La semana pasada conversaba con mi amigo y compañero en Covidwarriors, Juan Antonio Orgaz, y, en un momento dado, me dijo: “hablar contigo es un aprendizaje, pero hay que ¡superar tu personaje! Ese que llega, inflama al personal, no escucha y se va. Si bien es útil ofrecer un trampantojo, un efecto óptico de fingimiento de la realidad y del sentir de uno mismo”.
La idea que me trasmitía es que, al poner por delante el personaje, simplificamos la comunicación que se ajusta a lo que se espera del prototipo, facilitamos la comprensión de quién los demás creen que somos y, así, sobrellevamos mejor la vida, sin exhibir nuestra verdadera esencia. Al fin y al cabo, muchos intentamos protegernos del daño que nos podrían infligir los demás por medio de la armadura del personaje; la misma que, a su vez, limita nuestros movimientos y, sobre todo, nuestros sentimientos.
Acepto que mi personaje siempre ha sido un intruso profesional. De hecho, no he pisado una facultad de periodismo y aquí ando escribiendo. De las pocas cosas que sé hacer es conectar, abrir puertas; y como no creo ni en el amiguismo ni en el lobbismo, pues acabo levantando ampollas.
Si las serpientes mutan de piel cada año, pienso yo que me puedo aplicar el cuento. Tras el primer gancho a la mandíbula de la Covid19, me he dado cuenta de que no tiene sentido creer que me tengo que proteger tanto de los demás, porque las necesidades han cambiado, pasando de adorar una supuesta libertad materialista a ser verdaderamente libre, al aceptar ser cómo soy, sin tener que crear personajes que me protejan del otro. Ya no me hace falta caer bien a todo el mundo, ni sentirme aceptado.
Es fácil sugerir desde aquí que Trump se despoje de ese personaje simplón que le asegura una reelección presidencial a costa de resquebrajar su país. O a nuestros gestores políticos, para que sean capaces de mirar más allá del cortoplacismo y hacer política de estado.
Lo complicado es animarse a cambiar la armadura mental por la mascarilla de modo que volvamos a sonreírnos con la mirada, cual espejo del alma. Habrá quien te acepte y quien no, pero ¿es necesario que los bots de Twitter te den la razón? La vida real es eso que vives mientras fluyes sin encontrar excusas que justifiquen llevarte la contraria a ti mismo.
Pffff. #sincomentarios