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Cambios del trabajo en un mundo capitalista

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Nos dicen que el mundo en general y el mundo del trabajo en particular, se han convertido en algo flexible. El mundo capitalista, el único existente, la sociedad de consumo, son tan flexibles que nos dejan ser libres siempre que podamos comprar a tumba abierta, lo que queramos, la marca que más nos apetezca, eso sí, pasando al final por caja.

Los avances sociales, los derechos adquiridos, son claramente prescindibles para estos profetas del fin del trabajo, para esos agoreros de la cultura del ocio. Los avances en materia de crecimiento económico, de crecimiento del número de puestos de trabajo y descenso del paro, son compatibles con el deterioro de la calidad del empleo, su inseguridad, su temporalidad, al tiempo que los derechos disminuyen y son cuestionados, a base de bajos salarios y largas e irregulares jornadas laborales.

Algún descerebrado círculo de empresarios, deseoso de hacer gracia en la  derecha, ha reclamado recientemente la prolongación infinita de la edad de jubilación. Pero claro, ninguno de estos insensatos es consciente de que, en estas condiciones, la economía que crean tiene los pies de barro.

Tras la crisis desencadenada por las hipotecas basura en 2008 ya nada volverá a ser igual. La economía fluctúa imprevisiblemente, el empleo sube hoy, pero de pronto se frena. Se agranda irremisiblemente la brecha entre los empleos regulares, bien pagados, estables y con derechos y aquellos otros empleos precarios, temporales, mileuristas.

Hay muchos jóvenes en esta situación de empleo degradado, pero son millones las personas de todas las edades que viven estas situaciones. Puede crecer el número de puestos de trabajo, puede aumentar el número de empleos a los que decidimos llamar fijos, pero la realidad es que los empleos inseguros, con pocos derechos, largas jornadas y mal pagados, siguen marcando el día a día de muchas vidas.

Es difícil explicar que, pese a los momentos de crisis económica, rescates bancarios, reformas laborales a la carta de las necesidades empresariales, la realidad de los trabajos de mierda (los bulshit jobs de los que hablaba el recientemente fallecido David Graeber), cargados de temporalidad, bajos salarios y extensas jornadas laborales siga sin tener respuestas sensatas, que frenen el descontento social creciente.

No ocurre sólo en España. Muy al contrario, se trata de un fenómeno del que nos alertan todos los estudios en países europeos, o en los propios Estados Unidos. El problema, por tanto, es analizar por qué el deterioro laboral es tan generalizado.

En nuestro caso venimos de una larga y cada vez más tediosa transición del franquismo hacia la democracia. Parecía que el franquismo era muy rígido en materia laboral, los empresarios pagaban tarde, mal y nunca, pero a cambio el contrato era muy rígido. Durante todos estos años intentaron convencernos de la necesidad de acabar con la legislación laboral franquista y convertir los contratos en fórmulas flexibles, más libres, menos rígidos, menos paternalistas.

Así inventaron decenas de fórmulas de contratación a la carta que no arreglaron nada en materia de creación de empleo, de estabilidad del mismo, de dignificación de las condiciones de trabajo, sino todo lo contrario. Las sucesivas reformas laborales no hicieron sino avanzar en esos retrocesos.

Las amenazas supuestas o reales de la Unión Europea, los recortes derivados de los rescates bancarios durante la larga crisis de 2008, se vieron pronto acompañadas de las deslocalizaciones y relocalizaciones derivadas de los procesos de globalización. El empleo, pero también la convivencia, el bienestar social y el propio desarrollo económico, se han puesto en cuestión.

La denominada Cuarta Revolución Industrial, viene marcada por las nuevas  tecnologías, las nuevas formas de trabajo, las plataformas digitales que han individualizado las relaciones laborales. Eres autónomo, trabajas solo, con muy pocos momentos compartidos con otros compañeros, entregado a las microtareas, el uso de aplicaciones, el trabajo bajo demanda, en cualquier momento, repartiendo comida, o transportando pasajeros, a las órdenes de cualquier algoritmo.

Ocurre en todos los países, pero no en todos ellos se producen las mismas respuestas. Podríamos decir que en pocos países como España se han producido tantas reformas laborales que afectan a la vida de las personas que viven de su trabajo. En algunos casos como el de Francia, esas intentonas han contado con respuestas de conflictividad social desde el mundo del trabajo, desde los barrios, desde los jóvenes estudiantes.

Puede que, como nos cuentan, los franceses se encuentren en peores condiciones que nosotros de cara al futuro, por no haber flexibilizado sus empleos, sus pensiones, sus jubilaciones, pero tal como van las cosas en el mundo, no es fácil saber si los que pagaremos un precio mayor por los retrocesos impuestos terminaremos siendo nosotros.

En todo caso, tras el 23 de julio, en una España políticamente fracturada, socialmente segregada y económicamente desigual, el sindicalismo, junto a las organizaciones vecinales y sociales, haría bien en afrontar una reflexión seria sobre todo aquello que suponga nuevos retrocesos en nuestras vidas, nuestros derechos y nuestras libertades. No es un deseo, ni una declaración de buenas intenciones. Es una obligación.

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