sábado, 27abril, 2024
17.4 C
Seville

La máscara con la que se cubre la época

- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

Un buen escritor no debe escribir para su época. Debe escribir, sin más, sin esperar ver los frutos. Echar barquitos a la mar del pensamiento. Hilvanar historias sobre un mundo vasto de reflexiones, que no siempre, coincidirá con la máscara con que se cubre la época.

En el inconmensurable porvenir, alguien rescatará una palabra, o simplemente un pensamiento, que fue pensado y olvidado, y, de repente, se abrirá nuevamente a la luz, con renovada insistencia. Pequeñas joyas de luz, fósiles sociales de la inteligencia; abiertas al infinito.

Pensemos, por ejemplo, en aquellos griegos presocráticos, atomistas, en los que hablaron de la rotación de la Tierra o de la traslación de ésta alrededor del Sol; pensamiento oculto durante siglos tras el aristotelismo, el platonismo y la escolástica, y que volvió a surgir con renovado entusiasmo en el siglo XVI, inaugurando la Revolución Científica.

La Modernidad marcó una época, la del hombre europeo, blanco y etnocéntrico. Bajo los eslóganes de Libertad, Fraternidad e Igualdad, que sin duda ayudaron a derrocar al viejo régimen de las monarquías, para imponer después nuevos colonialismos bajo la figura del Estado, pero olvidó a la mujer, a la que no consideró «ciudadana» durante el proceso de la Revolución Francesa, y a la que negó el voto hasta bien entrado el siglo XX, y aún hoy, en muchos países. Pero ahí está el feminismo impidiendo que las heridas, las llagas purulentas, se cierren en falso.

La superficialidad de la época la marca siempre un grupo de poder, una camarilla de personas y familias abanderadas de la ideología dominante, su propia ideología.

El feminismo llegó para iluminar esa oscuridad, en la que el hombre había alabado la universalidad sin reconocer ni tan siquiera a sus pares, las mujeres. Así, mientras la Modernidad anunció su mundo en tres palabras (Fraternidad, Igualdad, Libertad), la Posmodernidad solo depende de una: «globalización» económica y política para beneficio de los que dominan el mundo, y producen y comercian y monopolizan sin conciencia ecológica. Si bien es verdad que, en algún momento, al final del siglo XX, a esa globalización la acompañó otra palabra, «multiculturalismo», esta desapareció después de las numerosas guerras creadas en el norte de África y en Oriente Próximo y la llegada de desplazados a Europa.

La época, es ciega, no reconoce el pensamiento que la ha de superar. Así, el hombre actual vale su peso en dinero: sueldos de hambre; riquezas de otros siempre en «paraísos fiscales»; poderes y países que nunca harán nada para remediarlo. En ello va su beneficio.

El conocimiento, el ansia de saber, la sabiduría, ya no es un valor en alza. A cambio, la mediocridad se impone, mientras los nuevos «metarrelatos salvadores» se instalan en las pomposas televisiones vendiéndonos la felicidad a plazos, y desde allí, hipertrofiados en el consumo diario de las noticias, iracundos gallos y gallinas de la política, la economía, los mass media saludan al Sol cada mañana amenazando con una nueva arma, una nueva guerra, una nueva corruptela, una masiva expulsión de inmigrantes, un bienestar siempre futuro, siempre al otro lado de muros contra los más desfavorecidos; siempre más allá de una crisis, de esta o de la que viene. Mientras, en el gallinero, la mayoría silenciosa e indiferente, aplaude; pero no solo eso, aplaude y teme, como ha aplaudido y ha temido siempre.

Aplaudir, tiene eso, es tan fácil aproximar las palmas de las manos con cierta fuerza y que aparezca un sonido. ¡Ha sido siempre tan fácil! ¡Es tan fácil asustar! Incluso cuando la gente conviva con robots, seguirá siendo muy fácil aplaudir lo que está de moda.

Llegada esa época, no será difícil tampoco enseñarles a los robots dos cosas: cómo obedecer y cómo aplaudir. Temer, no sabrán. El resto pertenece a la Historia. Pero el que escribe, la que reflexiona, el que se bate a duelo con las ideas viejas, no callará, y de época en época alguien, en un tiempo futuro, tomará en sus manos sus palabras y las pondrá en pie. Humanizadas, serán oídas.

Por eso, un buen escritor, una buena escritora, no debe escribir para su época. Debe escribir, sin más, sin esperar ver los frutos. Echar barquitos a la mar del pensamiento. Hilvanar historias sobre un mundo vasto de reflexiones, que no siempre, coincidirá con la máscara con que se cubre la época.

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído