitud vital: en la izquierda o en la derecha, o en ninguna de las dos?

Yo soy un ciudadano de izquierdas, pero sería un imbécil si no reconociera que un ciudadano de derechas puede hallar en sus convicciones plenitud vital, serenidad y valores éticos de carácter universal. El problema no es izquierdas o derechas, sino democracia o intolerancia. Lo importante es que las ideas no se conviertan en dogmas. Yo aprecio mucho a Raymond Aron, un pensador conservador, y comparto muchas de sus tesis, como que el marxismo ha sido el opio de los intelectuales. El conservadurismo alberga perspectivas muy valiosas, pero un personaje como Trump no pertenece a sus filas, sino a la demagogia más peligrosa. Personalmente, me mantengo alejado de iglesias y partidos, lo cual no me impide simpatizar con la socialdemocracia y la teología de la liberación.

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1 COMENTARIO

  1. Para muestra vale un botón. Lo que dice es prueba de que su ideología es solo miseria.
    Cierto es, que toda ideología conlleva alienación; el problema es, que no existe visión global de la sociedad, ni del hombre, sin ideología.
    Si entendemos la ideología como un sistema cerrado de ideas sin ser contrastadas, estoy con lo que dice; mas, si entendemos la ideología como expresión de una voluntad de mejorar lo real-existente, es necesaria.
    Ahora bien, solo el conocimiento y la ciencia nos hará libres; pero este saber nunca es estático, es dinámico.

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