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“Messiaen podía ver la música, en sentido metafórico, pero no neurológico”

Mario Cuenca Sandoval aborda en ‘El don de la fiebre’ la vida del ‘Mozart francés’ a través de su obsesión por la religión, la música y los pájaros

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análisis

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Olivier Messiaen, el Mozart francés que sufrió en carne propia la barbarie nazi en los campos de concentración, vivía la música, no la oía, o sí, pero sobre todo la miraba, la pintaba, la coloreaba, y todo ello pese a que no era un sinestésico neurológico, como aclara el escritor Mario Cuenca Sandoval, que presenta en El donde la fiebre (Seix Barral) una subyugante aproximación histórica novelizada a la vida y obra del genio galo de la música del pasado siglo, obsesionado por la religión, el canto de los pájaros y, por supuesto, la música. De ese triángulo no podía salir más que una obra de arte total: Cuarteto para el fin del tiempo.

 

Ni biografía ni biografía novelada ni novela sobre un personaje real. ¿Qué es El don de la fiebre realmente?

Es una novela, sin duda, una ficcionalización de la vida de un genio que recorre la práctica totalidad del siglo XX (1908-1992), y en algún sentido es también un fresco del siglo XX, trazado a partir de una cadena de metáforas, porque no me interesaba una recreación minuciosa e historicista. El siglo aparece más bien como un rumor de fondo, una especie de ruido molesto en los oídos del protagonista, hasta que ese ruido de la historia desemboca en la Segunda Guerra Mundial.

Foto: Olivier Messiaen.

 

Sin duda, la vida de Messiaen es digna de cualquier buena novela que se precie. Entonces, ¿cómo ha logrado que esta recreación novelada incremente aún más el interés por conocer su azarosa existencia?

Creo que, cuando uno conoce mejor no sólo su peripecia, sino la filosofía e incluso la teología que sustentó su vida y su obra, es más fácil adentrarse en su música (compleja y hermética para un público poco habituado a la música de vanguardia). Sucede con buena parte del arte contemporáneo, al que no siempre es posible un acercamiento “ingenuo” o intuitivo, pues nos exige algún conocimiento previo, cierta carga teórica. En mi experiencia como autor, sumergirme en el personaje me ha permitido sumergirme con mayor profundidad en su obra.

 

¿Quién fue a grandes rasgos este músico determinante del pasado siglo y qué supuso para las nuevas generaciones de artistas musicales?

Durante un par de décadas al menos, fue el músico más importante de la vanguardia musical. Durante casi medio siglo, el maestro de muchos de los grandes nombres de la música contemporánea (Pierre Boulez, Stockhausen…). Durante más de sesenta años, fue el organista de la iglesia de la Trinidad de París. Imagínese lo que pensarían aquellos feligreses que lo veían improvisar, con aquellas armonías de vanguardia, aquellos acordes que él mismo llamó “acordes anárquicos” para disculparse ante el párroco de la Trinidad, pero que, en realidad, obedecían a un profundísimo conocimiento de la armonía. Él mismo creó una serie de modos que rebasaban los tradicionales modos griegos, dominantes en la música durante siglos, a los que llamó modos de transposición limitada.

“La guerra convirtió a Messiaen en un absoluto ensimismado”

 

En Messiaen la vista y el oído intercambiaban funciones con asombrosa facilidad. Sinestesia se llama esta sensación. ¿Basta sólo una sensibilidad extrema o es una cualidad innata accesible sólo a unos pocos? 

Hasta donde sé, Messiaen no era una verdadero sinestésico (no veía realmente la música). Tuvo amigos que sí poseían ese don, y sospecho que nada le hubiera gustado más que compartirlo con ellos. Pero parece ser que en su caso se trataba más bien de una concepción filosófica o estética: interpretaba la música como colores y, en un sentido metafórico, pero no neurológico, la podía ver.

 

Messiaen fue tan innovador y rompedor en lo musical como conservador en lo ideológico. Quizá resida ahí la genialidad, en la contradicción.

En realidad, aunque parezca una paradoja, la vanguardia musical en la Europa de los años treinta se asociaba más con los grupos de derecha, mientras que la izquierda tenía predilección por el neoclasicismo. No es tan extraño. Recordemos que el primer ismo del siglo XX, el futurismo, nace vinculado a la ideología de extrema derecha. Pero es cierto que todos esos contrastes hacen de Messiaen un personaje fascinante. Él mismo lo resumió de este modo (cito de memoria): la tragedia de mi vida es que he escrito música inspirada en las aves para personas que viven en la ciudad y que apenas saben distinguir otros pájaros que las palomas y las golondrinas; he escrito una música en colores para gente que no es sinestésica; he escrito música religiosa para un auditorio compuesto en su mayoría por ateos y agnósticos.

“He escrito la novela de la descanonización del santo Messiaen”

 

En su famoso Cuarteto para el fin del tiempo se cruzan algunas de sus obsesiones y experiencias vitales, como por ejemplo haber sido hecho prisionero por los nazis y enviado a un campo de concentración. ¿Hasta qué punto la barbarie nazi lo puso realmente a prueba, artísticamente hablando?

Creo que la guerra convirtió a Messiaen en un absoluto ensimismado. De alguna forma, refugiándose en la música y la fe, logró sobrevolar la tragedia, aislarse de los que en la novela yo llamo “el chirrido de la historia”, vuelto hacia lo eterno y desdeñando lo pasajero. Y me parece que eso es lo que representa el Cuarteto, especialmente en Abismo de los pájaros: aquí abajo, los hombres hacemos la guerra, pero, en las copas de los árboles, los pájaros continúan celebrando la belleza de la Creación con su canto. Nosotros luchamos y morimos, pero hay una realidad más alta en la que no existen ni el tiempo ni el dolor ni la muerte.

“Messiaen no era un verdadero sinestésico, tenía una concepción filosófica y estética de la música”

 

Y el trino de los pájaros. ¿Estaba realmente loco o es cierto que podía transcribir musicalmente sus composiciones naturales? ¿es la música de dios, como él la definía? 

No, no estaba loco. Trasladar el canto de un pájaro a un pentagrama requiere de un oído extraordinario y, además, de una destreza excepcional, porque los pájaros no siguen las armonías humanas, no afinan como los instrumentos temperados humanos. Hay que transportar el canto al lenguaje de nuestras músicas. Y en eso Messiaen era un absoluto genio. Para comprobarlo basta hacer el ejercicio de comparar la grabación de un mirlo negro, por ejemplo, con el mirlo que escribió Messiaen para piano. Con el tiempo, Messiaen se convirtió en un experto ornitólogo que, gracias a su oído absoluto, logró transcribir el canto de cientos de pájaros de todo el mundo e incorporarlos a su obra. En su visión religiosa, capturar el canto de los pájaros equivalía a capturar la música de unos emisarios de la “alegría eterna”.

 

Como novelista de ficción que aborda la historia de un personaje real, ¿qué obligación se ha autoimpuesto para no vulnerar moralmente lo que Messiaen significó para la historia de la música universal?

Además del rigor histórico, me propuse el imperativo moral de no vulnerar la dignidad de los personajes, algunos de los cuales siguen vivos. Al principio sufrí por los escrúpulos que me generaba un proyecto así. Veía a Messiaen y a Yvonne Loriod recriminándome que me inmiscuyera en sus vidas. Pero todo lo que cuento se basa en testimonios y en registros históricos, en las abundantes biografías sobre Messiaen, aunque no traducidas al castellano. Y la ficción funciona aquí como una especie de torrente de agua que circula por un cauce real, un cauce histórico.

 

¿Es imprescindible tener un apego especial hacia el protagonista real de su novela para poderle ser fiel en todos sus extremos y al mismo tiempo poder desplegar en libertad su estilo narrativo particular? 

Creo que la novela transmite mi propia experiencia de enamoramiento y desenamoramiento del personaje, pues comienza como una verdadera vida de santos, una hagiografía, narrando los milagros del niño prodigio que sin duda fue Messiaen. Pero después desvela el modo en que el propio Messiaen construyó un mito en torno a su vida, y cómo apuntaló ese mito sobre una serie de milagros que no son tales, y sobre una serie de hipérboles que fueron creciendo con los años. Así que me dije: aquí también hay una novela, la novela de la des-canonización (si puedo usar el neologismo) del santo Messiaen.

 

El don de la fiebre
Mario Cuenca Sandoval
Seix Barral
336 páginas
18,50 €

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