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Maribel y la dicha de vivir

Sobremedicalización de residentes en geriátricos

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análisis

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Conocí a Maribel porque era otra de las residentes del Centro de Mayores donde estaba mi madre ingresada. 

Maribel era la animadora socio-cultural espontánea del centro. Solía estar de pie, yendo de mesa en mesa durante la las comidas, hablando, riendo, cantando. Daba consejos a unos y a otros. Parte de los residentes tenía deterioro cognitivo diverso y otra parte estaba medicada, así que Maribel lo tenía muy sencillo ante un público tan fácil. La verdad que era una alegría verla, escucharla, siempre contenta. A veces iba un grupo musical a tocar, unos voluntarios que iban a cantar de residencia en residencia con canciones de hace años para activar en los abuelos la memoria. 

Maribel era señora de baja estatura pero gruesa con la barriga muy hinchada, sin ningún tipo de forma femenina a su edad. La verdad que toda ella estaba hinchada, su cuello había desaparecido y mentón y pecho se juntaban en una masa bailante que ofrecía un efecto de continuidad entre su rostro y el pecho. Aún hinchada, Maribel tenía la piel muy blanca, preciosa, los rasgos del rostro como de una niña traviesa, los labios gordezuelos, la nariz chatita y un poco abullonada en su punta, los ojos chiquitos de color miel, rápidos, impaciente; la frente, amplia, pero corta, daba lugar a una cabeza con alopecia. ¿Qué pasaba pues? Que coqueta como era, usaba turbantes para tapar la alopecia, y gorros, y más tarde se aficionó a las pelucas, hecho que estaba como fuera del resto de su estética. Le gustaba especialmente un turbante azul eléctrico, que ponía a juego con una especie de cinturón-faja también azul eléctrico. El conjunto resultaba a primera vista llamativo, pero luego nos dimos cuenta que era tan llamativo como la personalidad de la propia Maribel y que no descuadraba en absoluto con el resto. 

A esta mujer le encantaba estar guapa, se pintaba los labios y los ojos y se ponía alguno de sus turbantes o su peluca rubia a lo garçon y bailaba con todos los que se ofreciesen. Luego ella aún seguía más y más cantando cuando se iba el grupo musical. Le encantaba la canción de «Será maravilloso viajar hasta Mallorca, sin necesidad de tomar el barco o el avión». Cuando Maribel se arrancaba a cantar su famosa canción yo me sumaba a grito pelado con ella. Y bailábamos. El resto de gente aplaudía, los que podían, claro! y quien podía bailaba. La mujer esta era pura alegría, pura dicha de vivir. Maribel estaba obsesionada con la canción de Mallorca. Y como se la sabía y además cantaba bien, la cantaba a pleno pulmón, a veces aunque no fuera el momento oportuno. Me contó que con su marido había ido muchas veces a Mallorca, que les gustaba mucho esta isla y que desde que su marido «era muerto», como ella decía «ya no había vuelto a la isla». Me comentaba muy contenta que cuando la dejasen salir de la residencia se iba a ir con su hija, y que esperaba con expectación ese momento. Siempre me planteo el cómo la esperanza mantiene a la población ilusionada, e incluso, creo que viva. 

Cuando entraba en la sala siempre me saludaba. Hablábamos un poco, cosas banales  y me solía decir «qué bonita diadema llevas…».  A ella nadie le llevaba diademas, ni pendientes, ni collares. Sus hijos iban escasamente a verla. No sé qué habría pasado entre ellos, es difícil juzgar, pero los abuelos «aparcados» en estos centros me hacían plantearme qué teníamos en el pecho como sociedad. Teníamos enfermedad, pero no era enfermedad física, era enfermedad de la compasión, de la misericordia y del amor. Teníamos estos «órganos» muy enfermos por fomentar una sociedad donde solo hay trabas para pasar los últimos años de vida con tu madre o con tu padre. Esto desestructuraba a mucha gente, dudo que nuestro espíritu no quedase afectado por la deshumanización que se generaba al querer estar con tu progenitor en su edad dorada y no poder.  La sociedad estaba diseñada para la desconexión y la soledad. Solo aquellos avanzados y fuertes en su familia pudieron zafarse identificar esta inercia y zafarse de ella. Fueron afortunados los que pudieron acompañar a sus mayores en aquellos años en los que debilitaron al individuo al desconectarlo de su gente. Estaban siendo años duros para el espíritu.

