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Marina Pulgar nos muestra «lo que no contemplamos» sobre los efectos nocivos de las vacunas contra el Covid-19

Ha escrito un libro para explicar su caso, con el objetivo de visibilizar la situación que tanto ella como muchas otras personas están sufriendo de abandono institucional y de investigación

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análisis

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Marina tiene 36 años. Cumplirá los 37 en diciembre. Es una mujer dulce, y tan risueña y simpática que aparenta muchísima menos edad. Es valiente, y sensible. Le gusta el diseño y por eso quiso estudiar, mientras trabajaba, para conseguir alguno de estos días cumplir sus sueños. Porque Marina, como todas las chicas que tienen claro lo que quieren, no se rinde nunca.

Le gustaba viajar, salir de paseo al campo, descubrir esa taberna con encanto, ese rinconcito de algún pueblo donde disfrutar del aire, del sol, y de la compañía de su inseparable Oxana.

Inocularse para poder viajar

Por eso Marina no se planteó dos veces acudir a vacunarse cuando hubo oportunidad. Ella quería poder viajar sin tener que hacerse test, ni controles. No se planteó en ningún momento que aquella decisión pudiera cambiarle la vida de una manera tan cruel.

Marina me cuenta hoy su historia. Lo hace desde una habitación situada en la planta de atención psiquiátrica de algún hospital de España. No diremos cuál, porque esa es la condición que Marina ha puesto, tras pedir permiso para ser entrevistada. Y lo hace porque valora el cuidado y la atención que está recibiendo, especialmente de ese médico que se ocupa de ella.

Junto a Marina, aunque no salen en la grabación, están Joan y María Jesús, dos compañeros de APAVaC19, que acuden por las mañanas, mientras Oxana trabaja, para hacerle compañía y remar juntos en la misma dirección: la de dar a conocer la tremenda situación que estas personas, afectadas por las inoculaciones llamadas vacunas contra el Covid-19, están padeciendo. Piden ser escuchadas, solicitan que sus casos sean estudiados, tener un lugar de referencia donde acudir y contar con trabajadores sanitarios que estén por la labor de investigar qué les está sucediendo, y sobre todo, cómo solucionarlo.

Han llamado a todas las puertas. En las institucionales, las de los políticos, les dan largas y prometen respuestas que nunca llegan: ese email que no se responde, esa llamada que no se devuelve, esa reunión que nunca se llega a celebrar.

La vida de Joan, Celia, Lorena, y Marina, entre tantísimas otras personas, transcurre entre análisis, TACs, y un sinfín de pruebas que suelen concluir de la misma manera: pasándole el testigo a otro médico, de otra área, sin entender nada. Aunque entre todos sus papeles, en uno u otro punto, sí aparece que lo que les ocurre comenzó a tener lugar a partir de las inoculaciones.

Cuando se organizaron como Asociación, acudieron también a los medios de comunicación para que sus casos fueran conocidos, para alertar a la población de los riesgos que pueden existir, y también, claro está, para denunciar el abandono que sufren y el trato que están recibiendo. Todos coinciden en que tanto sufrimiento debería, por lo menos, servir para que nunca más vuelva a pasarle algo así a nadie. El silencio fue la respuesta.

Todos coinciden, también, en que nadie, en ningún momento, les advirtió de los riesgos que asumían. Ni siquiera se les facilitó en el momento de la inoculación documento alguno donde se indicase el producto específico que se les había administrado (Lote, referencia). Nada.

Ingresada, sin poder salir

Marina está ingresada en la planta psiquiátrica de un hospital, sin poder salir de momento, porque su sufrimiento e impotencia le ha llevado a querer terminar con todo. Desde aquel mes de julio de 2021, cuando minutos después de sentir un pinchazo se desvaneció, la vida de Marina se ha precipitado. Parestesia, convulsiones involuntarias, dolores que le hacen sentir que su cuerpo arde por dentro. Un dolor que no se calma y que de pronto, aparece. Una cabeza que parece estallar. Una mano que no responde. Unas piernas que tienen verdadera dificultad para caminar. Algo absolutamente inusual en una persona que por entonces tenía 34 años. Acudir a un médico, a otro, y a otros tantos más. Y sentir, además de tanto dolor físico, el aguijón de la incomprensión: sentía que no la creían, como si se estuviera inventando lo que estaba viviendo. Hasta que tuvo que ser analizada por si de una enfermedad mental si tratase el «mal de Marina».

Cuando se preguntaba si pudiera ser por la vacuna, negaban categóricamente la posibilidad. Y nadie, en ningún momento, le informó de que podía notificar su caso para ser tenido en cuenta, al menos. Nadie le pidió disculpas cuando, un año después, comenzaron a confirmarse por organismos como la AEMPS que comenzaban a confirmarse efectos adversos por las inoculaciones como los que Marina refería.

«Docenas como Marina en mi consulta, desde 2021»

Al mostrarle la entrevista a médicos, profesionales de los que han informado y avisado desde el primer momento de los enormes riesgos que tenía aplicar estos productos de esta manera, recibo la siguiente respuesta: «Docenas como Marina en mi consulta. Y tienes desde Barcelona el canal de Telegram afectados por las vacunas con cientos de testimonios. Y suicidios por desamparo. Lo llevo viendo en consulta desde 2021». Y termina diciéndome que es ahora «cuando empieza la verdadera pandemia».

Durante la entrevista, Marina tiene un brote de convulsiones involuntarias. Es posiblemente el momento más duro, y por eso le pregunto si quiere que paremos. No podía esperar su respuesta: no. Marina quiere seguir y terminar con su testimonio. Desde ese momento, la entrevista se carga de emotividad: porque es evidente que hace un enorme esfuerzo por continuar la conversación. Y yo me apresuro en terminarla lo antes posible. Se percibe en su mirada que no se encuentra bien. Cuando paramos la grabación, Marina se deja ir por el dolor y los movimientos involuntarios que le arrebatan la capacidad de gobernar su cuerpo. La envío un beso, entre lágrimas. No hay otra manera de terminar esta entrevista que llorando.

Marina quería que contar su caso sirviera para visibilizar lo que tantas personas como ella están pasando. Silenciadas, en no pocos casos humilladas, ninguneadas y mareadas de ir de un lugar a otro buscando ayuda. Desde la Asociación me cuentan cómo los medios de comunicación no han querido interesarse por sus casos «porque no están en su línea editorial». Y me pregunto si estos casos no se cuentan para evitar que pase lo que ha pasado nada más publicarla: que personas como Sara se animen a dar el paso.

«No podemos dejar a estas personas solas, luchando contra la falta de información, de investigación y de atención que encuentran. No podemos permitir que siga pasando un solo minuto sin que se tomen las medidas imprescindibles y urgentes que tantísimas personas necesitan. Porque son muchas las que están viendo su salud debilitada, sus vidas truncadas, a causa de un producto del que se garantizó que era seguro y eficaz» me dice otro médico.

Para ver la entrevista a Marina, pulsa aquí.

Marina ha escrito un libro, que lleva por titulo «Lo que no contemplamos» donde relata en detalle su experiencia, para que nada de lo que ha vivido caiga en el olvido.

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