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Bandidos [des]enmascarados

Manuel F. García
Manuel F. García
Manuel F. García es activista sociocultural. Colabora como voluntario en varias asociaciones de actividades sociales, culturales y deportivas adaptadas a personas con diversidad funcional. Ha participado en proyectos educativos como alfabetización de adultos, formación profesional y ocupacional.
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análisis

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A finales de los años 80 se emitió por TV la serie TRES ESTRELLES, del grupo de humor gestual  EL TRICICLE (que se repondría varias veces y en otras cadenas de TV tanto estatales como del extranjero). El episodio titulado METGES (MÉDICOS) me vino varias veces a la cabeza desde el estreno mundial de aquel gran show titulado PANDEMIA  del que va a hacer cuatro años, con su tráiler previo y todo, unos meses antes, que titularon EVENTO 201 y ahora, al parecer, incluso un remake, a tenor de los globos sonda que ya andan soltando desde la órbita de la OMS (una corporación privada, con más del 80% de su capital controlado por “donantes voluntarios”, la mayor parte de ellos fundaciones conectadas con la big pharma).

A estas alturas de la jugada plandémica hemos perdido la ingenuidad con respecto a muchos acontecimientos que nos han tocado de cerca, y que, a pesar de parecer que sucedían en escenarios lejanos, su onda expansiva nos ha llegado a todos en forma de medidas con efectos adversos para la salud, los derechos y libertades y la economía (con el desmantelamiento de la sanidad pública, que, aunque seguimos pagando con nuestros impuestos a precio de lujo,  recibimos a cambio un servicio totalmente precario, -con re-pagos en la medicación, sin asistencia primaria presencial-, ineficaz y dañino para la salud comunitaria).

Volver a ver el episodio de El Tricicle, me hace ahora apreciar que, aunque aparenta tener un humor amable e ingenuo, contiene elementos de una crítica soterrada y una ironía ácida sobre la especulación de la salud en el mundo de los congresos médicos en general y la actividad sanitaria en particular, que ya todos conocemos aunque de forma imprecisa y superficial (especialmente quienes hemos estado en contacto con los entresijos del sector, al haber trabajado en empresas del área de la tecnología hospitalaria, y conocemos a visitadores médicos con más de veinte años de experiencia). Con esa nueva forma curtida de ver el tema, ese episodio de la serie de humor revela momentos impagables, como aquel en que, en un congreso médico inoculan un virus a un voluntario, para así demostrar la eficacia de un fármaco “novedoso” (cuyo nombre no lo pronuncia igual ni una sola vez el cronista del evento), que, según dicen “echa al virus sin escrúpulos, demostrando así el éxito de nuestro experimento”, y al acabar el vídeo demostrativo, los tres personajes saludan, y el narrador acaba dando las gracias con el mayor de los énfasis al “amigo virus”; tanto la célula atacada, el virus que la ataca y el fármaco que la salva, son personajes interpretados por el genial trío catalán, que actúan con su inigualable estilo de humor.

Pero en medio de esa fastuosa exposición de inventos médicos, con copas, cigarrillos, comida, mucho ligoteo y muchas, muchas demostraciones técnicas espectaculares llevadas a lo absurdo, (con sanitarios que se prestan encantados al rollo del congreso profesional en hotel de lujo, y llevan en todo momento trajes desechables y mascarilla como signo identitario), resulta que aparecen por allí, cual topos indetectables, dos delincuentes considerados como expertos en fugas,  que consiguen pasar desapercibidos… poniéndose mascarillas y haciéndose con trajes desechables quirúrgicos; ah, pero… (aquí hay espóiler), encontrarán la horma de su zapato al acabar como pacientes voluntarios (involuntarios) de una de las demostraciones médicas -un innovador sistema de tecnología quirúrgica láser que puede cortar en lonchas al paciente como al cirujano le venga un estornudo en el momento más inoportuno-.

