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Feijóo, presionado por la ONU, echa el freno a las «leyes de concordia»

Guarda en el cajón los textos legislativos de Comunidad Valenciana, Castilla y León y Aragón hasta que pasen las elecciones europeas

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análisis

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“No demos por aprobadas leyes que no están aprobadas”, asegura Feijóo, abrumado por el chaparrón que le ha caído de la ONU a cuenta de las mal llamadas leyes de concordia PP/Vox. El dirigente popular, como buen conservador y gallego, es un político que siempre trabaja y actúa a remolque de los acontecimientos. Nunca se anticipa a nada, jamás se avanza al devenir de la historia, es incapaz de ver lo que está por llegar para adelantarse al futuro (no tiene talento para ello, tampoco interés, ya hemos dicho que es conservador y un conservador no mueve un solo dedo hasta que no tiene encima el tsunami). Así que se ha comido el sopapo de la ONU, que ni lo ha visto venir.

Feijóo, con cierta alegría y pachorra, dio luz verde a sus barones territoriales para que hicieran lo que tuvieran que hacer con las leyes del sanchismo, entre ellas una de las más importantes, la de preservación de la memoria histórica, gran símbolo del Gobierno de coalición ante la ola ultra que nos invade. Y fue así, con esa patente de corso, como los Mazón, Mañueco y Azcón (presidentes de Valencia, Castilla y León y Aragón, respectivamente) se sintieron libres para derogar toda la legislación socialista e imponer la suya, la que blanquea el franquismo, equipara la dictadura a la Segunda República y da la vuelta al calcetín de la historia en un revisionismo que apesta a bulo sobre los hechos del pasado. El triunvarato del Tercer Reich autonómico (solo así puede ser calificado un gobierno regional que se apoya en los nostálgicos del Régimen anterior para mantenerse en el poder) se dio un atracón de pollo aguilucho al chilindrón, una borrachera de franquismo, tal como dijimos en esta misma columna la pasada semana, y se quedaron satisfechos, repletos, ahítos y a gustito.

Pero hete aquí que la ONU se ha escandalizado mucho con las leyes de concordia, exigiendo a España que revise el truño histórico cuanto antes, ya que semejante panoplia legislativa pseudofascista atenta directamente contra los derechos humanos. Y, lógicamente, en el PP ha cundido el canguelo, han saltado las alarmas y han temblado los muros de Génova. A menudo escuchamos esa patraña de que Naciones Unidas no sirve para nada, pero cuando un relator de Nueva York levanta un teléfono y pone firme a un político internacional, tiembla un país entero. Así que esta misma mañana, nada más llegar a su despacho, sudoroso, preocupado y aflojándose la corbata, Feijóo ha aparcado todo lo que tenía en la agenda de hoy (la campaña catalana, las pamplinas mañaneras de Ayuso y los nuevos complots contra Sánchez) y ha convocado a su gabinete de crisis.

Cuenta la Ser que el dirigente gallego ha ordenado parar de inmediato las fábulas legislativas del bifachito que falsifican la historia, ha llamado a capítulo a sus tres memorialistas del franquismo (eso ya no lo dice la radio de Prisa, lo decimos nosotros, que también tenemos nuestras fuentes) y les ha pedido que se expliquen. Como afirmábamos al comienzo de esta columna, Feijóo es de poco trabajar, y seguro que ni siquiera se había leído ese latazo de borradores sobre las dichosas leyes de concordia. Así que ha pedido a sus tres barones que le hagan un resumen urgente de lo que han promulgado para que aclaren qué demonios han escrito ahí. Lógicamente, ya es tarde para atajar la crisis, puesto que el hedor a fascismo ibérico llega hasta el monumental rascacielos de la ONU, en la Primera Avenida esquina con la 42.

Feijóo, que puede ser lento de reflejos pero no tonto, ha entendido perfectamente que sus muchachos entregados al voxismo rampante han podido cometer un grave error de cálculo, bien de concepto sobre los derechos humanos o de técnica legislativa, eso ya da igual. El caso es que el partido se ha metido en un jardín innecesario en el peor momento. En efecto, la coyuntura política es ciertamente sensible y delicada. Tras la operación de Sánchez, su carta abierta a la ciudadanía en la que denuncia la máquina del fango y declara su amor por su mujer perseguida por el sindicato falangista Manos Libres, el PSOE se ha disparado en las encuestas de cara a las elecciones en Cataluña. Salvador Illa se encamina hacia una histórica victoria; el candidato popular, Alejandro Fernández, no termina de rescatar el voto perdido del naufragado Ciudadanos; y Europa se encuentra a las puertas de unos comicios trascendentales mientras vive un revival fascista que asusta (ahí están los 1.500 escuadristas mussolinianos que, brazo en alto, toman las calles de Milán ante el pavor de la población).

El miedo a un resurgir del nazismo en el viejo continente es real y cualquier metedura de pata del PP en este momento, cualquier error que le haga parecer más facha de lo que ya es, puede resultar letal. Se trata de no hacer demasiado ruido, de no salir en la foto junto a los nostálgicos franquistas de Abascal, así que la denuncia de los relatores de la ONU es un mal negocio para el partido. Hoy mismo, el Caudillo de Bilbao le ha mandado una cartita al presidente del PP exigiéndole que rompa todo tipo de relaciones políticas con el PSOE. Un recado de última hora que suena a ultimátum a la desesperada o a jugada a todo o nada, ya que Vox está cayendo en picado en las encuestas de cara al 12M.

En el PP se puede demostrar la simpatía por el franquismo cualquier día del año, siempre que no estemos en campaña electoral. Esa es una máxima sagrada no escrita que se cumple a rajatabla. Asomar la patita peluda del pollo con unas leyes de concordia que enervan al mundo libre civilizado, a los aliados occidentales que derrotaron al fascismo en Occidente, y hacerlo precisamente ahora, es un grave error táctico. Tras leer los titulares del New York Times que ponen a la derecha española de fascista para arriba, a Feijóo no le ha quedado otra que echar el freno, como Madaleno. Paren máquinas, motores quietos. Las leyes de concordia al cajón y ni siquiera empezarán a tramitarse hasta que no se cierren las urnas europeas. Toca quitarse la camisa azul falangista y ponerse el traje de demócrata.  

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