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Quadrata testicula habent

Manuel F. García
Manuel F. García
Manuel F. García es activista sociocultural. Colabora como voluntario en varias asociaciones de actividades sociales, culturales y deportivas adaptadas a personas con diversidad funcional. Ha participado en proyectos educativos como alfabetización de adultos, formación profesional y ocupacional.
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análisis

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Con el tradicional balance de cambio de año, curioseando por Telegram, la red social a la que me exilié tras renegar de ella y de los demás medios que censuraron e intoxicaron con la pandemia y el subsiguiente conflicto occidental con Rusia en Ucrania, me encontré con que, hace ahora dos años, cuando me llevé de Facebook las primeras informaciones de un proyecto de canal informativo alternativo, acabé creando un canal ad hoc en la plataforma del avión de papel.  Su finalidad, que en principio era intentar encontrar y difundir la información contrastada y no contaminada sobre la pandemia, acabó derivando en ser una hemeroteca disidente de información proveniente de fuentes solventes, tras conocer canales de personas como los doctores Juan Gérvas, Antonio Alarcos, Luis de Benito o Karina Acevedo, analistas desde la perspectiva empresarial como Fernando del Pino Calvo-Sotelo, del mundo científico como Fernando López Mirones, judicial, como Asociación Liberum, o profesionales de la información como César Vidal y Lorenzo Ramírez. Y, sobre todo Beatriz Talegón, la cual, (quién me lo iba a decir a mi), me ofrecería la oportunidad de tener firma permanente de opinión en Diario16+ hace ahora un año, cosa que me hace sentir muy honrado.

Revisando el contenido de ese, ahora  archivo histórico, me asombré de la cantidad de información esperpéntica que se llegó a producir derivada de las situaciones provocadas por la imposición de las medidas Covid, por un lado, pero también por la forma en que los medios oficialistas y comunicadores colaboracionistas llevaban a la práctica la campaña masiva de propaganda, difundiendo información pretendidamente “científica” y “solvente”, e incluso, llegando a mostrar los hechos que se producían, en contra de toda lógica y sentido común. Llegó a haber un volumen considerable de reseñas de situaciones rocambolescas, en la que no era necesario siquiera hacer comentario satírico alguno, ya que las propias noticias eran, virtualmente, auto parodias del propio hecho relatado, al aplicarse incesantemente ese sesgo tendencioso que llegaba a ir, literalmente, a contrapelo de la sensatez más elemental.

Noticias como la fallecimiento por Covid (o con Covid) del cantante mexicano  Diego Verdaguer, que, al saberse en un programa de TV que había muerto tras haber sido inoculado, los tertulianos de turno expresaron aliviados un, “¡gracias a Dios que estaba vacunado!”, o la de la humorista que se desmayó en el escenario después de hacer un chiste sobre las veces que se había pinchado, o la estrategia de Nueva Zelanda para disolver a manifestantes contra la vacuna, haciendo sonar “La Macarena” junto con propaganda pro-inoculaciones, o la sucesión de noticias de muchos “comunicadores” de las televisiones patrias, presumiendo de pincharse, una, dos, tres veces, para después anunciar que habían pillado un Covid bestial que les obligaba a estar en cama y dejar el programa. Por no hablar de situaciones descacharrantes como consecuencia de intentar normalizar las mascarillas (actores porno trabajando con mascarillas, trompetistas con mascarilla… en la trompeta; estudiantes de canto con mascarilla, …y hasta mascarillas con la imagen de la virgen de Guadalupe impresa “para mayor protección”. Y sólo es una pequeña muestra de lo que dio de sí ese intento propagandístico que querer hacer normal lo que fue una aberración de las más elementales bases de la medicina, el derecho y la profesionalidad de todos los sectores sociales.

 Lo más disparatado de todo era comprobar cómo, muchas veces, los protagonistas de esas grotescas situaciones se colocaban todos ellos a un mismo nivel, desde frikis garrulos de los reality shows, a verdaderos expertos institucionales, pasando por informadores y comunicadores –y verificadores-, que se suponían “rigurosos”.

