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Entresijos y falsarios

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Julio José pasea con prepotenciapor las calles de Madrid. Siempre lleva gafas de sol de espejo, como si fuera un madero macarra de esos que salen en las películas del medio oeste de serie B de Hollywood. Su ídolo ha sido siempre Harry el Sucio, en esa magnífica interpretación de Clint Eastwood. Un héroe que se encarga de retirar la basura humana de las calles que tanta falta hace. Claro, qué quién decide quiénes son o quiénes no son escoria a retirar, no es la ley, sino él. Su criterio: simplemente que le caigan mal o que tenga un mal día.

Hace años, cuando cumplió los veintidós y hacía seis que había dejado el colegio porque no le gustaba estudiar, un vecino le encontró un trabajo en una agencia de alquileres de coches. No pagaban bien, pero a cambio, podía conducir desde el aeropuerto a la agencia, coches que jamás podría pagarse; como si estuviera en el circuito de Montmeló, disputando el campeonato de España de F1. Las escasas multas, si las había, no las pagaba él, porque en el registro sólo figuraban las personas que alquilaban los coches y los horarios en los que los dejaban y además, todos sus compañeros de trabajo eran igual de cafres y conducían de la misma forma suicida.

Claro, que, tanto va el cántaro a la fuente, que un día, en una rotonda, se le fue el utilitario que conducía como si fuera un Maserati. Ese día la horma de su zapato había decidido visitarle. Otro conductor igual de imbécil, no frenó, ni se apartó para que pasara en un ceda al paso. JJ acabó estampándose contra el vallado de la acera y de rebote, hiriendo leve a una señora que paseaba tranquilamente por la zona. El despido, no tardó en llegar. Hubo que hacer atestado y claro, en él, figuraba el conductor.

El abuelo de JJ había sido guardia civil y su tío seguía la tradición familiar. Además, era un señor que había estudiado derecho y criminología y ascendido hasta capitán. Fue él quien le dijo que se preparase las oposiciones para la policía municipal. Pero aunque podría echarle una mano en las pruebas teóricas si los conocimientos eran suficientes (es decir, tenía que hincar codos) era imposible hacer nada en las pruebas físicas por lo que debería entrenarse concienzudamente. Y así lo hizo. Y aprobó. Y, ahora, más chulo que Clint Eastwood se dedica a putear a los que aparcan regular y a todos aquellos que a él le parece que conducen como él lo hacía en la agencia de vehículos de alquiler.

No es que sea un corrupto propiamente dicho porque él no saca nada de su comportamiento. Ni tiene comisión por multas puestas ni está mejor considerado. Simplemente le gusta pensar en el sufrimiento que provoca a sus víctimas cuando ven la receta pillada con el limpiaparabrisas del coche multado. Es muy dado, por ejemplo a multar a quienes pisan un pelín la raya blanca que marca la isleta en una plaza que está situada junto a una rotonda en el lugar dónde tenía su sede la agencia de alquiler de coches. Sobre todo si el coche es grande y costoso. Cree que alguna vez el coche será de alguno de los jefecillos que tenía en la agencia y le reconforta pensar en la venganza. Su ensañamiento es tal que ha llegado a multar a coches que estaban correctamente aparcados, y como el Ayuntamiento no suele hacer caso en los pliegos de descargo, ahora, se ha corrido la voz y casi siempre la plaza está libre porque nadie de los alrededores quiere arriesgarse a una multa.

Otro sitio dónde practica su mala hostia es el barrio dónde está situada la comisaría. Llevan varios meses de obras, con calles cortadas y aparcar es misión imposible. Hay una zona de adoquines bastante grande que no tiene tránsito peatonal o es escaso. Muchos de los repartidores y trabajadores de las obras, dejan allí sus furgonetas. Un vecino ha colocado un papel dentro del coche, explicando que necesita el coche a la puerta de casa porque tiene a su mujer enferma y sale con frecuencia al hospital. Otro vecino, ni busca aparcamiento. Simplemente lo deja siempre en los adoquines. Hay otros vecinos que entran y salen ocasionalmente para carga y descarga de la compra. Pues ya ha sucedido varias veces que ha multado a vehículos de algún vecino que han dejado el coche unos minutos para descargar mientras las furgonetas, el jeta que siempre aparca ahí y el del papel de advertencia, jamás han recibido una sanción.