El episodio acaba con  la gloriosa persecución con la que terminaban siempre todos; con esos experimentados bandidos teniendo que poner pies en polvorosa al verse superados por un clan con más trucos aún que ellos. (Este episodio puede verse en la red, tanto en YouTube como, con mejor calidad, en https://www.ccma.cat/3cat/metges/video/5758984/.  Aunque es una pena que no se haya subtitulado al castellano en ninguna de las dos plataformas, a pesar de que se reemitió en diferentes televisiones del estado, incluyendo TVE1, puede seguirse bien la trama).

Los años ochenta en España fueron un sueño del que despertamos  dos  décadas después, de golpe, al caernos de la cama y aterrizar de culo en el duro suelo de la realidad; España se había mantenido básicamente del dinero gratis de los fondos europeos, y la especulación fue el nuevo typical Spanish, llegando a su culmen a finales de los noventa con la Ley del Suelo de Aznar (inicio de la burbuja inmobiliaria). Pero luego, ya en los 2000, precisamente el suelo se rompió bajo los pies;  llegó la caída premonitoria de Lehman Brothers, y el ingreso de países aún más pobres que dejaban España en una posición de menor opción a los fondos de la Europa del bienestar, unido al reventón también en España de la burbuja inmobiliaria, nos hizo ver que bajo ese agujero de nuestro suelo roto se escondía una dimensión descomunal de corrupción como nunca antes habíamos contemplado, al disponer ahora, a diferencia del franquismo (donde la miseria se ocultaba con el NO-DO, el fútbol, los toros y Crónicas de un pueblo) de libertad de prensa y libertad de expresión.

Quienes nos hemos desengañado en esa verdad desnuda, tras la pandemia descubrimos también que la rapiña médica, sanitaria y farmacológica no sólo no descansó, sino que la pandemia supuso el mayor disfraz para que aumentase como nunca antes. El caso del fraude de las mascarillas, el fraude de las batas desechables, el fraude de los respiradores, el fraude de los guantes, el fraude de los tests Covid… Un volumen de dinero robado de más de 355’6 millones de euros (ver el artículo de Irene Dorta en La Razón, de agosto de 2022: https://www.larazon.es/espana/20220814/bhu6x33opbgp5frm2u5lyqrleu.html ).

A ello hay que añadir los más de mil millones de euros gastados en vacunas Covid en 2022 y otros tantos en 2023 (https://www.20minutos.es/noticia/5066777/0/gasto-vacunas-covid-volvera-superar-mil-millones-2023/ ); unas vacunas, ahora lo sabemos, ineficaces y peligrosas, unas inoculaciones genéticas experimentales, insuficientemente testadas, que comenzaron a ser rechazadas por la población al despertar del engaño tras la tercera dosis (como ya en 2020 avisaba Fernando Calvo-Sotelo y volvió a recordar en enero de 2022 en su artículo TODOS VACUNADOS Y TODOS CONTAGIADOS, https://www.fpcs.es/todos-vacunados-y-todos-contagiados/ ). Miles de millones de euros imprescindibles para la salud comunitaria, robados y/o desperdiciados, tirados a la basura, literalmente.

Cualquier gobierno honrado, responsable, consecuente con el cumplimiento de la ley y de la preservación de los derechos más fundamentales de sus ciudadanos, hubiese aplicado inmediatamente medidas contundentes contra los responsables de la desviación de dinero público destinado a la salud (incluyendo la ruptura del abusivo contrato de compra de vacunas con las farmacéuticas, habida cuenta que los países que no han aplicado ni vacunas, ni mascarillas ni restricciones han tenido mejores resultados con el Covid que aquellos que  optaron por la estrategiade la corporación privada OMS). Sin embargo, aquí, en España, la respuesta ha sido no sólo mantener y promocionar a todos los responsables de llevar a cabo las decisiones de la estrategia fallida contra el Covid, sino dejar expedito el camino que ya sirvió para ese latrocinio.