Pero como en la fecha en que escribo este artículo estoy todavía bajo la influencia del día de los inocentes, que, tal como he leído en una frase genial que circula por las redes, es “el día del año en que los medios publican noticias falsas haciéndose los graciosos, a diferencia del resto del año, que publican noticias falsas haciéndose los serios”, permítame, amigo lector, que tire de ironía para, como dice la socorrida frase, “comenzar desde el principio”:

Todo empezó en la antigua Roma.

Julio César, impresionado por la ferocidad con que los aquitanos (unos galos de la región de Gascuña) se resistían a la invasión del imperio, los describía en sus memorias finalizando con la expresión “quadrata testicula habent”, expresión que ha pasado a la historia evolucionando hacia la forma popular “tenerlos cuadrados”, refiriéndose al contenido escrotal de quien se supone una persona arrojada, tenaz y entregada, y también, irónicamente, en referencia a una persona que es capaz de empecinarse en una afirmación o una postura disparatada contraria a toda lógica, honestidad y ética. (Es irrelevante aquí que César bien pudiera haberse referido, no a los testículos de los bravos aquitanos, que luchaban casi desnudos, sino al diminutivo de la palabra testa, referida tal vez a algún tipo de casco de combate).

Esa expresión, la de “tenerlos cuadrados” me vino inmediatamente a la cabeza cuando, en ese bombardeo de titulares que suele aparecer bajo la barra de navegación de Google, leí la siguiente publicación de Infobae: “Francisco Matorras, el científico más citado de España: “el negacionismo pone en duda cosas que aprendes en el colegio”; y ya en el cuerpo de la noticia, hay un par de párrafo en el que este investigador de física que trabaja en el acelerador de partículas de Suiza responde así a esta pregunta:

“P: Durante los últimos años han florecido posiciones negacionistas con mucha fuerza, especialmente tras la pandemia. Gente que no cree en la ciencia, en las vacunas. Está el terraplanismo también… como científico, ¿cómo vive este incremento de gente que ve la ciencia como una opinión?

R: Es una cosa que a mí me asombra. No sé si es está muy extendido o simplemente es que tenemos Internet como amplificador y basta con que haya un profeta de la catástrofe para que se oiga por todas partes. Por otro lado, me asombra la falta de cultura y de educación científica. Hay veces, como esto, de que el acelerador de partículas iba a acabar con el mundo, que al final se basa en una ciencia y modelos que no tienes por qué entender, pero es que hay veces que se ponen en duda cosas evidentes que las habíamos aprendido en el colegio. ¿Y las está contando un iluminado en una página web y te las crees? Eso me sorprende”.

Más que la demagógica respuesta, (me gustaría ver a este físico soltándole eso mismo al cura de la iglesia donde le bautizaron), es el contexto con la pregunta y el crédito tácito que el científico concede a la legitimidad de la misma. El entrevistador, por un lado, no sólo equipara dentro de la etiqueta “negacionismo” a los que creen en la Tierra plana, sino que incluye a quienes “no creen en la ciencia, en las vacunas”  (¿Desde cuándo se cree en la ciencia como si fuese una religión o una consigna política totalitaria?; ¿acaso son igual de negacionistas los creyentes en la tierra plana que los científicos expertos –varios premios Nobel entre ellos- que desde el minuto cero aportaron pruebas y argumentos científicos que cuestionaban las inoculaciones experimentales de ARN mensajero en cuanto a eficacia y seguridad, y que el tiempo les ha acabado dando la razón?).

Y por otro lado, el entrevistador concreta la pregunta insinuando que la ciencia no puede cuestionarse como lo puede ser una opinión. Cuando, precisamente, la ciencia siempre ha de ser falsable,  es decir, toda afirmación científica ha de estar presentada siempre de forma que posibilite su refutación; la ciencia siempre ha de poder ser puesta a prueba, exactamente lo mismo que una opinión, máxime cuando se supone que está respaldada por datos y hechos.

El hecho de encontrarme con este singular planteamiento anticientífico al que se aviene Francisco Matorras, es lo que hizo que revisara la situación surrealista que se dio desde el principio de la implementación de la estrategia pandémica.

¿Recuerda usted, amigo lector, a los personajes de la farándula televisiva española, haciendo de voces expertas en temas médicos y farmacológicos?, ¿Recuerda a  Belén Esteban asesorando al personal con su fundamentada afirmación «no te mueres si te vacunas», reconociendo en la misma frase que se seguía enfermando de Covid [y de hecho, contagiando igual o más] aun vacunado?

