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La mutación del virus pone en jaque a la humanidad mientras Rusia vacuna a la desesperada en los centros comerciales

El virus va ganando terreno en todo el planeta

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análisis

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El covid está mutando con una facilidad que tiene sobrecogidos a los científicos. Los hospitales británicos viven una situación de auténtica “zona de guerra”, según fuentes locales, mientras el país supera el récord de 1.800 muertos diarios y el sistema sanitario se encuentra al borde del colapso. La situación en el resto de Europa empieza a ser crítica. En Rusia están vacunando la Sputnik en centros comerciales, sin protocolos ni listas de espera, a la desesperada y a destajo, mientras Angela Merkel ha advertido de que si no se toman medidas conjuntas y coordinadas en las instituciones de la UE el panorama a corto plazo será devastador. La sombra de una doble recesión amenaza a las economías más boyantes del mundo mientras en Bruselas circula el rumor de un posible cierre total de fronteras, algo que no ocurría desde los tiempos de la Guerra Fría.

Algo está haciendo mal la especie humana cuando no es capaz de doblegar a un virus de apenas 0,1 micras que demuestra una capacidad de adaptación al medio fuera de lo normal. La soberbia y el individualismo del sapiens es el mayor enemigo para su futura subsistencia, y en lugar de afrontar la plaga solidariamente cada país apuesta por hacer la guerra por su cuenta. Un año después de que estallara la pesadilla, los organismos supranacionales como la ONU y la OMS ni siquiera se han planteado una gran cumbre mundial que aborde el inmenso drama global desde una perspectiva sanitaria, científica, política y sociológica. ¿Por qué el cambio climático moviliza cada año grandes reuniones internacionales mientras la pandemia de coronavirus se sigue afrontando con enfoques regionales y localistas? Un contagiado en Sudáfrica por una mutación del virus puede desencadenar un apocalipsis vírico en Madrid en apenas unas horas. Sin duda, la pandemia exige soluciones multilaterales, y ahora que el aislacionista Donald Trump ya es historia ha llegado la hora de que las grandes potencias se unan contra el enemigo común que amenaza la propia supervivencia de la especie. De nada servirá que China supere la enfermedad si Europa sigue siendo un inmenso lazareto rebosante de contagiados y moribundos por la neumonía mortal.  

Todos los expertos reclaman cambiar el enfoque radicalmente. La política −que no ha resuelto nada sino más bien al contrario, ha contribuido a enredar aún más la situación−, debe dejar paso a la ciencia. La humanidad entera ha de centrarse en un solo y único objetivo: derrotar al coronavirus antes de que sea demasiado tarde. Cualquier otra consideración o proyecto de Gobierno debe ser aparcado; todos los esfuerzos deben volcarse en la lucha contra el agente patógeno. El carnaval de los políticos enzarzados en sus mezquinas rencillas particulares ha de ser duramente sancionado. Provoca estupor asomarse a la televisión y comprobar cómo el juicio contra Cristina Cifuentes por su máster sospechoso es la noticia principal mientras el mundo se va al garete. ¿A quién le importa ahora que una señorona hiciera trampas para engordar su currículum? Pues ahí la tenemos a la rubia de peluquería, chupando preciosas horas de televisión en las que se debería estar bombardeando a la opinión pública con programas en directo sobre cómo se trabaja en la UCI de un hospital colapsado por la epidemia. Uno de los grandes errores de esta crisis sanitaria ha sido que los medios de comunicación nos han protegido como niños vulnerables a los que es preciso no traumatizar. Apenas se han mostrado imágenes de moribundos, tanatorios y ataúdes. Esta es una guerra aséptica, invisible, indolente. La falta de concienciación social de buena parte de la ciudadanía, uno de los puntos flacos o gran grieta por la que el virus nos derrota una y otra vez, germina en movimientos negacionistas, antivacunas y conspiranoicos. Gente que no cree que este apocalipsis esté ocurriendo de verdad. Potenciales supercontagiadores.

Los famosos picos de la curva epidémica no son más que la traslación del calendario de fiestas. Las alegrías y reuniones sociales de hoy son los entierros de mañana. Y mientras tanto, ningún gobierno se atreve a tomar las riendas de la situación y a aplicar medidas duras de confinamiento, tal como exige la dramática situación. Asistimos al derrumbamiento de los gobiernos democráticos de todo el mundo por incomparecencia y omisión, por miedo a tomar medidas impopulares, por no incomodar a los votantes de las próximas elecciones. El virus no solo liquida vidas humanas, también valores e ideas, sistemas políticos, economías enteras, modos de vida, sentimientos humanos. El caso de los políticos trincones de las vacunas, esos que se colocan los primeros en las listas de espera para que le inyecten el pinchazo milagroso, robándoselo a una anciana, a un médico o a una enfermera, demuestra lo peligroso que es el maldito covid. Destruye cuerpos con la misma velocidad que corroe almas y mentes. Si no vencemos ya a la enfermedad pronto veremos cómo se agudiza otra epidemia mucho más espeluznante que lleva entre nosotros desde el principio de los tiempos: la del egoísmo, la de la insolidaridad y la desigualdad, la de la violencia y la guerra social.

Por momentos es como si una parte de las sociedades modernas no hubiesen interiorizado todavía que nos encontramos ante el instante más crítico para la especie humana en miles de años. Y pese a todo seguimos mirando al bicho por encima del hombro, seguimos cometiendo los mismos errores una y otra vez. Quizá, llegados a este punto, la gran pregunta que debemos hacernos es: ¿queremos realmente salir de esta o acaso el sapiens, el mono desnudo del que nos hablaba Desmond Morris, ha llegado a un punto de tal hastío de sí mismo que ya le da igual todo, incluso extinguirse en una gran bacanal de hedonismo, ineptitud, corrupción y negacionismo de la verdad?

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