Y es que, sustraer dinero por comisiones exageradas ni siquiera se considera ilegal, una vez que se ha conseguido crear la situación de anormalidad de forma artificial con la ejecución de una estrategia pandémica previamente diseñada (recordemos que el Covid19 no es un virus natural; es un producto de bio laboratorio por la técnica de la ganancia de función).  Tal como dice la periodista Irene Dorta en su artículo de La Razón, «no hay nada ilegal (otra cosa es la moral) en añadir un porcentaje desorbitado de comisión a una compra cuando el mercado estaba desbocado”.

Un estado de alarma es una mina de oro para especuladores corruptos y traficantes de la salud. En el mismo artículo de Dorta, leemos: “Durante el Estado de alarma en 2020 se suprimieron todas las trabas en las contrataciones porque se pasó a procedimientos de urgencia en los que las administraciones pueden designar a dedo al contratado y esto suprime estándares que lo que buscan es evitar comportamientos delictivos. «Es explicable que en esas circunstancias se abre una puerta a los abusos, a la picaresca. No es un defecto solamente de los españoles, sino del ser humano en general», relata el abogado Gonzalo Martínez-Fresneda, experimentado defensor en casos de corrupción”.

Y es que ese  último aspecto es esencial para entender que el engranaje de la corrupción funcione de una forma tan lubricada y eficiente. Hay un factor humano depredador, una especie de gen codicioso  que se activa no sólo en el ámbito de las altas esferas de poder, sino en primera línea del contacto con la gente.  Dorta cita en su artículo la frase de Ramón López de Ayala: “Cuando la estafa es enorme ya toma un nombre decente”. Y es que se da un fenómeno espeluznante de normalización y asimilación  de conductas inmorales, anti éticas, dañinas para los semejantes en el propio ámbito de los grandes perjudicados por la perversión del sistema, entre trabajadores y usuarios.

Ya durante la denominada segunda ola de la pandemia, ahora sabemos que las plantas hospitalarias estaban vacías, mientras los medios oficialistas vendían el falso relato de hospitales colapsados y de gente muriendo en número alarmante, con sanitarios desbordados. Tuvo que ser uno de los excepcionales profesionales decentes y honestos, el doctor Luis Benito quien desmontase la farsa en vivo y en directo, en una emisión en TVE donde aclaraba que, mientras las camas estaban vacías, las urgencias se llenaban de pacientes de tránsito, que simplemente llegaban allí al no haber asistencia primaria, y eran sistemáticamente catalogados como casos Covid por un test PCR, tomado como diagnóstico fiable, sin serlo en absoluto (https://www.youtube.com/watch?v=LFhX_IOVQzc&t=12s).

Médicos y sanitarios, salvo escasísimas excepciones (en las que fueron tachados de negacionistas y antivacunas), alimentaron el gigantesco fraude, dedicándose, por puro aburrimiento, a grabar vídeos con bailes y shows esperpénticos, y a dejarse homenajear inmerecidamente con aplausos multitudinarios a las cinco de la tarde, a lo que habría que sumar los extras cobrados por vacunaciones masivas en aquellos vacunódromos o incluso en escuelas… la cuestión era aprovechar la ocasión, no dando golpe, o sacando tajada siguiendo la corriente; la pendiente deslizante de grandes magnitudes de corrupción con nombre decente, como bien sentenció López de Ayala, se transformaba en su nivel más bajo en una picaresca miserable y cutre.

(Por cierto, nadie hasta ahora ha investigado la magnitud que hayan podido alcanzar los casos de tests cobrados pero no realizados –como el caso mío particular, en que recibí un certificado de resultado de PCR negativa… que nunca me hicieron-, o los posibles incentivos, regalos y promociones realizados entre sanitarios por vacunas Covid y de gripe pinchadas, como quizás fuese el maloliente caso que pasó delante de mío, en que un joven de bata blanca que nunca se identificó, insistió hasta rozar la coacción para vacunar a mi padre casi nonagenario. a pesar de que él insistía en que eso sólo lo haría bajo conocimiento de su doctora. Quizás sería un tema para que lo indagara el gabinete jurídico Almodóvar y Jara, especializados en fraudes y delitos sanitarios y farmacéuticos).

