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Medicina: De la vocación a la expertocracia

Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Nacido en Valencia el 4 de Junio de 1961. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Madrid en 1986. Especialidad de Psiquiatría. Ejercicio actual en el Hospital Universitario La Paz.
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análisis

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Escuché la palabra “Expertocracia” por vez primera hace unos años. En el contexto de la crisis económica de 2012. Eruditos avispados en Economía, opinaban sobre las medidas a tomar para salir del pozo donde habíamos caído. Hablaban de causas, responsables, consecuencias, desigualdad social, necesidad de regeneración política e incremento de la regulación estatal sobre el descontrolado mundo financiero.

“Democracia”,”Aristocracia,” ”Plutocracia” ”Burocracia” y un largo etcétera de vocablos vienen a describir modos de gobernar, o si lo queremos, definen una forma de administrar el poder de unos hombres sobre otros para organizar las interacciones sociales. La “Expertocracia” sería por tanto el gobierno de los “expertos”, poseedores del saber en un campo determinado.

Dicho así, suena incluso práctico. Pero inmediatamente surgen dos problemas, el quién define y elige al experto y que un “experto” no es un hombre incorruptible y libre de intereses egoístas, por mucho que en la actualidad la población los venere como oráculos infalibles. La “expertocracia “ se basa en el argumento de la autoridad, característico de la Escolástica Medieval donde sencillamente la fuente de la verdad era la Biblia y la razón la detentaba quien poseía la capacidad de interpretarla. El Renacimiento y la Revolución científica pusieron en tela de juicio el argumento de la autoridad como única fuente de la verdad. ¿Seguro? Parece que no, sobre todo si adoramos la ciencia y sus producciones como nuestros nuevos dioses.

La Medicina es una de las disciplinas maltratadas por la “expertocracia”.Tal vez deberíamos puntualizar que la “expertocracia” es únicamente aparente, pues entre bambalinas quien maneja los hilos es una compleja “plutocracia” transnacional, con los “expertos” actuando de meros títeres destinados a transmitir una serie de consignas que, disfrazadas del prestigio científico, solo buscan generar cuantiosos beneficios y asegurar un cada vez mayor control social. La OMS se erige como el nuevo templo del poder expertocrático.

La Medicina ha sido una de las profesiones de ayuda a los demás. Digamos que era un ejemplo de desempeño vocacional. Muchos factores se encuentran implicados en la crisis profunda que en la actualidad sufre. Algunos tienen que ver con la proliferación del médico no científico sino “cientifista”, es decir, aquel que piensa que solo el método científico (mal entendido además) es la respuesta a todos los problemas y enfermedades humanas y tiende a tratar a las personas como “objetos” de estudio. Puede ser que la progresiva complejidad técnica vuelva inevitable esta deriva, pero un médico no puede ser sólo un científico. El sistema MIR ha sido un gran invento en cuanto a formación técnica, pero ha descuidado aspectos tan fundamentales como la ética. Pocos estudiantes piensan, cuando eligen Medicina, que se trata de una profesión de servicio a los demás. A veces su elección depende de que sus padres sean médicos, o de la curiosidad investigadora para conocer los secretos de la vida humana, o de la pura vanidad y ansia de prestigio social. Pero “el horizonte siempre es distinto cuando se alcanza” y todos aquellos que esperan seguridad en los tratamientos, agradecimiento sin límites y obediencia absoluta pronto se sentirán defraudados cuando comiencen su ejercicio profesional. La tolerancia al fracaso, a la incertidumbre, a la impotencia y al cuestionamiento personal, son actitudes indispensables para trabajar como médico. La formación cada vez más hospitalaria, favorece la deshumanización y la escasa vinculación emocional al predominar el abordaje puntual de la enfermedad sobre el longitudinal del paciente. E igual cabe decir sobre la proliferación de unidades específicas para enfermedades específicas que dan prestigio a los médicos que en ellas desempeñan su labor. Estos médicos, en demasiadas ocasiones se

desvinculan de la realidad clínica cotidiana. Y son los médicos “cientifistas” los blancos preferidos del dominio expertocrático.

Amenazas socio-culturales actuales están cambiando, y creo que no para bien, el conjunto de las interacciones humanas y la relación médico-paciente en concreto. En primer lugar la mercantilización y la transformación del paciente en “cliente” (tomando la parte por el todo) y del médico en vendedor o funcionario reducido al papel de las utilidades a consumir. La Telemedicina que las compañías aseguradoras venden como la panacea, no hará sino agravar el problema, por el deterioro que un artilugio técnico interpuesto impone en la mutua implicación emocional. La propaganda ha logrado transformar el remedio a una carencia en algo deseable.

La mercantilización de la sanidad lleva años produciéndose. La salud genera mucho dinero mediante la “expertocracia” bien manejada por la industria farmaceútica. Los “expertos” pueden publicitar enfermedades y tratamientos rentables, pueden fomentar la hipocondría en la población, pueden transformar factores de riesgo en peligros inminentes, pueden inventar trastornos sin pudor transformando gentes sanas en enfermos por decreto de los grupos de expertos o variar a capricho los límites entre lo normal y lo patológico, siempre advirtiendo en múltiples medios de comunicación generales y revistas científicas (ahora son lo mismo) sobre los peligros del infradiagnóstico y logrando producir una demanda infinita que ocasionará, tarde o temprano, el colapso de cualquier sistema sanitario. Cuando toda nuestra vida, desde el nacimiento hasta la muerte, queda bajo vigilancia médica, el desastre es inevitable. Sobre todo para la propia población, insegura, infantilizada y expropiada de sus recursos personales. Naturalmente que esta infantilización lleva aparejada la exigencia de soluciones inmediatas a los médicos de primera línea para problemas que muchas veces tienen poco de enfermedades y mucho de inventos de la “expertocracia”. Peor todavía, ello conduce a la frustración en médicos y enfermos, deteriora la relación y entorpece el tratamiento de pacientes con patologías serias y crónicas (que, desgraciadamente para ellos, no generan beneficios)

La “expertocracia” ha alcanzado límites obscenos durante la pandemia. La excusa de la salud con el apoyo de la tecnología se ha revelado además como un excelente método de control social para las élites gobernantes. Foucault, muy desacreditado ahora por sus marrullerías sexuales, lo llamaba “Biopolítica”, olvidando sus perspicaces observaciones sobre el poder, los mecanismos de control y la sociedad disciplinaria. La Religión era un poderoso mecanismo de dominio, el brazo moral y místico de la Política. Como lo son la Medicina o la Ciencia en las metamorfosis del poder de unos hombres sobre otros. Colocaremos las cenizas de la vocación en el engañoso altar de los “expertos” bien rodeadas de guirnaldas estadísticas.

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