Tienen edades no demasiado distintas. Fernando Alonso cumplió en julio cuarenta y dos años.
Rafael Nadal cumplió los treinta y siete el pasado mes de junio. Es pues cinco años más joven, pero en mi opinión no lo parece. Se podría decir incluso que parece más joven Alonso que Nadal.
Ambos tienen en común una carrera deslumbrante a sus espaldas. Los mejores del mundo. Más de una vez. Los imbatibles.
Pero la carrera de Nadal ha sido mucho más larga y constante en la cosecha de éxitos.
Alonso nunca ha perdido facultades, como está demostrando en la actualidad, pero dependía del coche. Aunque no solo del coche. También fue su responsabilidad no conseguir ganar con Ferrari ningún mundial.
Lo paradójico en el momento actual, y por eso estamos haciendo esta comparación, es que sus deportes respectivos son radicalmente distintos. Se supone que el automovilismo es un deporte de riesgo. Y el tenis no.
Lo malo del automovilismo, sin embargo, es que si no tienes un bólido a la altura del mejor de la parrilla no puedes aspirar a ganar, excepto por alguna chiripa muy poco habitual. Pero al mismo tiempo esa importancia del coche está justificada: es prácticamente una armadura en la actualidad. Los accidentes terroríficos que ha sufrido Fernando Alonso y de los que ha salido prácticamente sin un rasguño son la prueba. De ningún accidente conduciendo un monoplaza ha salido tan mal como de aquel que sufrió montando en bici para entrenar.
En el tenis lo más que pasa en teoría es que te tuerzas un tobillo o que tengas un desgarro muscular. Como muchísimo te puedes romper un hueso.
Pero en verdad el riesgo es mayor en el tenis. Es más deporte de riesgo -según yo lo veo- el tenis que la Fórmula 1 y si alguien lo duda que mire a nuestros maravillosos héroes.
Fernando Alonso con 42 años si el coche le respondiese podría volver a ganar un Mundial.
Rafael Nadal, le pese a quien le pese y a mí me pesa muchísimo, a los 42 años es prácticamente imposible que siga jugando y mucho menos que se haga con un Gran Slam.
Dos héroes. Uno con armadura y otro luchando a pelo como un gladiador romano. Los admiro a los dos. Pero a uno de ellos -confieso- le admiro un poco más.
Tigre Tigre
