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Una mirada a la Globalización

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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De vez en cuando conviene echar una ojeada a los mitos del siglo XX para ver cómo resisten el paso del tiempo y si tienen todavía la actualidad de la que gozaron. Veamos ahora el tema de la globalización.

La necesidad de interconectar las diferentes esferas en las que intervienen los humanos, especialmente la economía, la política y la cultura, fue uno de los ideales en mediados del siglo XX, que se denominó globalización. La interconexión fue propugnada por Estados Unidos y el mundo occidental aliado con ellos. La esfera económica es la que más interesaba. Aquí se encontraba la primacía, pero pronto extendió su fundamentación base a los valores occidentales de las libertades, el libre mercado, el flujo de bienes y capitales, así como la cooperación internacional. Parecía un negocio redondo: democracia liberal, capitalismo y cooperación. Por eso creció tanto, dado que actuaba en beneficio de la humanidad.

El mundo podía avanzar con seguridad y estabilidad a través del mercado global, que rompería las fronteras de los pueblos. Todos podrían obtener grandes beneficios mediante el comercio, que abriría lazos políticos y culturales en el intercambio de la producción de bienes. Con esta ‘panacea liberal’ (N. Harari), globalizando los sistemas políticos y económicos se alcanzaría la prosperidad para todos y así se impondría, igualmente, la democracia liberal. Era un buen programa, al que ponían reparos algunos países importantes, principalmente Rusia y China con sus aliados. ¿Quién tenía razón?

Los hechos comenzaron a desmentir los buenos deseos. Ocurría que los beneficios favorecían a una parte de la población, pero ni mucho menos a la totalidad. Las tecnologías no eran para todos, sino solo para quienes podían pagarlas. Aumentaron las incertidumbres, que cuestionaron la democracia misma. La realidad de los hechos únicamente podía ser confirmada mediante una información libre y veraz, que decía que los derechos políticos y las libertades civiles retrocedían en muchos sitios.

Sin embargo, esta no fue la mayor preocupación. Algo que pareció insignificante para los países avanzados terminó golpeándolos la cara. Aprovecharon la mano de obra barata de muchos países y deslocalizaron la producción a favor de los mismos. El mercado laboral se resistió, porque en los países emergentes no podían trabajar con unos salarios tan bajos. Se hizo presente la desigualdad de ingresos. En unos países tenían suficiente para vivir con tales ingresos, porque sus formas de vida eran muy distintas. En los países emergentes no podían vivir con estos salarios y exigían más, por lo que las empresas se situaron en otros sitios, disminuyendo la producción en sus propios países. Decían que no podían seguir en ellos por causa de la competencia internacional.

Hay, incluso, quien emplea formas más sofisticadas, pero no menos dolorosas. Nos estamos enterando que Mercadona comercializa naranjas argentinas con etiquetado de Valencia, aunque Roig sea valenciano, precisamente. Esto podría resultar escandaloso, pero está sucediendo. Un empresario, que se encuentra el producto más barato en otro país, por muy alejado que se encuentre, no se resiste a la competencia. Además, lo hace todo completo, poniendo etiquetados valencianos. Lo hace y se queda tan campante, porque lo que le interesa es la obtención de mayores beneficios. Aquí todo vale.

La crisis económica primera, en el 2007-10, dio la voz de alarma. ¿Para quién se producían mayores beneficios, si la crisis era ahora global para todos? La pandemia ha dado otro golpe de timón más importante todavía. Los que intermedian en productos se han frotado las manos, porque dicen haber vendido más que nunca, durante el confinamiento. Por eso, algunas empresas han duplicado sus beneficios. Es curioso pensar que la angustia nos ha llevado a ingerir más alimentos, pero ha sido así.

Es en el aspecto económico, en el que las industrias farmacéuticas están ganando mucho más en bolsa. Así pueden dedicar mayores niveles de recursos a la investigación. Sin embargo, hay otras perspectivas más preocupantes, como que está aumentando la seguridad en perjuicio de las libertades individuales. La alternativa no puede plantearse a la ligera. Países con gobiernos autocráticos y autoritarios cierran sus propias fronteras, obteniendo así la seguridad de que no avance el virus y disminuyan los contagios. Otros solo piensan en la libertad y las libertades, pero los infectados siguen en aumento. Sabemos que lo mejor es equilibrar ambos vectores, pero ¿hasta dónde hemos de llegar? Esta es la cuestión.

Europa ha acertado esta vez con la orientación de la pandemia y la administración de las vacunas. De este modo no se ha producido el caos. La cooperación es imprescindible. La Comunidad Europea no se fía de Rusia y tampoco de China, a pesar de que su crecimiento económico es indudable. La sanidad privada tampoco es suficiente, por lo que no sirve el modelo de Estados Unidos, a pesar de haberse liberado de Trump. El capitalismo mundial tiene su tope. Algunos denominan la situación el momento ‘des’: desorden, desigualdad, desoccidentalización, desconfianza. Unos propugnan la vuelta a lo nacional, sin darse cuenta de que los riesgos son globales y es necesario caminar en esta línea. En todo caso, la globalización empieza a estar seriamente cuestionada. ¿Cómo acabará todo?

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