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“La venganza de Federico es su triunfo sobre el olvido y el menosprecio de sus asesinos”

Manuel Bernal Romero nos acerca al poeta en sus últimos días, al dolor y el pavor que pudo sentir en sus horas postreras, a la oquedad que dejó su ausencia entre sus amigos artistas y a la negra sombra que siempre perseguirá a sus verdugos hasta hoy mismo

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análisis

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El título elegido por el escritor, profesor e investigador sevillano Manuel Bernal Romero para indagar con una sensibilidad exquisita en “Las muertes de Federico”, así, en plural, es un oximoron perfecto en asociación con el estremecedor y emotivo relato que contienen sus páginas, donde el genio impar del poeta más universal de las letras españolas del pasado siglo mantiene intacta su vitalidad y sobrevuela cada página. Porque de eso se trata: de constatar que el de Fuente Vaqueros sigue aún plenamente vivo, casi 90 años después de ser ejecutado por los golpistas fascistas al inicio de la guerra civil española por el único delito de ser “rojo y maricón”.

En la ‘Presentación’ de su nuevo libro, confirma que todo lo que se cuenta en él “tiene algo de verdad”. ¿Por qué cuando se aborda el tema del crimen de Federico siempre se deja un resquicio, más o menos leve, más o menos grande, para la duda, la incertidumbre de que lo incierto puede estar ganando terreno a la certeza plena?

Quizás porque la incógnita de dónde está el cuerpo se ha convertido en una de las claves de su desaparición. Una incógnita que ya tiene pocas posibilidades de ser resuelta. Esa duda, una vez que han muerto todos los que pudieron saber de primera mano dónde estuvo o estaba el cuerpo, ya sobrevolará para siempre todo lo que podamos contar sobre Federico. No creo que ya quede vivo nadie que sepa realmente dónde estuvo o está su cuerpo, puede que algún día aparezca en algún archivo familiar algún documento que lo cuente, pero parece que las prospecciones que se hacen en el barranco de Víznar y alrededores cada cierto tiempo darán poca luz sobre dónde están sus huesos.

Y añade: “Poco debería importar qué es verdad y qué es mentira”. ¿Por qué?

Porque este libro en realidad es, como dice la editorial, una novela histórica. Y la historia es siempre verdad mientras no la cuenta otro. De todos modos yo prefiero pensar que Las muertes de Federico es una novela fantástica, al modo de lo que estableciera Todorov: todo es posible y todo podría haber sido verdad. Y es más, todo será verdad en la mente de quien la lee. Me sentiría satisfecho que cuando se termine con la última línea el lector se pregunte: ¿Ocurriría realmente así? Yo he intentado poner rostro al Federico de sus últimos días, he querido hacer visible la desidia de quienes lo mataron, la normalidad con la que lo hicieron, la incultura y el odio que llevaban consigo. También he querido no olvidar que sus amigos siguieron hablando de él y teniéndolo presente. Y que todo eso ha hecho que realmente, Federico, haya triunfado sobre sus asesinos.

Mira qué es inconmensurable y universal su obra literaria, mira que no encuentra parangón con otros compañeros coetáneos, mira que aún resuenan a diario sus versos y dramas en las escuelas de medio mundo… Y pese a todo ello, su muerte, siempre su muerte lo impregna todo aún más a día de hoy. La reflexión de Pedro Salinas incide en este sentido: “No se librarán jamás de su más terrible venganza”.

La venganza de Federico es su triunfo sobre el olvido y el menosprecio de sus asesinos. Nadie hoy con dos dedos de frente justifica su muerte, que se ha convertido de alguna manera en bandera de libertad e ilusión. Hubo un momento que Federico y afines perdieron la guerra. El tiempo ha puesto a casi todos en su sitio y las ideas de Federico y de muchos como él han ido triunfando. Muchos chicos no saben muy bien quién es Federico, pero si le preguntas por el nombre de un poeta, muchos dicen del tirón su nombre. Esa es su victoria. Su recuerdo permanece, sus versos siguen leyéndose, su teatro sigue recibiendo el aplauso del público. Esa es su venganza: permanece entre nosotros como una bandera contra el olvido de quienes murieron por un país diferente.

