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“No creo que el humor sea la peor botica para ver luz al final del túnel”

Unai Elorriaga hace gala de un humor encomiable en ‘Nosotros no ahorcamos a nadie’, la historia de dos amigos ancianos que afrontan como pueden las últimas trampas que la vida va poniendo en sus caminos

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análisis

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La escritora Edurne Portela alaba la “profundidad” de la obra de Unai Elorriaga (Algorta, 1973) en su sentido más literario, gracias a un estilo perfeccionista, cuidado y exquisito con la palabra, lugares no tan comunes hoy día en muchos de sus compañeros de viaje. Nosotros no ahorcamos a nadie (Galaxia Gutenberg), traducida por el propio autor del euskera, rezuma ternura y humor a raudales, en un encaje admirable gracias a las andanzas de sus dos protagonistas, dos amigos ancianos que afrontan como pueden las últimas trampas que la vida va poniendo en sus caminos. De paso, también rinde un sentido homenaje al trabajo de la traducción y al arte de contar historias, dos disciplinas artísticas imprescindibles para amar la literatura en toda su dimensión y aquellas obras que llegan muy hondo al lector, como esta del escritor vasco.

Usted se ha encargado de la traducción al castellano de su propia novela, e incluso ha decidido cambiar el título, de Iturria (uno de los personajes clave del libro), en su versión en euskera, a Nosotros no ahorcamos a nadie en su versión en castellano. ¿Por qué?

“Iturria” es el apellido de uno de los personajes principales del libro (Pedro Iturria). Hasta ahí no habría habido problema en dejar el mismo título para castellano. Sin embargo, “iturria” en euskera significa ‘(la) fuente’ o incluso ‘(el) origen’, algo que un lector del original no pasaría por alto y es clave en el libro. El lector en castellano perdería ese segundo significado. Pero la cosa no acaba ahí; tradicionalmente las fuentes han sido un lugar de encuentro, de interrelación social en entornos con núcleos urbanos muy dispersos. Al desconocer el significado de “iturria” también se perdería esa connotación cultural. Así pues, opté por titular al libro con el nombre de uno de los relatos que más han dado que hablar. Es un título, además, ya me lo dijeron cuando publiqué el original, que llama la atención. Hay tantos títulos en tantas librerías…

“No existe un placer parecido al de la creación”

También la traducción guarda cierto papel protagonista en la trama de su novela. ¿Un sentido homenaje a un arte no lo suficientemente reconocido a todos los niveles?

Diría que la traducción es un aspecto de la vida que nos llega a obsesionar a las personas bilingües. No dejamos de traducir, de pensar en la mejor manera de trasladar lo que sentimos en una lengua a otra… Pero más allá de ello, en mi experiencia como lector (y en la de la mayoría de los lectores, imagino) es algo crucial. Al final de nuestras vidas leemos, seguramente, más traducciones que originales. De lo contrario, no conoceríamos las literaturas checas, polacas, alemanas, rusas o de más del 90 % de las lenguas mundiales. Queramos o no, somos los que somos gracias a los traductores en gran parte; si no fuera por ellos, nuestro mundo sería muy limitado. Y como bien dices, no está lo suficientemente reconocido. Deberíamos tratarlos como a héroes…

¿Quiénes son realmente Soro, Erroman más Iturria cerrando el círculo de personajes?

No es una pregunta sencilla; seguramente habría que leer toda la novela para conocerlos bien y aun así quedaría algún aspecto enigmático… Imagino, con todo, que son un poco su autor y su entorno. Es decir, todos tienen algo de la personalidad de quien escribe y de las personas que lo rodean. Escribiendo a Soro me he divertido mucho porque aporta unas barbaridades que no pienso y que jamás diría, pero que escucho a esas personas, mayores sobre todo, que, con desparpajo y una desinhibición brutal, ponen en danza a todo aquel que los rodea.

Esta novela es un claro ejemplo de novelas dentro de una novela gracias a los relatos escritos por uno de sus protagonistas. ¿A dónde nos lleva este juego de matrioskas?

