Están los periódicos, los media en general, jugando con los numeritos, diciendo lo que hace falta para que Max, el hijo de Jos (¿dios?), se proclame campeón del mundo en el Gran Premio de Qatar. Ese Catar que los hispanoparlantes estamos escribiendo con Q en lugar de con C, por puro paletismo.
Verstappen ¡YA! es campeón del mundo: aunque se tuerza una mano o le dé un aire o el cielo caiga sobre su cabeza -como se dice en el mundo de Astérix-.
Verstappen ¡YA! es campeón del mundo.
Aunque ganase Checo en Catar (preferimos ponerlo con C). Aunque Checo comenzase a ganar todas las carreras y Verstappen no puntuase en ninguna. Porque ya haría algo Red Bull, como lo ha hecho siempre, para proteger a Max, incluso si no volviese a correr nunca ya harían que Checo no terminase una carrera. Porque Max es la apuesta de la escudería, Max es el protegido y el niño bonito.
Y la protección ha sido tan grande que se han cargado hasta a su compañero de equipo y han conseguido que tengamos el Mundial menos disputado que se recuerda desde los abusos de Schumacher (ni siquiera Hamilton con Bottas se pasó tanto).
Quizá este año los aficionados aún vean algunas carreras, pero seguro que no las verán todas: ya está todo el pescado vendido.
Tuvo la CIA una oportunidad excelente al descubrir que Red Bull se había pasado de presupuesto en la temporada anterior. Podría haber utilizado la imaginación para quitarle todos los puntos que le hubiese dado la gana, y ahora aún nos quedaría espectaculo y CIRCO.
Max Verstappen, lo está demostrando, es el mejor piloto del momento. Excepto cuando Carlos Sainz y Ferrari hicieron el milagro de levantarse del suelo en Singapur, lo ha dominado todo y en todo momento.
Le felicitamos y aplaudimos, pero al mismo tiempo bostezamos hasta que nos duelen las quijadas: si esto va a ser la Fórmula 1, MENUDO MUERMO.
Tigre Tigre