¿Cuántas muertes (en plural, como su título) ha tenido y aún tiene Federico?

El libro justamente rema en la dirección contraria: quiere reivindicar que Federico está vivo, en eso no se equivocó Pedro Salinas, que fue el primero que enarboló esa idea de su triunfo. En los relatos del libro Federico muere siete veces. El siete es un número mágico. El poeta, como buen poeta, era muy supersticioso y creyente en ese mundo que queda más allá de todos nosotros. Son siete muertes porque siete son los testimonios que yo he creído tenían la fuerza suficiente para ayudarme a contar cómo era Federico, cómo vivió ese hombre que todos hemos conocido por sus versos o su teatro en la intimidad, en la cercanía del miedo, en la soledad del calabozo mientras se fumaba un cigarro, en el silencio de la noche minutos antes de recibir el tiro o los tiros que pusieron principio a todas estas incógnitas. Así que quien se acerque a los textos se encontrará desde la que yo llamo la muerte oficial, hasta la versión de Manuel de Falla, e incluso la versión de Juan Ramírez, que ha sido la única persona que ha dicho por su propia voz que fue novio de Federico, y al que el poeta dedicó algunos poemas de los “Sonetos del amor oscuro”, aunque siempre se habla de ellos como si los hubiese escrito para Rapún, algo que no es del todo cierto. Pero también está el ilusionante relato de saberlo vivo mirando al Pacífico… Por eso dije al principio que no son muertes, que este libro habla de sus vidas, de todas con las que espero que el lector se haga una imagen fiel de uno de los poetas más admirados de nuestra lengua.

Bajo el epígrafe ‘Las voces amigas’, incluye en la segunda parte de su libro poemas y textos que sus amigos artistas le dedicaron al conocer su asesinato, contextualizados con anécdotas para hacer llegar al lector sus vínculos con el poeta de Granada. ¿Cuál de estas historias le parece más estremecedora?

Quizás me llama la atención el poema que le dedica Pablo Neruda, la “Oda a Federico García Lorca”. Y me parece fascinante el relato que se cuenta, la premonición en sueños que tuvo el poeta poco tiempo de ser asesinado. Y lo impactante que es saber que esa oda, fue escrita justamente un año años de su muerte, en 1935, cuando pocos podían imaginar que estallaría una guerra que se llevaría por delante al poeta. Creo también impactante el poema que le dedica Joaquín Romero Murube, que cuenta que tuvo la necesidad de ir a Granada para ser consciente de que Federico estaba realmente muerto. Este buen amigo de Federico, tuvo la misma necesidad que Tomás, uno de los discípulos de Jesús, de comprobar por sí mismo que aquella fatídica noticia era ya verdad.

“He intentado poner rostro al Federico de sus últimos días, he querido hacer visible la desidia de quienes lo mataron, la normalidad con la que lo hicieron, la incultura y el odio que llevaban consigo”

¿Qué artista amigo sintió el crimen más si cabe que el resto?

Creo que los que más sintieron la muerte de Federico fueron Antonio Machado y Juan Ramírez. Antonio porque ya arrastraba consigo la desolación de la derrota, y vio en su asesinato el final que le tocaba al país que habían soñado, y acaso su propia muerte lejos de su patria. Y Juan porque estaba perdidamente enamorado de él. Y saber muerto al hombre que quería debió de ser terrible. Y además debió de vivirlo en un ambiente hostil y en el seno de una familia que no aceptaba ni su homosexualidad ni la relación que mantenía con el poeta. Juan le dedicó el poema “Jardín abandonado”, que se incluye en el libro y que hace visible la huella de su dolor: “Alegría cimbreña de palmera, / alegrías redondas de castaño, / no bastan a consolar / de los sauces roto llanto”.

