sábado, 27abril, 2024
17.5 C
Seville

La Marcha Radetzky y Paquito El Chocolatero

- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

El año nuevo empieza y termina con el concierto de la Filarmónica de Viena.  La  arrebatadora Marcha Radetzky, acompañada con las palmas del exquisito público que llena la sala, pone punto final al breve sueño de un mundo feliz y perfecto. La distinguida audiencia bien podría acompañar la marcha haciendo sonar sus joyas, como dijo John Lennon en un concierto: “los del gallinero pueden aplaudir, los de las primeras filas basta con que agiten sus joyas”.

Todo es absolutamente magnífico, impecable e insuperable durante las dos horas de concierto en la espectacular Sala Dorada del Auditorio Musikverein de Viena, con su no menos espectacular acústica y el, como ya hemos dicho, muy selecto público asistente, en una ciudad maravillosa como Viena que representa la rica, la culta y vieja Europa. Para que el mundo fuera perfecto, debería estar formado solo por la gente que cabe en ese patio de butacas: millonarios fundamentalmente que ya tienen reservado su asiento de un año para otro. El resto de mortales, empezando por los que ven y oyen el concierto apretujados en los gallineros de la fastuosa sala, no deberían existir. Una especie de ángel exterminador, como el de la película de Buñuel, con un extracto de la cuenta bancaria de cada mortal en la mano y la reglamentaria espada flamígera, que es como la espada láser de los caballeros Jedi pero de fuego, como su nombre indica, debería acabar de un día para otro con todos aquellos que no llegaran a una determinada suma de pongamos quinientos millones de euros. De tal forma que solo quedaran los espectadores y espectadoras del patio de butacas y algunos pocos más como nuestro Amancio Ortega que, acompañado de su hija y demás familiares, tendrían que volver a tricotar sin descanso porque ya no tendrían a miles y miles de trabajadores en los países del tercer mundo trabajando para ellos un mínimo de catorce horas en unas miserables e inhumanas condiciones por un euro al día.

Pero el concierto de año nuevo y su apabullante despliegue de gran arte, no olvidemos las escenas de ballet que suelen amenizar la música, cuya coreografía corre a cargo del bailarín y coreógrafo español José Carlos Martínez, fruto de lo mejor de la inteligencia y sensibilidad humana se evapora en un instante como un genio de la lámpara cuando aparece en la pantalla de televisión el viejo cartelón de “Eurovisión” y su conocida sintonía, y acto seguido da comienzo el primer telediario del año. Es entonces, cuanto el locutor de turno nos va desgranando la primera cochura anual de noticias, si una mala otra peor. Los que todavía seguimos en una nube recordando en nuestras cabezas el maravilloso arranque de El Danubio Azul, recibimos un duro puñetazo en la cara que nos hace caer como fardos a la mugrienta y recosida lona de la realidad cuando el locutor nos informa de otra espantosa masacre con muchos muertos en la terrible guerra de Ucrania. Una guerra que parece imparable como una catástrofe natural, un tsunami o un huracán, cuando en realidad es una obra humana que podía pararse de un día para otro si hubiera voluntad de hacer la paz, una paz justa y necesaria y duradera. Pero no hay voluntad de llegar a acuerdos de paz  precisamente, sino todo lo contrario. Hay demasiados intereses geopolíticos y geoestratégicos, y demasiadas armas a las que hay que dar salida. La mayor desgracia de esta especie es que no ha habido en toda su historia un solo día sin guerra en alguna parte, lo que habla de una humanidad absolutamente fallida, fracasada, hundida en la negrura de su maldad, su miseria, su codicia, y solo iluminada por algunos relumbres y fogonazos de luz como, sin ir más lejos, la música de la familia Strauss. Pero los maravillosos valses, polkas y marchas de los Strauss, que deberían ser más poderosos que todos los arsenales de armas juntos, apenas se quedan en un triste divertimento, un entretenimiento para un rato. Ni los milenios que llevados andados desde las cavernas hasta nuestros días de estaciones espaciales y viajes a Marte han podido con las poderosas y excepcionalmente rentables industrias de armas y sus agentes comerciales, algunos de ellos también compaginan ese trabajo con el de presidentes de sus países, que alientan y alimentan las guerras  en todo el mundo. Precisamente, muchos de los más grandes y recientes inventos se han logrado gracias a  los descubrimientos que iban surgiendo mientras investigaban en la creación de nuevas armas más avanzadas, sofisticadas y mortíferas. El desarrollo de las comunicaciones, las microondas y la aparición de Internet fueron posible gracias a las investigaciones sobre nuevas armas más precisas y letales.   

Ni siquiera se ha planteado la posibilidad de reducir o limitar esta industria de la muerte a gran escala. Hay demasiados intereses, demasiado dinero, el único dios verdadero, demasiadas ansias de poder para pensar siquiera en echar el cierre a tan lucrativo negocio, sobre todo porque no conocen a ninguno de los que mueren a diario en las guerras, ni en la guerra de Ucrania ni en ninguna otra. Ni los conocen ni les importan un comino, son números, gráficas, estadísticas, carne, alimento, sustento de sus cañones. Si tuvieran que ir al frente los amigos y familiares de los que declaran las guerras, y morir destrozados bajo las granizadas de metralla, la guerras acabarían en unas pocas horas. Una simple llamada de teléfono bastaría para declarar el fin del conflicto. Acordándonos del genial Miguel Gila podríamos imaginar la conversación: “ A ver si tenéis cuidado que esta mañana casi le dais a mi hijo. Un día vamos a tener una desgracia, así que casi mejor que vamos a dejar de jugar a esto”.

