Quiso el ególatra hacerse un traje
Uno bueno con broches de oro
Y zapatos de tacón rojo
Uno que estuviese a su altura
Buscó pañuelos de encaje
Diamantes del moro para el tricornio
Y un cinto hecho con piel de toro
Buscó la mejor seda para la corbata
Y una perla peregrina como broche
Buscó y buscó sin parar, ávido de notoriedad
Pero nadie llena el mar de agua, ni el cielo de aire
Ellos, como el apetito del fatuo, ya se llenan a sí mismos
Oro, piedras y encajes… ¡Bah! ¡Necesitaba calidad!
Decidió por tanto deshilachar su amada persona
Tomar el ovillo resultante y confeccionarse el traje definitivo
Uñas y dientes fueron sus botones
Su hígado un gallardo sombrero
Piel y huesos le dieron para faldones y un bastón nudoso
De la lengua sacó el más bello lazo
Y con su estómago hizo el mejor chaleco
¡Ahora sí existía un traje a su altura!
Pero ahora, comprendió, era incapaz de vestirlo
Por todo, fue colgado en el perchero
Y allí permanece, solo y vacio.