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La libertad y las témporas

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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La lluvia no cesaba. Quince días seguidos y no parecía que fuera a escampar. Había llovido tanto, que del puente sólo se veían los tensores que sujetaban la estructura. Algunos de los habitantes de La Rival, se habían quedado aislados en la parte alta del collado de Las Viñas.

Llevaban ya una semana incomunicados y el agua no parecía descender de nivel. Las viandas escaseaban, se habían comido ya todas las gallinas y todos los conejos que cuidaban en las pequeñas cuadras aledañas a las casas y de los doscientos litros de agua embotellada que Rufino almacenaba en la trastienda del bar, apenas quedaban quince botellas. Junto al bar de Rufino, estaba el taller de carpintería de Adalberto. Los vecinos, reunidos en asamblea, una vez que Indalecio, el hippie que vivía en una de las cuevas que habían habitado los primeros moradores del pueblo, pasó revista a la situación, decidieron ayudar a Adalberto a construir una balsa, lo suficientemente grande como para llevar a quince personas cada vez y lo suficientemente estable como para cruzar con ella el rio sin que naufragara. Todos parecían estar de acuerdo. Todos menos Borjamari, un mozalbete de treinta años que vivía de las rentas de un padre rico y que se dedicaba folgar y a hostigar a mujeres, hombres “poco viriles” y niños con sobrepeso. Y eso que él, no era precisamente un Adonis. Tipo con muchas entradas para su edad, de un metro sesenta y ocho centímetros, barrigón, poco agraciado físicamente y con tres dioptrías de miopía en cada ojo estrábico. Borjamari no era vecino del barrio y le había pillado el temporal en casa de una amiga con la que compartía cama de vez en cuando. Pensó que la lluvia sería una buena excusa para pasar un rato más con Casilda sin tener que dar las explicaciones habituales a su padre. Un día, llevó a otro y otro y cuando se quiso dar cuenta, ya no pudo salir de la zona. Borjamari no quiso contribuir al trabajo de construcción de la balsa porque él decía que ya había avisado por el móvil a su casa y que pronto su papá mandaría un helicóptero a buscarlo.

Para construir la barca, pensaron en hacer una plataforma plana con varios tablones que colocarían encima de unos bidones vacíos de los que usaban los agricultores para el gasoil. Pero todos los que había (hacía años que ya no se usaban porque todos traían el combustible en camión que vaciaba en enormes depósitos fijos) estaban oxidados y tenían agujeros. No aguantarían. Adalberto propuso hacer un par de cajones herméticos (podrían forrarlos con plástico del de embalar).  Abiertos por arriba, la plataforma iría enganchada a ellos a 25 centímetros por debajo de la abertura.

A las diez de la mañana del día siguiente, estaban catorce de los quince vecinos agraciados con el sorteo del primer viaje dispuestos a partir hacia la otra loma del pueblo no inundada y que estaba comunicada por una carretera que recorría la parte alta de los cerros. Del helicóptero que esperaba Borjamari, nada se sabía, aunque una amiga de Casilda, pasajera del bote, decía que su padre le había dicho que era imposible encontrar uno en toda la comarca. Subieron los catorce y todos preguntaron dónde estaba Salvador, el pasajero número 15. Nadie sabía nada. Pues mejor, dijo Indalecio porque el agua está bordeando la plataforma. Si el agua sobrepasa la altura de los cajones huecos, se llenarán y la embarcación se hundirá. Justo cuando iban a partir, aparecieron Salvador y Borjamari. Salvador les dijo que su puesto se lo había cedido a Borja. Todos permanecieron callados. Nadie quería protestar porque su padre era un tipo con mucho poder y muy malicioso. Pero Salvador pesaba sesenta y seis kilos y Borjamari casi ciento veinte. Aún así, todos permanecieron callados. Borja subió a la barca y el agua se quedó a tres centímetros del borde de las cajoneras huecas. Entonces, Indalecio, tras un largo silencio y un pánico atroz que recorría las caras de todos los pasajeros, le dijo a Borjamari que se bajara. Él no había contribuido a la construcción, estaba gordo y haría que la barca se hundiera. Fue entonces, cuando la amiga de Casilda, le dijo a Indalecio que se callara. Tú ni siquiera eres del pueblo, le dijo y no sé quién te ha elegido portavoz. A eso respondió Eduvigis que no se llevaba bien con Casilda: “¿y por qué tenemos que hacerte caso a ti? Borja no ha participado y es su sobrepeso el que pone en peligro la barca”. Un runrún comenzó a oírse dentro y fuera del barco. Todos cuchicheaban con su vecino pero, nadie decía a las claras su opinión. Las primeras olas producidas por el movimiento nervioso de los pasajeros comenzaron a verter agua dentro de los cajones. Pero nadie se movía.