Claro que el caso más escandaloso fue el día que multó a la farmacéutica por tener la rueda un centímetro pisando un bordillo de una acera baja, mientras que frente al chino, que es todo acera aparcan sobre la misma, todos los días, vehículos durante toda la mañana, incluida la policía, sin que pase absolutamente nada. No es que el chino el hombre les regale nada para que no multen. Es que es así de sinvergüenza.

La gente está un poquito harta de tiparraco. Ha presentado varias quejas en la comisaría aledaña. Y la respuesta es siempre la misma: es su palabra contra la de un agente de la ley.

Ahora, ¿de quién es la culpa, del policía «colgado» o de quién sabiendo su comportamiento se lo sigue permitiendo?

*****

Entresijos y falsarios.

Hace unos días, por circunstancias que no vienen al caso, tuve ocasión de ver unas imágenes en la TV. Quién, al parecer era un jugador de futbol del Almería, decía que no podía hablar porque después le sancionaban por haber dicho su opinión en público.

No soy yo muy futbolero, aunque si estoy al día, sobre todo por lo que se «cuece» en casa. Y lo que pasa en España con el fútbol solo es el arquetipo de lo que sucede en la sociedad o en la política. En general los hinchas de fútbol sólo son hooligans que desprecian absolutamente todo de los demás equipos con especial inquina sobre uno de ellos al que consideran «eterno rival». En general, los estamentos del futbol están llenos de personajes de dudosa moralidad, de escasa honradez y mucho embeleco. En general los árbitros son personas poco dadas al diálogo, bastante déspotas que creen que el poder está para ejercerlo al antojo y albedrío según simpatías y que en la mayoría de los casos, ni siquiera sacan provecho de ello, sino que lo hacen por adicción o fascinación. A eso se le suma que algunos de los dirigentes son verdaderos canallas que aprovechan esas circunstancias humanas para, mediante regalos, invitaciones al palco y otras miserias, ganarse la voluntad de los belitres. A eso se le suma también una cantidad infinita de marranalla de la pluma y el micrófono que, también se mueven por intereses personales, afinidad política y en los casos más contundentes por el óbolo económico que produce directa o indirectamente estar al servicio de uno de esos rufianes que presiden los clubs como forma de enaltecimiento personal y de atender negocios oscuros.

El arbitraje es como la judicatura. Decía el otro día Joaquin Urías, profesor de derecho constitucional y exletrado del Tribunal Constitucional, en X: «En la situación actual y con las leyes que hay cualquiera que se enfrente a los poderes reales del Estado puede ser acusado de terrorismo por un juez sin escrúpulos. Y hay muchos. Por eso es inútil y contraproducente incluir el terrorismo en la ley de amnistía.». Que una persona cabal, que ha sido juez del Constitucional y que se dedica a dar clases sobre derecho constitucional, reconozca que en España hay jueces sin escrúpulos y que no son casos aislados, es para echarse a llorar. Vivir en un país dónde el «por mi huevismo» es la base fundamental sobre la que se dictan sentencias, y dependiendo de tu ideología, lo que molestes al régimen o lo importante que seas, tienes desde patente de corso para cometer casi cualquier delito hasta «comerte» nueve años de cárcel por hacer canciones, es una infamia. Que la sociedad crea que esos comportamientos aunque intolerables son de escasa importancia porque nunca les va a tocar, indecente. Que los políticos se esfuercen en hacer leyes rebuscadas para intentar frenar estas decisiones, que además acaban siendo peores que la propia enfermedad judicial, es tremendamente obsceno. Que haya que puentear mediante una ley de indulto a un juez en lugar de someter a ese togado a expediente por prevaricaciones varias, y apartarle de una vez de un trabajo que a todas luces está ejerciendo mal es propio de un país bananero. Que sus ilustrísimas señorías crean que criticar sus decisiones con criterios legales es punitivo o que incluso tengan la osadía de sentirse tan intocables como para emitir desde sus instituciones notas de prensa advirtiendo que es intolerable que un periodista diga que hay alcoholismo entre ellos, es el baremo perfecto para determinar su insolencia de creer que están por encima de la ley y de cualquier estamento constitucional.

El fútbol sirve además como molde explicativo de un comportamiento que denota el comportamiento general esta sociedad del #idioceno en el que vivimos. Mientras se le dedican [al fútbol] cientos de horas de programas de radio con millones de escuchantes, mientras produce comportamientos enjundiosos y hasta disparatados en defensa de los colores, mientras casi todo el mundo parece ser consciente de las barbaridades cometidas en un arbitraje, se olvida, se minimiza, se tamiza todo lo demás, como si la vida, la política, el medioambiente, la ecología o las condiciones laborales no fueran importantes haciendo que se olvide que estamos en una sociedad del deliro que se está «fumando» el futuro y consumiendo los recursos de nuestros tataranietos.

