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Lo importante no es el hecho sino el embustero

Domingo Sanz
Domingo Sanz
Nacido 1951, Madrid. Casado. Dos hijos y tres nietos. Cursando el antiguo Preu, asesinato de Enrique Ruano y la canción de Maria del Mar Bonet. Ciencias Políticas. Cárcel y todo eso, 1970-71. Licenciado en 1973 y de la mili en 1975. Director comercial empresa privada industrial hasta de 1975 a 1979. Traslado a Mallorca. de 1980 a 1996 gerente y finanzas en CC.OO. de Baleares. De 1996 hasta 2016, gerente empresa propia de informática educativa: pipoclub.com Actualmente jubilado pero implicado, escribiendo desde verano de 2015.
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análisis

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Salvando todas las distancias, las campañas electorales del 14M de 2004 y del 23J de 2023 quedarán para la historia como aquellas en las que dos mentiras distintas pudieron ser decisivas para que muchos electores decidieran con mejor criterio la candidatura que les inspiraba menor desconfianza.

Hace casi veinte años la mentira consistió en acusar sin fundamento a unos terroristas españoles de lo que habían hecho unos terroristas extranjeros y hasta hubo quien recordó a los golpistas del 18 de julio provocando una guerra civil contra los españoles que no pensaban lo mismo, al margen de cualquier otra consideración.

Pero no retrocedamos tanto tiempo. La mentira de 2004 se lanzó tres días antes de las urnas por un presidente cuyo partido ganaba en todas las encuestas, aunque fue tal el shock que Rajoy perdió incluso no siendo él el principal embustero.

Durante la presente campaña electoral la mentira ha consistido en afirmar y reiterar en TV lo contrario de una verdad que está escrita en millones de memorias y en las actas del Congreso. También es culpa del PP, el mismo partido perdedor en 2004 y, al igual que cuando el atentado, ese partido también lidera en todas las encuestas, aunque esta vez menos la del CIS.

Y también como entonces, ya no se pueden publicar sondeos que se hagan eco de las consecuencias del engaño destapado. En 2004 la encuesta imposible se convirtió en una inmensa manifestación de castigo al embustero.

Evidentemente, la autoría del atentado que la mentira de 2004 pretendió ocultar no es algo que se pueda comparar con los millones de pensionistas que perdieron poder adquisitivo mientras gobernaba el mismo partido político, pero también lo es que Rajoy no perdió las elecciones por culpa del atentado.

Y, por lo mismo, muchos de los votos que no recibirá Feijóo el 23J tampoco huirán de él porque haga más de un lustro que un gobierno del PP decidiera castigar en tres ocasiones a los pensionistas y no a los multimillonarios, decisiones políticamente amortizadas. Quienes no voten a Feijóo, tras haber comprobado que se trata de un embustero, lo harán por algo parecido al motivo que les llevaría a dejar las llaves de su casa al del tercero y no al del primero.

Si Rajoy perdió un 14 de marzo fue por el shock brutal que provocó en millones la mentira más cruel que recuerdan las memorias en tiempos de “no guerra”. Y si Feijóo pierde el próximo domingo será porque el umbral de aguante de los votantes ante los embustes lanzados por líderes políticos se habrá reducido lo suficiente como para decidir castigar a los culpables en las urnas. Para que aprendan a ser mejores.

Y también gracias a que una periodista, Silvia Intxaurrondo, hizo de periodista, en lugar de hacer, ya que estamos también en 2004, lo que entonces hicieron los directores de casi todas las cabeceras importantes: cumplir la orden emitida por Aznar desde La Moncloa y publicar en portada la mentira de que los asesinos de los trenes eran españoles, por muy etarras que fueran.

Y ya que nos hemos referido a encuestas que no pueden publicarse desde el peor lunes de Feijóo, no dejaré de referirme a una incoherencia demoscópica que no acierto a comprender.

Es demasiada la diferencia entre los resultados que ha pronosticado el CIS, ganador PSOE, y las demás encuestas, vencedor PP sin excepción.

Entonces, alguien que hizo encuestas sociológicas y comerciales antes de que muriera el dictador, pero que no ha tenido el “privilegio” de ser encuestado sobre política al menos una vez, se hace las siguientes preguntas:

1.    Cuando se comienza a preguntar, ¿se informa al encuestado de la entidad que realiza la encuesta?

2.    En caso de que el CIS sí se identifique, ¿podría ocurrir que un determinado porcentaje responda de manera diferente sobre sus preferencias de voto al saber que las preguntas las hace un organismo público?

3.    Ese porcentaje de respuestas diferentes según quien pregunta, si existiera, ¿lo será para agradar al CIS “del gobierno” o, cuando no sabes a quien estás respondiendo, aparece el miedo a expresar confianza en Sánchez, ese aliado de todos los enemigos de la unidad de España?

Se llamaría voto oculto y el 23 por la noche no tendremos las respuestas, si es que hubiera lugar, pero sí conoceremos los resultados.

Mientras tanto, todos los que dicen que nunca mienten pueden seguir mintiendo y comprobar quien pierde menos.

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