Haciendo literatura-ficción, probablemente el poema más visceral que se podría haber escrito sobre este crimen que aún resuena en nuestra memoria habría salido del mismo puño y letra de Federico. ¿Tiene el poeta alguno escrito que refleje, en cierto modo, el odio, la ira y el rencor que destiló el ambiente que vivió en sus últimos días?

El testimonio poético de Federico es Poeta en Nueva York, porque en sus versos se anticipa a la visión del mundo que hoy tenemos. Él percibe antes que casi todos nosotros el caos, la desolación que prometía el capitalismo  llevado al extremo de convertirlo en el “sueño americano” y por ende en el sueño de todos nosotros. Dicen que Federico anticipó su muerte en la obra Así que pasen cinco años. Son siempre conjeturas. La literatura tiene esa habilidad de la multiplicación de las aristas y las interpretaciones. De todos modos, Federico lo dejó escrito todo en un poema cortísimo y lleno de una intensidad que solo él con su vitalidad podía transmitir. No sé si lo recuerdo bien, pero más o menos viene a decir: La cruz. / (Punto final / del camino.) / Se mira en la acequia. / (Puntos suspensivos.)

¿Cómo fueron, a grandes rasgos, aquellos últimos días, aquellas últimas horas, del poeta, una persona tan sensible y alejada por completo del mundo violento que le tocó sufrir?

Sobre todo fueron –o yo los veo así– momentos crudos de hombre más que de poeta. Los momentos de un hombre que se había sentido querido y acompañado miles de veces, que había tocado la miel de la popularidad, pero que en aquellas noches de Granada prácticamente no recibió la visita de nadie, salvo la de Angelita, una criada de la familia, y la de uno de los hermanos Rosales, que no quiso siquiera que le diese la mano. Nadie, y eso es muy triste, se acercó a interceder por él al Gobierno Civil, con la excepción de Manuel de Falla, que sí lo hizo y que anduvo preguntando si estaba además en algún hospital de los de Granada. Lo demás fue soledad, la cruda soledad de quien de golpe se ha convertido en un proscrito.

¿Es un deber moral de la sociedad hacer todo lo posible para hallar al fin los restos del poeta y darles un digno descanso final?

No me atrevo a decir que sí. El poeta ha sido recuperado en otro sentido y sigue vivo entre nosotros. No creo que pueda compararse con otros asesinados que siguen en las cunetas de España. Todas las personas merecen tener para sus restos el descanso y el respeto adecuados. Gracias a las personas que trabajan y han trabajado tanto por la Memoria histórica eso se ha conseguido para muchos hombres y mujeres que estaban olvidados en las cunetas de un país que quiso cerrar en falso uno de los más difíciles periodos de su historia. La familia de Federico nunca ha querido recuperar su cuerpo, quizás porque ya lo habían recuperado en los días que siguieron a su fusilamiento, como habían hecho con el de su cuñado Manuel Fernández Montesinos.

¿Hasta qué punto aquellos fascistas que dejaron en cunetas y fosas comunes incontables cadáveres de represaliados durante la guerra civil, y los que aún los justifican y aquellos que los blanquean sin rubor alguno, seguirán sin poder desprenderse jamás de la oscura sombra que aún desprende el vil crimen del poeta?

Como hemos dicho antes, nada mejor que las palabras de Pedro Salinas: “Lo mataron; pero Federico salió vivo del crimen y ellos han salido irremisiblemente muertos”. Quienes lo mataron quizás jamás pensaron que gracias a ellos el poeta de la sonrisa ancha y campesina perduraría ya para siempre. Ese fue su error: al matarlo han ayudado a que Federico resucite cada vez que se lee uno de sus poemas. Cada vez que el telón se abre y su poesía se adueña del teatro. La muerte de Federico fue un error que solo pudo tener un motivo: la incultura y la insensatez. Y de eso supieron mucho y durante demasiado tiempo quienes lo mataron.

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