Y aplaudimos con las orejas que en enero haya 28 grados en Sevilla. O 18 en Burgos. ¡Es maravilloso poder estar en la playa en bañador en el mes de enero!, decía el otro día una turista en Benidorm. ¡Qué maravilla que el presidente del gobierno se dedique a ampliar el puerto de Valencia, saque adelante el proyecto del PP para ampliar Barajas o El Prat o que la niña de la curva traiga la Fórmula 1 a Madrid! Los vecinos encuestados por la TV, encantados. ¿Para qué van a pensar en el ruido, en la polución y los cortes de tráfico que les impedirán hasta entrar en sus casas durante al menos una semana? ¿Para qué pensar en la especulación inmobiliaria? ¿Para qué pensar que el GP de Valencia que tampoco iba a costar ni un céntimo acabó sacando al menos 308 millones de los contribuyentes?

Pan y circo. Siempre ha sido así. El gobierno más progresista de la historia, al que se le llena la boca sobre la vanguardia de la sostenibilidad en la acción climática, sólo es un retardista. El cambio climático no solo existe, sino que somos la primera generación de humanos que podemos dar fe en nuestras propias carnes dicho cambio. Los que somos suficientemente mayores como para recordar la niñez de calles de barro, de traperos que vivían de recoger y vender ropa vieja, de los últimos sustancieros que sacaban unos reales por llevar de casa en casa un hueso de jamón que alquilaban para hacer caldo o de los serenos que servían sobre todo como informantes políticos de la policía, podemos dar fe de las nieves perpetuas en las montañas, de los carámbanos que colgaban durante meses de los tejados de los corrales, de los inviernos de octubre a junio, de las aguas subterráneas que manaban en cuanto escarbabas un poco, de los sembrados de algarrobas o yeros en los que la paja era tan importante como la simiente porque era el sustento del ganado, de la lluvia que empapa y no se lleva todo por delante, del aire puro, de los muñecos de nieve, de las botas katiuskas, de los charcos en mayo, de las siestas a la sombra del carro con manta,… Ahora, también podemos dar fe de cómo en siete días se pasa de tener autovías cortadas por la nieve a no quedar absolutamente nada. De como en Somosierra, a 1.433 metros sobre el nivel del mar, se pasan en cinco días desde los 10 grados bajo cero hasta los 20 grados. De cómo el deshielo precipitado inunda campos y poblaciones que en verano sufrirán cortes de agua por la sequía de los acuíferos.

La idiocia aplaude con las orejas capciosos proyectos como la ampliación del aeropuerto de Bajaras, que en realidad no amplían nada y de lo que se trata es de una nueva gigantesca operación inmobiliaria (como Chamartín) en la que se trata de urbanizar 323 hectáreas situadas en su mayor parte frente al barrio de Valdebebas y La Moraleja para usos logísticos, aeronáuticos, residenciales y de uso terciario. Proyectos que en cualquier caso son una oda a la autodestrucción al fomentar una actividad, la aviación comercial, que emite 3,04 Kg de CO2, por cada litro de keroseno que se quema. Y por cada 100 km se queman 1.554 litros. Deberían cambiar el nombre al Ministerio y ponerle Ministerio del Fomento de los efectos negativos del Cambio Climático.

Sigamos viendo desde tribuna, cómo los malagueños sufren recortes en el suministro de agua, mientras se siguen regando campos de golf y plantaciones de aguacates. Cuando le llegue el corte a la tribuna, toda la grada y los fondos estaremos o muertos o luchando por cada gota. Sigamos disfrutando de la «belleza» de los ricos disfrutando de la nieve artificial que se produce con cañones y consumen el agua de Sierra Nevada. Sigamos bailando los pajaritos en los jardines de invierno en Benidorm a treinta grados. Sigamos creyendo que 3 º no son nada, que traerá más turismo y más trabajo aunque nos acabemos matando por conseguir medio litro de agua potable necesaria para sobrevivir. Sigamos siendo absolutamente idiotas.

Claro que a lo peor usted, querido lector es de los que creen que todo esto le pilla lejos. Pero, si apaga la TV, verá como todo se ve con otra perspectiva.

Sólo nos queda el feminismo, la ecología y el decrecimiento. O la extinción.

Salud, república y más escuelas.

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