Nos lleva, como bien dices, a un juego, a una diversión, a disfrutar con la novela y con los relatos, con su engarce, con la sorpresa que al final une a ambos… Pero cuidado, no creo que el libro sea pura diversión, o únicamente diversión; tanto la vida de Soro, aunque grotesca en apariencia, como los relatos, encierran una segunda, tercera o cuarta lectura que podría llevarnos a otra clase de territorios. Ésa es al menos la intención… En manos del lector está quedarse en la pirotecnia inicial o intentar internarse algo más…

La vejez, la enfermedad y el humor y la ternura como válvulas de escape ante la adversidad inevitable. Tres puntales temáticos que usted ahorma con una sensibilidad exquisita. ¿Se puede y se debe ver la luz al final del túnel?

Es posible que no se pueda, pero sí se deba. Quiero decir que es posible que sea el arma más fuerte que tengamos, ver luz la mayor parte del tiempo posible. No creo tampoco que el humor sea la peor botica…

“Cuando uno escribe divirtiéndose, contagia esa diversión al lector”

Los personajes, más allá de la excentricidad que atesoran con sus acciones y obsesiones, hacen uso de un arte que ronda el esperpento. Pero no todo literato tiene el don de saber hacer buen uso de él. ¿Cómo ha salido airoso de este envite?

No sé si he salido airoso; habrá que ver qué dicen los lectores… Es cierto que hasta ahora nadie me ha dicho que me haya excedido en esos intentos de surrealismo doméstico que recorren ciertos pasajes del libro. Mi única intención era divertirme escribiéndolos, acompañar a Soro en sus excentricidades y reírme con él, junto a él. Estoy convencido, además, de que cuando uno escribe divirtiéndose, contagia esa diversión al lector. Esto es, al menos, lo que me han transmitido la mayoría de los lectores hasta ahora.

¿Hasta qué punto se ha autoexigido con su última novela para llegar a territorios literarios complejos y no explorados?

Quiero creer que mi exigencia cuando ideo, estructuro, escribo y corrijo un texto es siempre la máxima que me permite mi capacidad. Ahora bien, no sé hasta dónde llega esa capacidad literaria, así que intento completar esa exigencia con mucho trabajo. Tardo en construir una novela unos cinco años de media, porque paso un año entero o incluso año y medio corrigiendo el texto ya acabado, una y otra vez, hasta hacerme amigo de cada coma. Antes de llegar ahí, antes del momento de la escritura incluso, paso años intentando explorar ideas diferentes, ideas que no he visto en otros textos (aunque no quiere decir que no existan, claro). Aun así, soy consciente de que el resultado puede ser mediocre e incluso pésimo, pero que no sea por falta de exigencia o trabajo.

¿Es necesaria y fundamental esta autoexigencia para evolucionar en una carrera literaria?

La cosa es que no concibo otra manera de enfrentarme a un texto. Existen momentos de duda, sin embargo, en los que llego a pensar que no merece la pena tanto trabajo, tanta obsesión por cada oración, por cada morfema, por cada signo de puntuación, me da la impresión de que prácticamente nadie lo aprecia, pero en cuanto vuelvo a sentarme a la mesa, en cuanto empiezo a idear un nuevo proyecto, mi cerebro no me da otra opción, se para en cada frase, en cada palabra y no sale de ella hasta que decide que no se puede hacer mejor. Pero, insisto, nunca es garantía de nada: puedes pasar veinte años con un libro que después no llegue a nada. Aun así, disfruto con el proceso y no existe un placer parecido al de la creación. Y qué ratos hablando con personajes que no existen, incluso riéndote con ellos…-

Una de las lecturas que se pueden hacer de su novela, a grandes rasgos, es que la vida se acaba, pero agarrarse a la literatura la prolonga e incluso hace que perdure ad aeternum. ¿Lo ve así?

Por supuesto. Habría que seguir un poco el hilo de la anterior respuesta: el placer que aporta la literatura, el momento de crear, es incomparable a cualquier otro, y todo el mundo sabe que durante ese momento de disfrute total, el tiempo no pasa para la persona, como para aquel monje del monasterio de Leire. Quizá la literatura esté compuesta de pequeñas eternidades, tanto al escribir como, por supuesto, al leer.

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