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Gobernar hasta con el diablo

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Un amigo de ideas contrarias a las mías me sale con la propuesta consabida de que el partido más votado es el que tiene que gobernar, porque ha ganado las elecciones con los votos del pueblo. Más en concreto: ¿ha ganado el PP o no? Por algo el partido de Feijóo defendió esto durante las elecciones. Quizás fuera porque no las tenía todas consigo, ni tampoco tenía mucha confianza en las encuestas. Aclaremos esto.

De nuevo la explicación que todos sabemos: nuestra Constitución es parlamentaria. Gana la formación que logra la mayoría en el Parlamento. Si no fuera así, despreciaríamos el voto popular de sus componentes. Uno se puede unir con todos con tal de gobernar sea como sea.

Veamos. Los votos populares se traducen en diputados en el parlamento. Tales diputados son los que gobiernan y hacen sus propuestas al Presidente del gobierno en nombre del pueblo que los votó. Fuenteovejuna, en este caso la totalidad del pueblo, no puede proponerse como tal. Seríamos una democracia directa y no es así.

Estamos de acuerdo, pero el pueblo no gobierna en su propio nombre, sino mediante el partido que ha ganado, que es el que tiene que gobernar. En el caso de ahora, con tal de ser investido Presidente, tiene que pactar con todo el Parlamento, haciendo las ofertas sustanciosas, que no podrá rechazar y esto es legítimo.

Claro, pero es que las ofertas potentes se han hecho antes a los ciudadanos para obtener su voto. Cuenta un chascarrillo que en un pueblo agrícola de nuestra geografía el alcalde se presentó para ser elegido con una buena oferta que decía: “bárbaros de… ¿qué querís?” Y estos contestaban a pleno pulmón que dos cosechas al año. Y el alcalde y gritaban, mirando al auditorio: concedío. Le eligieron como alcalde.

Aquí está la negociación, en conocer lo que parece razonable de lo solicitado. Por ejemplo, quedan temas en la Constitución, que no se han tocado todavía. Pues es el momento de analizarlos y actualizarlos.

El argumento más preocupante es que sacan todos lo que pueden y así se hacen potentes para romper España. Es una hipótesis estúpida e imposible. Cuando mejor estén aquí, menos ganas tendrán de marcharse, en principio. Después, como les dijo ante el diputado del PSOE y ministro Lluch: mientras estáis negociando, no asesináis. Fueron tan cazurros que sí lo hicieron, pero esto trajo sus frutos: ya no matan, porque no existe ETA, la gran enemiga.

Serán independentistas, rupturistas, ultraderechistas radicales, pero, si tanto valor concedemos al voto del pueblo, a todos los ha votado este pueblo, lo cual tiene legitimidad. Y, por cierto, no conducen a nadie a un paredón por la noche o antes de amanecer para ser fusilados. Hasta tal punto nos hemos integrado, que tenemos a sus hijos y nietos en las instituciones y hasta somos amigos ahora. Es fantástico urbanizar los territorios.

Si midiéramos la legitimidad, nos llevaríamos más de una sorpresa, pero algunos quieren ser intocables, mientras el racismo continúa entre nosotros. Como en ese restaurante casi de lujo, donde se sientan a la mesa cuatro comensales. Mientras toman el aperitivo, oyen hablar a los de la mesa de al lado y se dan cuenta de que son gitanos. Llaman al jefe de sala para que les cambien de mesa, porque no comerán al lado de unos gitanos. Es una anécdota, sí, pero significativa y reciente.

Lo mismo pasa con el Gobierno. No pueden tenerlo como legítimo si le proclaman un ocupa de Moncloa. Tampoco si nos han robado las elecciones (Trump dixit), o si simplemente no le aceptan porque no les gusta.

Menudo chasco se han llevado algunos. Con mayoría absoluta en encuestas, cadenas de radio y televisiones, aunque puede que no gobiernen. ¿Qué hacer en este caso? Aguantar cuatro años en la oposición, de aquí también se aprende mucho.

En cambio, estamos bien dispuestos para adaptar los casos a nuestros intereses. Decíamos que nos importa el pueblo, pero no, lo que nos preocupa tanto son los intereses propios. Por ejemplo, es un hecho que no ha ganado mi formación política. Pues bien, no hay que arrugarse, lo que hay que hacer es meter mucho más ruido todavía. Que sientan miedo a lo que puede pasar. Esto es muy educativo, sobre todo si ven campamentos de fuerza organizada, con unos principios, unos ideales y unos objetivos que hay que conseguir cueste lo que cueste. Esto solo son capaces de hacerlo hombres fuertes y valientes, que no están dispuestos a retirarse de la batalla.

El problema es que batalla, porque hemos conocido muchas y sería bestial volverá a repetir algunas, a costa de nuestros hermanos que pueden caer otra vez. Hay gente que habla con demasiado candor y que se creen que ya han ocupado las instituciones fundamentales. Desde aquí es de donde piensan plantear la batalla, defendiendo que si vis pacem para bellum. Siguen en sus cavernas interiores, como trogloditas que son. Vamos a llegar al siglo después de aquella guerra fratricida y totalmente rechazable. Menos franco y más pan blanco, como proclamaban entonces.

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1 COMENTARIO

  1. Yo, iría más lejos: si España se rompe, no pasa nada. Mientras sea de manera legal y democrática. Y la Constitución, se puede cambiar, de manera legal y democrática. Lo que pasa con la gente de derechas, es que ellos defienden la Democracia, sólo si la Democracia no amenaza sus creencias particulares. Para ellos, la Democracia no está por encima de todo, sino en tercer, cuarto o quinto lugar. Hay cosas por encima de la Democracia, y si se amenazan, aplauden el golpe de estado. Un Estado democrático, es aquel que proporciona a sus ciudadanos los medios legales para decidir la forma del Estado y del territorio. Eso es democracia. Lo que defiende la derecha española, no es más que franquismo.

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