Nada más empezar el locutor el año nuevo con el parte del día de la guerra de Ucrania y comentar  las terribles imágenes de destrucción y muerte que aparecen en la pantalla del televisor, despertamos abruptamente  del hermoso sueño de belleza y perfección del concierto de la Filarmónica de Viena, y nos damos de bruces contra el mundo real. Después de ver las primeras imágenes de edificios destruidos todavía humeantes, de civiles despanzurrados  en las aceras cuando intentaban conseguir algo de comida o agua, empieza a revolvérsenos en el estómago la marcha Radetzky, creada por Johann  Strauss padre en honor del mariscal de campo austriaco conde Radetzky. Y lamentamos con un hondo dolor la inutilidad, el fracaso, la ruina de todas las guerras. Una ruina no para todos, naturalmente, hay que recordar que las grandes fortunas siempre han surgido al calor de las guerras. Si hablamos de lo irracional, de lo disparatado de las guerras se nos viene rápidamente a la memoria  “Senderos de gloria” la película de Stanley Kubrick, cuya acción se desarrolla durante la primera guerra mundial o “Una fábula” novela de William Faulkner, aquí somos muy de Faulkner, sobre la terrible vida de los soldados en esa misma guerra, por nombrar solo un par obras que denuncian magistralmente y con total crudeza los horrores de las guerras y el rastro de muerte, de hambre y miseria, de dolor y sufrimiento que dejan a su paso, y que no puede tapar, encubrir ni blanquear ninguna espectacular parada o desfile, ningún ondear de banderas al viento, ningún bonito uniforme, ningunas enérgicas y arrebatadoras marchas militares, de ésas que al oírlas te dan ganas de invadir Polonia, ni ninguna encendida y muy patriótica arenga pueden ocultar el desastre, la inmundicia, la miseria, la cagada de la moscarda de la guerra que todo lo pudre, corrompe y enferma. Erich Hartman, hizo una muy acertada descripción de la guerra al  definirla como “un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”.

Si todavía queda algún ingenuo, si alguien tiene alguna duda de que las guerras no solo no van a acabar nunca sino que van a ir a más, sobre todo cuando las grandes potencias empiecen a competir por los recursos energéticos y las materias primas cuando éstas empiecen a escasear, y la lucha por el control de esos recursos, cada vez más valiosos por escasos será a bombazo limpio, si alguien todavía cree que un mundo en paz y progreso es posible, para quitarle de una vez esa ilusión, esa infundada y vana esperanza, le sugiero que eche un vistazo al imponente edificio del Pentágono, la sede del Departamento de Defensa de los EEUU. Suena a broma macabra llamar “Defensa” a la mayor maquinaria bélica jamás creada por ningún imperio de la Historia para mantener, controlar y ampliar su poder, sus intereses en todo el mundo. Con más de trescientos mil metros cuadrados, El Pentágono es el edificio público más grande del mundo. En él, aproximadamente, trabajan veintitrés mil empleados militares y civiles, y cerca de tres mil miembros de personal de apoyo.

Respecto a la guerra de Ucrania hay que decir que Putin es culpable de la invasión de un país soberano como Ucrania, pero también hay que decir que la idea de llevar a la OTAN a la frontera con Rusia no fue una buena idea. Y más teniendo a alguien como Putin al otro lado de la frontera. Un iluminado dirigente nacionalista que se ha erigido como presidente vitalicio y que ansía resucitar a “La gran Rusia”. No, definitivamente no fue buena idea llevar a la OTAN a la frontera con Rusia con un tipo peligroso como Putin al otro de la valla como un pitbull con muchas ganas de morder.  Y tampoco hace falta decir quién está detrás de esa muy mala idea. Ya se “equivocaron” gravemente otra vez con la guerra de Irak y sus “armas de destrucción masiva”. Pero no tienen ningún problema en seguir “equivocándose”, siempre y cuando las equivocaciones las paguen otros. El que aconseja no paga, dice el dicho.

“¿Por qué, Señor has tolerado esto?” Preguntó el recientemente fallecido Papa Benedicto XVI en su primera visita al campo de concentración nazi de Auschwitz – Birkenau, en Polonia, el mayor de los construidos por los nazis y uno de los lugares donde mayores atrocidades ha conocido la humanidad. “¿Dónde estabas cuando estaba sucediendo esto?”, siguió preguntando el Papa Benedicto XVI a Dios que, naturalmente no contestó, porque Dios es muy de guardar silencio. Es lo que tiene. Ya le puede preguntar el Papa o quien sea.

Y la guerra sigue y los países de la OTAN no dejan de enviar armas y municiones para alimentar el conflicto. No se sabe ni se sabrá nunca los miles de millones de dólares que lleva invertidos EEUU en ese país en armas de todo tipo a las que hay dar salida y probar su rendimiento y capacidad de destrucción. Pero algún día acabará la guerra y el Imperio se cobrará con creces la ayuda en dinero, recursos o implantación de bases militares en su territorio, como hicieron en España a cambio  no solo de mirar para otro lado en el tema de derechos humanos y demás, sino de ayudar, respaldar  y  establecer todo tipo de lazos y apoyo, con su ya conocida desfachatez, al  régimen genocida de Franco. Ahí se vio con claridad la verdadera cara de EEUU, el país de la libertad y la democracia. 

El año nuevo, salvo el efímero y hermoso espejismo del concierto de la Filarmónica de Viena, es una continuación del anterior y sigue su curso imparable. Por si faltara algo, Dimitri Medvédev, el que fuera presidente ruso, ha declarado recientemente que si Rusia es derrotada en Ucrania se puede desatar una guerra nuclear. Cuánto ganaríamos todos si los responsables de que el mundo vaya como va, se unieran en una gran conga al compás no de la “Marcha Radetzky” sino de “Paquito el Chocolatero” y se fueran despeñando uno a uno por un precipicio.

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído