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Mirada de chocolate

Patricia López Haas
Patricia López Haas
Historiadora del Arte y Periodista sigue de cerca el mundo de la cultura. Realizó un posgrado en Sotheby's Institute de Londres sobre el mercado del arte y el coleccionismo. Su mirada amplia y sin fronteras trata los temas con curiosidad felina. Con experiencia en prensa escrita, en la actualidad es columnista en otro medio de comunicación.
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análisis

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Es tiempo de procesiones, vacaciones y de huevos de Pascua. Al igual que escribo sobre la Navidad y sus tradiciones, cuando llegan estas fechas me gusta hablar de chocolate y de los conejitos de Pascua. A esta “mirada felina” todo le interesa y piensa que, de vez en cuando, hay que sacar al niño que llevamos dentro. Mis recuerdos infantiles están unidos a la tradición de esconder conejitos por el jardín. El domingo de Pascua por la mañana los buscábamos con ilusión, encontrarlos era un tesoro. A menudo portaban cestitas llenas de caramelos de colores y diversos sabores. Ellos venían de lejos, de Suiza, porque esta costumbre por aquí todavía no estaba muy extendida.

Lo que sí que tiene arraigo es la mona de Pascua, que es típica de toda la costa mediterránea. Se trata de un brioche coronado por un huevo duro. En algunos puntos del país como en Cataluña se transforman en tartas de chocolate, nata o crema, y los huevos en todo tipo de estructuras como pelotas de fútbol o figuras de dibujos populares. El origen de la palabra mona parece que es árabe y significa regalo. El de los padrinos a sus ahijados. Hay otros dulces unidos a la Semana Santa como las torrijas o los buñuelos. Al final las fiestas y la comida están unidas por un vínculo indisoluble que viene desde el principio de los tiempos.

Es a partir del siglo XIX, en Alemania y por Pascua, cuando se empiezan a regalar muñecos de chocolate en forma de conejitos. Esta tradición, como casi todas, es pagana en origen siendo después adoptada por el cristianismo. El conejo simboliza la fertilidad, el nacimiento y la esperanza de vida. Su aparición se asocia con el comienzo de la primavera, el fin del invierno y la renovación de la naturaleza. Hay leyendas que tratan de explicar la presencia del conejo en esta celebración cristiana, pero la respuesta no está clara. Al final, la cultura popular es un reflejo de los usos y costumbres de nuestros ancestros, que con el tiempo se han ido modificando y adaptándose a la forma de vida de cada momento. Siempre en evolución. En resumen, podríamos decir que el conejito de Pascua es el encargado de traer los huevos de colores de chocolate porque es el primero en salir de su madriguera y en procrear. Los huevos, por otro lado, representan la vida y el nacimiento. Esto explicaría su dulce presencia en los jardines por Pascua.

Aunque no todo va a ser dulce, y si hablamos de la historia de los Romanov mucho menos, pero hay unos huevos que han pasado a la historia por su belleza y extravagancia: los Fabergé. El zar Alejandro III le regalaba uno cada año por la Pascua ortodoxa a su mujer, María Fyodorovna. Entre 1885 y 1916 se realizaron alrededor de 50 piezas. Algunas fuentes dicen que fueron 60. Estaban cubiertos de lacas y piedras preciosas y guardaban una sorpresa en su interior. Con la caída de los Romanov sus propiedades fueron confiscadas y algunos de los huevos Fabergé fueron vendidos, otros desparecieron. Lo que sí que es cierto es que son de un valor incalculable. Hace poco apareció uno en el barco de un oligarca ruso.

Fabergé representa la sofisticación y el lujo de esta dulce tradición, la de los huevos de Pascua. Muchas personas estarán de viaje estos días de Semana Santa, otros en casa descansando y los más clásicos viendo las procesiones. Y los golosos tomando pasteles. La tarta que presento no está hecha a base de piedras preciosas, pero está riquísima, lleva cacao puro al 100%, mantequilla, azúcar, café (que aumenta el sabor a cacao), canela, vainilla, nata y plátano. La ganache de chocolate es la “guinda” del pastel. Y los huevos. Y los conejitos. Qué festival de colores y qué mirada más dulce…

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