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Los cachorros de la kale borroka ecologista atentan contra la Venus de Velázquez

Los martillazos contra el cristal del cuadro de Velázquez propinados por los activistas de Just Stop Oil, lejos de concienciar a la opinión pública, provocan el rechazo mayoritario

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análisis

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Hemos entrado en una fase de la historia en la que hasta los supuestos héroes resultan odiosos. Los mediocres líderes políticos de hoy arrastran a sus pueblos a la guerra o a la revolución para satisfacer intereses particulares y los ídolos deportivos de la juventud defraudan a Hacienda, violan niñas en los reservados de las discotecas o financian grupos terroristas. Nada es lo que parece, hasta la causa más noble se enturbia y se pone a las órdenes del Diablo.

Los dos jóvenes ecologistas (por llamarlos de alguna manera) que ayer rompieron a martillazos el cristal protector de La Venus del espejo de Velázquez, en la National Gallery de Londres, van a conseguir justo el efecto contrario al que buscaban. Si lo que pretendían era que el mundo tomara conciencia de que el primer ministro Sunak va a cargarse el Mar del Norte con sus prospecciones petrolíferas indiscriminadas, a buen seguro no lo lograron. Al revés, la inmensa mayoría de quienes pudieron contemplar la escena por televisión o a través de las redes sociales no interiorizaron el contenido del mensaje lanzado (el más noble por otra parte), sino que se quedó con las malas formas, con la puesta en escena de la barbarie, con la secuencia protagonizada por dos monstruitos sin un ápice de sensibilidad cultural capaces de atacar una obra sublime del arte universal. Si el lienzo ha sufrido algún daño es algo que a esta hora están valorando los técnicos de la pinacoteca, aunque vista la dedicación que el comando juvenil le puso a la tarea de destrucción no nos extrañaría nada.

Sin duda, cualquier persona que se sienta mínimamente comprometida con la causa de la defensa del medio ambiente sintió ayer una extraña mezcla de vergüenza ajena, horror, tristeza y desolación, más una profunda antipatía hacia esos dos adolescentes destroyers y hacia el movimiento que representan y dicen defender. Si el futuro de la humanidad depende de esta camada de piradillos radicales que ha hecho del vandalismo contra el arte su herramienta principal de propaganda para captar adeptos y atraer la atención de la opinión pública mundial estamos perdidos. Apaga y vámonos.

No era la primera vez que a la pobre Venus del espejo la vandalizaban sin que nadie pudiese evitarlo. En 1914, Mary Richardson, una sufragista militante británica, le propinó varios tajos al lienzo con un hacha corta de carnicero. Según cuenta la historia, la autora del ataque protestaba por la detención, el día anterior, de una compañera de la lucha feminista. En aquella ocasión, la pintura de Velázquez acabó salpicada de sietes, no en vano la muy bruta le ocasionó hasta siete cortes, alguno de ellos a modo de puñalada trapera contra la espalda del bellísimo cuerpo desnudo inmortalizado por el genio sevillano. Hubo conmoción internacional y hasta el Times comparó el ataque con un asesinato al describir la “cruel herida en el cuello” sufrida por la Venus.

Seguramente Richardson no reparó en que matar a una mujer, aunque fuese de forma simbólica, no era la mejor manera de lograr la emancipación feminista. De hecho, el incidente terminó por crear una imagen negativa, caricaturizada o estereotipada del movimiento por la igualdad que no benefició a la causa y si las mujeres lograron finalmente el derecho al sufragio no fue precisamente gracias al delirio violento de una señora que la emprendió a puñaladas con el maltratado personaje del cuadro que no tenía la culpa del machismo imperante, sino merced al esfuerzo, el sacrificio y la sangre de muchas que dieron lo mejor de sus vidas, desde sus ámbitos profesionales y vitales, en la lucha secular contra el injusto patriarcado. “Lo hice porque no me gustaba la manera en que los visitantes masculinos miraban el cuadro, boquiabiertos, todo el día”, llegó a confesar Richardson tras salir de su alucinación destructiva. Aquella declaración produjo estupor a los británicos de la época, lo mismo que hoy nos sonroja escuchar la perorata simplona y estúpida que los dos niñatos de Just Stop Oil (así se llama la organización ecologista que ha planeado la performance), sueltan tras escenificar la rotura de una obra irrepetible.

Al igual que aquel atentado cometido en la Inglaterra posvictoriana resultó estéril para el proceso de liberación de la mujer, además de absurdo, hoy, más de cien años después, volver a matar a la Venus del espejo tampoco es la mejor forma de acabar con el cambio climático. En realidad, solo servirá para que –al igual que Richardson fue condenada a seis meses de prisión–, la muchachada ágrafa contemporánea que ve el arte como una tontería capitalista y burguesa pase una buena temporada a la sombra. Por desgracia, más allá de haber dañado una de las obras más hermosas del arte universal, los activistas (aunque más bien habría que empezar a considerarlos ya como lo que son, gamberros, atontados e incultos) poco o nada conseguirán en su intento de revertir el desastre medioambiental que se avecina. Si el arte es sobre todo un estado del alma, tal como dijo Chagall, esta juventud atolondrada y ciega de rencor que viene con el martillo en la mano y la cabeza hueca dispuesta a destruirlo todo tiene el espíritu vacío.

Está claro que la nueva generación de niños guerreros siglo XXI ya no se crio con Walt Disney –quien con sus animalillos personalizados proponía una infancia feliz y un ecologismo realizable y civilizado–, sino con el nihilismo fanatizado, furibundo y maquiavélico de las redes sociales, donde todo vale. Deben creer que, al lado de su ecologismo totalitario tan tóxico como el CO2, el arte es algo inútil, sin reparar en que sin la inutilidad del arte no existiría el ser humano, ya lo dejó escrito Ionesco.

Pasan los siglos y la enigmática y sufrida Venus sigue siendo el blanco predilecto de la ira del tonto, una maldición para ella y para todos nosotros, que tenemos que ver cómo los nuevos cachorros de la enloquecida posmodernidad trabajan para arruinar lo mejor que ha sido capaz de alumbrar la especie humana. Cualquier día le meten fuego al Louvre o al Prado con la excusa de que están salvando el mundo.

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