¿Recuerda a Antonio Resines, diciendo que era «de subnormales» no vacunarse porque «la palmas», (seguro, vamos…) para luego caer en coma por Covid con dos dosis inoculadas y con intenciones de pincharse la tercera?

¿Y a Xavier Lapitz asegurando impertérrito que el ser humano es el único mamífero que no genera anticuerpos? (¡Menos mal que para eso hizo Dios las vacunas y mandó ponérselas a Adán y Eva y sus descendientes!).

Pero lo asombroso es que esa misma línea de afirmaciones sean indistinguibles de la realizadas por supuestos «expertos»:

El médico emergenciólogo César Carballo, que ya se coronó con su comentario de aquella rara variante de hepatitis aguda infantil fulminante aparecida al tiempo de las vacunaciones Covid para niños, y dijo que no sabía por qué era pero estaba seguro de por qué no era: “no es por la vacuna»…  Y ahora en este mes de diciembre, cuando ya hace un año que Pfizer reconoció en el Parlamento Europeo que la vacuna nunca fue testada ni siquiera para frenar la transmisión, va y dice: ”Dos semanas después de haber pasado el COVID, sigo sin gusto ni olfato, lo que significa que después de tres vacunas y una infección, el virus ha lesionado mi sistema nervioso central». Si esto es su forma de entender el principio de prudencia médica primun non nocere, que baje Hipócrates y lo vea…

El médico especialista en enfermedades tropicales Oriol Mitjà, que dijo: “Iba con la FFP2 [y vacunado], pero el coronavirus está desbocado y me encontró firmando libros por Sant Jordi». (Solo le faltó decir: “Y menos mal, porque sin las vacunas y mascarillas podría haber sido peor”, y que le hubiesen oído en África o Haití, donde, sin vacunas, ni mascarillas, ni restricciones, tuvieron los mejores resultados en cuanto a mortandad e inmunidad contra el Covid).

El médico mexicano Gustavo Olaiz, tras vacunarse sufrió un infarto cerebral que, según él «le salvó la vida» porque, decía, «me reveló que tenía un problema de coagulación», y añadió: “Soy un caso de fracaso de la vacuna y aun así pienso que es mejor vacunarse que no hacerlo”. (Sólo por eso, los premios Darwin deberían abrir la sección médicos autoeugenésicos).

O el entonces flamante ministro de ciencia y tecnología, Pedro Duque, que, ante los brutales ataques mediáticos que sufrió Miguel Bosé, cuando defendió el derecho a la autonomía del paciente, el de aquellas personas que optaban por no vacunarse (hubo incluso quien le deseó la muerte), fijó aún más la diana sobre el cantante diciendo públicamente “un famoso tiene que tener cuidado con las cosas que dice”. El tiempo demostró que Miguel Bosé tenía toda la razón, en cuanto al derecho a protegerse de los efectos adversos de un tratamiento experimental, como eran las inoculaciones génicas. Pedro Duque sigue en su órbita, al parecer, puesto que jamás se disculpó por colaborar en esa incitación al odio.

En todo caso, si a alguien hubiese de asignársele la acepción de “persona valiente, decidida, que no se arredra ante las dificultades” que posee la expresión “tenerlos cuadrados”, debería ser a todo el colectivo de expertos de prestigio, informadores y población en general que mantuvieron una actitud honesta, legitima y además, fundamentada en hechos y datos que cualquier científico serio avalaría, y que, como esa irreductible aldea gala que se resistió valientemente a todo el poder imperial y autoritario, hicieron frente a la brutal campaña de odio, difamación e injurias en defensa no sólo de las bases fundamentales de la medicina, la ciencia y los derechos y libertades, sino de la seguridad y la salud de ancianos, adultos, mujeres y niños (¿Recuerda, amigo lector, al fundador de la farmacoviligancia en España,  Joan Ramón Laporte causando el pánico en el Congreso, diciendo simplemente la verdad de los hechos? pues eso es tenerlos cuadrados).

Y si alguien merece la segunda acepción, sólo hace falta poner la TV para saber quiénes son.

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