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“Las relaciones entre madres y hijas siempre son muy potentes. Somos mamíferos”

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análisis

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Abordar el papel de la madre en una novela necesita mucho de valentía y arrojo y no menos de destreza para sortear los picos más conflictivos que se puedan presentar en la historia. Ambos extremos los acomete Ada Castells con destreza y savoir faire en Madre, traducida ahora del catalán al castellano por Navona. La escritora barcelonesa (1968) plantea una ficción cimentada en la sombra que proyectó en ella su propia madre, una figura “difícil”. El resultado es una novela ágil y por momentos repleta de ironía para equilibrar el siempre difícil encuentro entre madres e hijas.

 

Su Madre es una excéntrica mujer que dejó escrita antes de fallecer una desconcertante libreta bajo el título de Confecciones Vidal. Ya desde la sinopsis argumental se intuye la ironía. ¿Es el sendero principal buscado en el tono de su novela?

La voz es irónica porque para mí era importante huir de los dramones. La relación tensa entre madres y hijas es muy habitual, pero mi voluntad no era focalizarme en el mal rollo sino entender mucho más a mi madre a través de esta madre de ficción. Necesitaba llorar pero también reírme de ella, de ella como madre, de mí misma como hija y sobre todo de mí misma como madre que repite algunas de las locuras de su madre sin ni siquera darse cuenta.

 

¿Todas las madres son iguales?

No. La idea de que las madres son seres sobrehumanos que se sobreponen a todo por amor, que todo lo soportan, que son siempre pacientes, equitativas, cariñosas… es falsa. Las madres son personas y no todas las personas son iguales.

“La idea de que las madres son seres sobrehumanos que se sobreponen a todo por amor, que todo lo soportan, es falsa”

 

¿Y las hijas?

Las hijas varían mucho con la edad porque son seres en formación. No es lo mismo una niña que mira a su madre como si fuera Superwoman, que al salir del colegio se abalanza para que la abrace, de una adolescente que la mira como si fuera un monstruo y que se esconde cuando está con sus amigos. En la novela se narra este momento crudo en que una mujer tiene que atender a su madre mayor, con todas las manías del mundo, y a su hija quinceañera, con todas las exigencias del mundo.

 

En Madre confronta a una madre con una de sus tres hijas en un tête-à-tête de alto voltaje. ¿Son todas las relaciones maternofiliales más o menos así? ¿Por qué?

Las relaciones entre madres y hijas siempre son muy potentes. Somos mamíferos. Hemos estado en el vientre de estas mujeres que a veces encontramos injustas, que no entendemos, que nos conocen como nadie en el mundo, que imitamos sin querer… Imagínate, esto es material explosivo. Aun cuando no están, las oyes en los momentos clave, reprendiéndote o animándote, depende de la suerte que hayas tenido con la progenitora que te ha tocado en suerte.

 

¿Cómo es su Raquel?

Raquel es divertida, exhibicionista, imaginativa, creativa… Un encanto para los demás, pero un desastre como madre porque no tiene ningunas ganas de sacrificarse por las hijas, porque no empatiza con ellas, porque son un estorbo.

 

¿Por qué es tan difícil el ‘trabajo’ de madre?

Porqué es un trabajo de 24 horas, 365 días al año y su gran dificultad ni siquiera recae en la reconciliación laboral, sino en que tienes que alcanzar un ideal imposible de lograr y esto es frustrante. Tienes que tener paciencia, ser coherente, razonable, justa, amorosa… y resulta que los humanos a veces somos injustos, miserables, egoístas… Y la maternidad eso no lo permite. Cuando estaba embarazada, un amigo me dijo: “No sufras, hagas lo que hagas, lo harás mal”. Tenía razón y, para soportarlo, la clave es huir del drama y confiar que el tiempo lo cura todo.

 

Usted llega a conmover con su historia sin caer en el sentimentalismo, una pirueta que no todos los escritores salvan honrosamente cuando abordan este tipo de historias. ¿De qué es de lo que más orgullosa se siente con Madre?

Me gusta no haber caído en el sentimentalismo. Era muy importante para mí, pero de eso no me siento orgullosa porque no me ha costado ningún esfuerzo. Simplemente he sido como soy, sin máscaras ni pretensiones. En cierta manera, lo que más agradezco de este libro es haber logrado entender un poco más a mi madre o crearme una madre de ficción tan creíble que al final me ha parecido que era realmente mi madre. Ya no sé qué son recuerdos y qué son invenciones, pero poner orden a la relación con mi madre era imprescindible para afrontar mi propia maternidad.

 

El peso de la religión protestante de su familia también se nota en esta obra como en su primera novela, El dedo del ángel. A grandes rasgos, ¿cuáles son los rasgos diferenciadores con respecto a las influencias que el catolicismo impone en el seno de las familias?

El mundo protestante es muy minoritario en España y muy desconocido. Formar parte de una comunidad pequeña te da fuerza porque eres diferente y tienes que acostumbrarte a ello. A mí me ha ayudado a ser escritora porque me ha permitido un punto de observación distante y al mismo tiempo genuino, con una gran tradición. Concretamente el protestantismo es una religión que prima mucho la transparencia, la verdad, la austeridad, el compromiso, la tenacidad, la lectura de la Biblia, su interpretación personal, y todo esto, sin duda, ayuda a escribir novelas. De eso me he ido dado cuenta con el tiempo. Cuando publiqué El dedo del ángel todavía no sabía todo lo que ahora sé de mí misma pero ya me notaba yo rarita por formar parte de una religión distinta a la mayoritaria.

 

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