Media hora después, Eduvigis, una enjuta morena de unos cincuenta kilos de peso, se bajó de la barca con un “ahí os quedáis, ojalá os ahoguéis todos”. Entonces, subió Salvador. Todos, callados, miraban al cielo. Indalecio, empujó desde tierra la barca hacia la pequeña corriente. La barca comenzó a girar sobre sí misma. Los pasajeros comenzaron a moverse nerviosos. Un cuarto de hora después, en mitad del camino la barca comenzó a hundirse por el lado derecho.

Todos se pusieron a salvo a nado, pero fue Borjamari, el único que, agarrado a uno de los palos de las barandillas, llegó a la orilla pretendida desde el principio.

*****

La libertad y las témporas

Un periodista decente, Pablo González, señalado hace un tiempo como “prorruso” por dos mercenarios neoliberales, Marta Ter y Nicolas de Pedro, en un informe encargado por la fundación Open Society del magnate George Soros, es detenido en Polonia acusado de ser espía de Putin, y el pasotismo del colectivo gacetillero español es indecente. Las pruebas que aducen los polacos son  indecentes. Pablo trabaja para el diario Gara y como buen vasco, tenía una tarjeta de crédito de la Caja Laboral. Ni una voz altisonante, ni un artículo presionando al gobierno nazional oportunista que preside el fraude del socialismo español, para que inste a la liberación inmediata del compañero, ni una sola protesta de las, en tantas otras ocasiones, pejigueras asociaciones como la APM.

La Unión Europea, decide, en una acción que contradice todo lo que ha venido defendiendo desde su creación, censurar y acallar por todos los medios las emisiones de la televisión rusa Russian Today (RT) y de la agencia de noticias Sputnick. Los medios españoles, callados como putas. Se dedican al victimismo contra los que les criticamos. E incluso hay algún periodista cercano al presidente fraude del socialismo que se atreve a decir que en Europa no se cierran medios, ni hay censura. Que si no se permite la emisión de algunos es porque mienten. Olvidando que hay algún panfleto español que sigue abierto a pesar de que ha sido condenado por mentir varias veces y de que hay otro que señala a Pablo Iglesias con un titular indecente como “El asesino y su pregonero” sobre una foto del exvicepresidente del gobierno. Y para colmo, te das cuenta de que personas a las que has admirado como Ramón Lobo, sueltan sandeces como “Ahora estoy a favor de cerrar RT, Sputnik y cualquier bazofia pseudoinformativa del Kremlin”, y es entonces cuando asimilas de que la sociedad ha perdido el norte por completo.

Circulan un par de vídeos por la red en el que se observa como, en uno, un pobre migrante tras bajarse de la valla de Melilla a la velocidad a la que un perezoso baja del árbol (totalmente extenuado por el esfuerzo) cuando llega al suelo, unos señores uniformados le reciben rociándole la cara con un espray y con una soberana manta de porrazos. En otro de los vídeos, un migrante tras aterrizar en el suelo en un vuelo como de haber sido impelido por alguien como quien arroja un saco a un camión, recibe también el premio de la porra. La mayor parte de la gente, excusa a los agentes (quizá porque los migrantes son negros y no blancos con ojos azules), algunos con fotos de unas defensas situadas encima del asiento de una furgoneta manchadas de blanco, y con burdas acusaciones de que los migrantes les arrojan desde lo alto de la valla, cal viva. Están como para cargar con un saco de cal, alambrada arriba. Pero si hay alguna actitud denostable, indecente, indigna y asquerosa esa es la del Ministro del Interior, ese que nunca vio las torturas por las que ha sido condenada España en hasta once ocasiones por no haberlas investigado. Un gobierno con el ministro con más aptitudes fascistas que los del moco verde, jamás puede ser progresista.

Confieso que estoy agotado mentalmente ante esta situación. Porque han logrado que no haya término medio y que todo el mundo se tenga que situar  o a favor en contra. Si denuncias que la actitud de la Unión Europea en el conflicto ucraniano es indecente, entonces eres prorruso, amigo de Putin y un cantamañanas contrario a la democracia y la libertad. Eso a pesar de que también denuncies que Putin no ha ido a Ucrania a limpiar el país de nazis, sino por intereses económicos y estratégicos. Si denuncias que las vacunas del covid, no son vacunas porque no te inmunizan (como si hacen las vacunas) y que provocan riesgos para la salud no explicados, eres un antivacunas. Y da igual si te has puesto las dosis correspondientes. Si además te indignas porque se trate como criminales, a quién no ha querido ponérselas no porque sean negacionistas de las vacunas, sino porque no lo ven claro, entonces además eres una “puta loca del coño”. Claro que los negacionistas de verdad, han desaparecido del mapa periodístico en cuanto han encontrado a Putin como saco de todas las maldades.

La espiral neofascista es de tal calibre que todo el mundo se cree en posesión de la verdadera democracia, de la libertad y de que su opinión es el camino correcto. Lo veíamos en Madrid, dónde la libertad se asocia con poder ir al bar sin restricciones, mientras que acudir a ayudar a unos pobres ancianos para evitar su desahucio y que te acaben acusando de agresión a un policía que pesa tres veces lo que tú, que lleva protecciones hasta en la coronilla y una porra que no duda en utilizar indiscriminadamente, es considerado como un anecdótico “algo habrás hecho”. Y lo vemos, de nuevo ahora. Todo el que no está de acuerdo con esta espiral belicista del imperio para intentar mantenerse en el candelero, es un idiota antidemocrático. Porque lo democrático y pacifista es apoyar que, desde España, o desde la UE se arme a la población ucraniana. Porque lo eficaz y lo libertario, para buscar la paz, es echarle gasolina al conflicto. Lo establecido como patrón universal es ser antirruso, porque Putin es un Comunista que se come crudos a los niños, aunque sea tan parecido a Abascal que si fueran hermanos, no serían tan iguales.

La libertad y la democracia, son los nuevos culos y las nuevas témporas. La guerra nos está haciendo olvidar lo importante. Que la falta de derechos sociales y la pobreza están haciendo cada vez más ricos los que ya eran ricos, aumentando la desigualdad. Que esa brecha de disparidad desigual, es la condición «sine qua non» para que en un futuro cercano sin agua, los pobres no tengan acceso a la misma, mientras los ricos la puedan seguir desperdiciándola en campos del golf, piscinas y jardines ornamentales.  Que la gasolina, debido a la escasez de petróleo, está a un precio que ya no podemos pagar sin que los gobiernos hayan trabajado en serio en una alternativa al respecto. Que el precio del recibo eléctrico está creando una nueva clase social que comienza a vivir como lo hacían nuestros ancestros en el siglo XIX. Que la guerra, es el negocio de unos pocos y la pobreza de la mayoría (el gas que traen los americano desde Catar, está al triple del precio del que vende Rusia). Que los que han provocado el conflicto no van a sufrir sus consecuencias ni estarán nunca en primera fila (decía Bertolt Brecht, que “al final de la guerra, entre los vencidos, el pueblo pasa hambre y entre los vencedores, el pueblo llano también). Que los llamados expertos periodistas, corresponsales de guerra, que en muchos casos redactaban (y redactan) sus artículos desde el bar del hotel de cinco estrellas en el que estaban alojados, son juez y parte (ellos o los medios que les pagan). Que como se ha demostrado en ocasiones anteriores: Libia, Iran, Irak, Sudán,… las guerras no se alimentan para llevar la democracia, ni la libertad sino por el negocio (de armas y de minerales). Hoy los talibanes son enemigos y mañana, amigos, dependiendo de la necesidad de la venta de armas. Hoy Ucrania es la agredida y Rusia el maligno y mañana Putin puede ser el aliado y los ucranianos unos rusos más.  Allí, dónde el imperio ha puesto sus garras, hoy sólo hay talibanes, miseria, mujeres maltratadas, niños de la guerra y una vuelta a sociedades medievales.

La censura, las leyes mordaza, la detención de periodistas y de todos los díscolos, la encarcelación de cantantes y activistas, las palizas a los migrantes, la falta de cohesión social, el autoritarismo policial y la represión, jamás han sido, ni serán síntomas de democracia y libertad.

Cuando salga este artículo ya será 8 de Marzo. En todos aquellos países en los que el imperio ha metido sus narices en nombre de la libertad, en todos aquellos países con reyes medievales que son amigos del imperio, las mujeres son un cero a la izquierda, devolviendo su estilo de vida a sociedades propias del Medievo. Consecuencia directa de las diversas libertades duraderas.

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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