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Hoy censuran a Virginia Woolf, mañana quemarán libros en la hoguera

El partido de Abascal prohíbe la adaptación teatral de la obra 'Orlando', que denuncia la sumisión de la mujer ante el varón

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Hace solo unos días tuvimos la desgracia de ver cómo una mujer, la recién elegida presidenta de Les Corts Valencianes, Llanos Massó (de Vox), se escandalizaba por un simple libro sobre penes. Ayer, sus compañeros madrileños prohibían la adaptación teatral de la novela Orlando, de Virginia Woolf. Lo cual que ya estamos en la censura previa franquista.

La compañía organizadora de la obra, Teatro Defondo, ha denunciado el “veto ideológico” del Ayuntamiento de Valdemorillo, pero mucho nos tememos que la extrema derecha ya le ha colgado a la pobre señora Woolf el cartel de feminazi, roja y woke. Sin duda, a los señoros y señoronas de Vox les molesta Orlando, una obra que aborda sin tapujos el asunto de la homosexualidad, la libertad de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo y en general la injusticia de una sociedad dominada por el macho. En realidad, la pieza no deja de ser una biografía (la de la amante de la escritora, la muy honorable y aristócrata poetisa Victoria Mary Sackville-West) y un grito de rabia e indignación de la Woolf contra el establishment literario patriarcal a lo largo de los tiempos. La autora se inventa el personaje de un rico y apuesto joven que va transitando por la historia (en total cuatro siglos desde el período isabelino, la época victoriana y la era moderna) hasta convertirse en mujer, o sea trans, esa palabra que espeluzna a los maristas y ursulinas de Vox. Es ahí donde Orlando se da cuenta de lo que supone tener que taparse los tobillos, ser sumiso y obediente.

En su tiempo, Orlando fue definida como la más larga y encantadora carta de amor de la literatura, un tempestuoso romance que Virginia y Vita mantuvieron en aquellos locos años veinte del pasado siglo. Woolf sentía admiración por su amada, a la que veía como la típica noble sofisticada, sensual y vitalista. Todo lo que ella no podía ser. Y eso es precisamente lo que ha levantado ampollas entre la tropa mojigata y gazmoña de Vox. A los ultras, el amor lésbico les provoca arcadas, pero más aún si el affaire transcurre en las altas esferas, entre palacios y castillos, en las alcobas de las élites. Esa ambientación les jode todavía más, ya que los pone ante una realidad demasiado cruda y demasiado dura imposible de aceptar para un supremacista de Dios, patria y orden: el lesbianismo rebelde, secreto y oculto, de tantas mujeres de la nobleza, de la burguesía y de la alta sociedad que, aburridas de la vida y reprimidas, se ven obligadas a interpretar el falso papel de abnegadas, fieles y modélicas esposas mientras la fantasía homo bulle en sus cabezas.

Los patriarcas de Vox sienten repulsión y desprecio por las lesbianas de las chabolas y los suburbios (mayormente por pobres y rojazas), pero las lesbianas de las mansiones linajudas, sus lesbianas, esas, los sacan sobremanera de quicio, les rompen los esquemas y les derriten los sesos. La lesbi burguesa o aristocrática, refinada y culta, universitaria y lista, interpreta como ninguna otra el teatrillo de la vida ficticia y ordenada junto al marqués o conde de turno que se cree muy viril, totalmente ajeno e ignorante de que lo que en realidad le pone a ella es la cadera en movimiento de otra hermana clandestina. El semental piensa que su hembra está de compras, como una buena madre y cónyuge, cuando seguramente se ha ido de reunión con las libertarias de su propio Círculo de Bloomsbury.

El señor feudal imperialista, ese modelo al que pretenden retornar los ideólogos trumpistas promotores de la “batalla cultural”, es un engañado, un primo, un bobo rehén de su distopía y su mundo al revés que se cree muy macho mientras su señora guarda el socorrido Satisfayer en un cajón para dejar volar su imaginación femenina y feminista. Esa perturbación del orden moral, familiar y social siempre fue mucho más peligrosa que cien revoluciones marxistas. ¿Cómo no van a ponerle una censura o veto ideológico al Orlando? Si lo extraño es que no hayan echado ya la novela a la hoguera, en plan nazi o acción contra el espíritu antiespañol, junto a otros libros que odian o temen sencillamente porque muestran una verdad científica, filosófica, religiosa, económica o política que, en su infantilismo o inmadurez personal, no son capaces de aceptar. Hoy es Woolf la víctima de la intolerancia, el fanatismo y el complejo, mañana serán Freud, Marx, Thomas Mann, Bertolt Brecht, Jack London y Ernest Hemingway como influencias extranjeras “corruptoras” del espíritu nacional, según decía Goebbels. Cualquier día los honrados vecinos de Valdemorillo levantan las persianas de buena mañana y ven con horror cómo Vox ha pasado de la teoría a los hechos, prendiendo una inmensa hoguera con volúmenes ardiendo como troncos al grito nazi de sí a la decencia, a la familia y al Estado.   

Virginia Woolf fue una gran subversiva, una revolucionaria contra las costumbres, los convencionalismos y la hipócrita moralidad de una época victoriana que hoy retorna con fuerza por el delirio de algunos. Y esa rebeldía infunde pavor a las élites ultras. Odian la irreverente y jocosa Orlando porque denuncia que las mujeres solteras de alta cuna de la época no tenían derecho a la herencia ni a la propiedad de sus grandes mansiones. Odian a Woolf porque reniega de la condición de “sexo débil”, que es donde Vox pretende recluir a la mujer. Nunca un libro fue más peligroso para la extrema derecha.

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