Cuando Maribel hacía alusión a mi diadema, a mi collar, a mi pulsera, yo me la quitaba y le decía «toma, te la regalo». Para mí era una diadema de 3 euros sin implicación emocional alguna, pero para Maribel era poder mostrarse elegante ante los otros residentes, tener ilusión por ponerse la peluca y estar guapa, sentirse que era alguien con poder de nuevo. 

Esta mujer tenía días de auténtica excitación. A los cuidadores no les gustaba, era una mujer que necesitaba estar activa. Ella se sentía atrapada si la presionaban. Tantos años siendo ella capitana de su vida le sentaba muy mal que la hubieran convertido de nuevo en un ser infantil, y que los demás decidieran sobre sus hábitos diarios. La pérdida de autonomía también trae una pérdida de dignidad humana. Vivir bajo las normas de otros no es agradable. Y luego se crean las corrientes de opinión por parte de los cuidadores, como en la sociedad, en los geriátricos se encasilla a la gente, se etiqueta. Tal persona es tal, y la otra peca de tal y tal. Las corrientes de opinión en los geriátricos corresponden más que a los traumas de los abuelos, a la visión que tienen de estos traumas los cuidadores y los traumas de los propios cuidadores. Obviamente, englobada en una visión puramente medicalizada e intervenida por los lobbies farmacéuticos. Y el perpetuo y sibilino abuso de poder que se ejerce continuamente sobre la población que no se puede defender (en este caso los residentes de un geriátrico), cuando no pasas los cánones de lo que se entiende que debe ser un abuelo en una residencia.

Si no encajas en esta sociedad, si no eres el ciudadano medio, sumiso, programado, entonces ya saltan los mecanismos que te etiquetan para medicarte, es un astuto sistema de control social por vía oral, con un ejército de soldados que se creen en la posesión de la verdad absoluta y que van a hacer que vuelvas al camino de la mediocridad y la anodinidad por el que circula todo el resto. En la sociedad aún puedes zafarte, pero en un geriátrico no hay salida.

Pues a Maribel la pusieron la etiqueta de rebelde, neurótica y demás. Una persona tan presionada y tan nerviosa como ella al final explotó y a la medicación inicial se sumó más medicación, en especial medicación psiquiátrica, que atrapó las emociones chispeantes y alegres de esta mujer y la convirtieron en una persona lineal. Era muy obvio que la medicaban, bueno, que la sobremedicaban.

En las comidas ya no se movía, hablaba menos, comía muy lenta, removía mucho el tenedor en el plato. Miraba al vacío. 

¿Dónde habían quedado tantas ganas de vivir? ¿Por qué le hacían eso a las personas diferentes? ¿Qué complejo tienen los cuidadores que tratan de bloquear cualquier acto de las personas que cuidan que le supongan más trabajo? 

Un día llegué y Maribel no estaba. ¿Dónde estaba?  Un cuidador me dijo que había tenido un brote de algo y que se había puesto como loca y que estaba en el hospital ingresada. 

¿Qué delito había cometido esta mujer para que la tuvieran totalmente coartada en su forma de ser?

Pasaron los días y Maribel no volvía, se echaba de menos su alegría. El ambiente se hallaba parado sin ella, demasiado tranquilo. Los cuidadores habían logrado tener un geriátrico de cuerpos presentes pero de mentes ausentes, de acuerdo a sus necesidades.

Al final nos dijeron que estaba muy enferma, que estaba en un Centro Sociosanitario de la Generalitat de Catalunya. Ya nunca más la vimos. No pregunté. Es difícil relativizar si estás metido en el drama de no saber qué hacer, de no poder hacer nada, en esta sociedad tan absolutamente cruel con el diferente. Y no hay forma de evitar un sentimiento de que hay abuso, un abuso tremendamente perverso y cruel.

Se desvaneció. Ella me pintó estos dibujitos. Espero que haya un mundo donde se pueda vivir sin dolor ni coartación. Libre a la expresión humana, libre a la expresión de la esencia de cada uno, sin juicios, sin impedimentos. La alegría debería ser expresada siempre libremente, porque hace hermoso el mundo.

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