Y, aparentemente, la pandemia acabó; las restricciones y medidas fueron levantadas en julio de este mismo año (aunque ya habían sido declaradas inconstitucionales dos veces), pero, como ya hemos visto, la política es una especie de bruma difusa que lo cubre todo y nunca se sabe si se ha marchado del todo, por lo que nunca te puedes fiar de si esté el aire limpio, o se enturbiará en el momento menos pensado).

A pesar de que la amenaza del Covid se marchó (si es que alguna vez fue una amenaza real, porque lo único que seguimos teniendo es el relato político, pero no el científico), a pesar de que la gente se volvió menos crédula, desde el estamento político, con un mandato que no obedece a regulación alguna, vuelven a imponer mascarillas (y, en el momento en que escribo estas líneas, sin base legal alguna, ya que lo único que sigue en vigor es la misma legislación que decretó el levantamiento de restricciones).

El doctor Antonio Alarcos explica de forma clara y concisa en su artículo Y VUELTA LA BURRA AL TRIGO, en este mismo medio, que:

-No hay ninguna causa que justifique en este invierno el uso de mascarillas (sólo hay el típico aumento invernal de resfriados –ya sean por influenza o corona, pero tan leves como siempre-.

-Todos los estudios clínicos no sólo demuestran la inutilidad de las mascarillas ante virus respiratorios como gripe y Covid, sino que las revisiones y posteriores ensayos vuelven a ratificar este hecho ignorado por los estamentos oficiales.

-El código deontológico de los profesionales de la medicina deja perfectamente claro que no pueden ni aplicar, ni recomendar, ni promover medida alguna sin evidencia científica, y tampoco alarmar, confundir o no facilitar información médica veraz.

-El problema del colapso de la sanidad no tiene absolutamente nada que ver ni con la gripe estacional ni con el Covid (https://diario16plus.com/y-vuelta-la-burra-al-trigo/).

Y Bea Talegón en su artículo para EL NACIONAL,  ¿HEMOS APRENDIDO ALGO? , realiza una revisión de cómo la pandemia nos pilló desprevenidos y ella, como madre, jurista y periodista, aunque sorprendida por una campaña de miedo y desinformación que nos hizo a todos victimas sometida y sumisas, salió del engaño en que cayó, como la mayoría de ciudadanos; ahora, las cosas son diferentes, y tenemos información más que suficiente para no caer en el mismo error (https://www.elnacional.cat/es/opinion/hemos-aprendido-algo-bea-talegon_1142853_102.html).

Los médicos también son pacientes. Los enfermeros y auxiliares sanitarios también son usuarios del sistema de salud, de los transportes, de la restauración y del ocio. Los agentes de policía y los funcionarios, los hosteleros, los profesionales del transporte aéreo… todos aquellos sectores que durante la pandemia fueron cooperadores necesarios de una estrategia engañosa, que ayudaron a imponer restricciones ineficaces y dañinas, deberán decidir si vuelven a agujerear, como hicieron entonces, el barco en el que todos remamos, ahora que nos vemos a las puertas de una nueva imposición. Todos tienen hijos, familiares y amigos que pueden volver a pagar las consecuencias.

Y esta vez, los organizadores del engaño ni siquiera se valen de una pandemia exagerada y sin evidencia científica, como excusa, sino que se da una vuelta de tuerca más a la arbitrariedad y a la conculcación de derechos y libertades, y se nos pretende obligar a lo mismo, en una situación totalmente normal, pretendiendo asustarnos con una situación tan habitual como es el evento gripal de siempre, de todos los años. Volverán  las restricciones, volverá el robo descarado, la picaresca y la precarización aún más grave de la sanidad, si no lo evitamos.

Espero que esta vez invirtamos la situación, y que, por un lado, los médicos y sanitarios colaboracionistas y cómplices sean  la excepción y  no la mayoría, y que los bandidos que se camuflan bajo la mascarilla sean también la excepción, y no la mayoría.

Espero que esta vez, todos juntos, como sociedad que sabe ser solidaria y apoyarse mutuamente, nos neguemos en redondo.

Fuera máscaras.

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